La esperada cita entre el presidente estadounidense Donald Trump y el ruso Vladimir Putin deja la sensación de que el alto el fuego en Ucrania, el fin del sufrimiento de todo un país tras más de tres años y medio de invasión y guerra, fue la última de las preocupaciones de las dos delegaciones reunidas en Alaska. La que se antojaba como maratoniana reunión -hasta siete horas se llegó a asegurar que ambos equipos estarían negociando- en busca de un cese de las hostilidades -el propio Trump se había encargado en la víspera de avanzar grandes novedades- sólo superó las tres horas. La cita de Anchorage sirve, sin embargo, para escenificar la voluntad de ambas administradores de normalizar relaciones políticas y económicas tras largos años de crisis al margen de la guerra. En su intervención, Putin se refirió explícitamente a la necesidad de “abandonar la confrontación y pasar al diálogo antes o después”, y subrayó al “tremendo potencial de inversiones y comercio” entre Rusia y Estados Unidos, y Trump también se refirió a los “negocios” pendientes entre ambos países. La presencia de especialistas en el área económica en ambas delegaciones deja constancia de que entre otras cosas ayer se habló también de negocios. “Fue una reunión muy profunda, y creo que tuvimos una reunión muy productiva. Acordamos muchísimos puntos. En la mayoría de ellos, diría que hay un par de puntos importantes en los que aún no hemos llegado a un acuerdo, pero sí hemos avanzado”, afirmó el presidente estadounidense en su intervención tras el encuentro sin desvelar a qué se refería.
“No hay acierdo hasta que no haya acuerdo”
A juzgar por todo ocurrido en Alaska , más que fundados son los temores de que uno de los dos escollos que se interponen entre Washington y Moscú no es otro que el propio alto el fuego. Si es así, y mientras intensifica la campaña militar en Ucrania, Putin lo ha dejado claro: el cese temporal de las hostilidades será el final de un proceso que se antoja largo y proceloso, y no la condición necesaria para negociar como exigen EEUU y la irrelevante Unión Europea. “No hay acuerdo hasta que no haya acuerdo”, reconoció un Trump más prudente que nunca, y desde luego menos optimista que durante la semana. Por su parte, Putin sí habló de los “acuerdos” alcanzados (en plural), y cómo, a su juicio, “no sólo se convertirán en un punto de referencia para resolver el problema ucraniano sino para recuperar unas relaciones pragmáticas y amistosas desde el punto de vista empresarial entre Rusia y Estados Unidos”.

En una prueba de la sintonía mostrada por ambos presidentes -evidente desde el primer apretón (y juegos) de manos en la pista del aeropuerto, como la de dos colegas a los que las inconveniencias del guion de la política les hubieran privado de seis años de amistad- y el buen ambiente que debió de presidir la reunión, Putin se permitió comenzar -y centrar- su intervención leída -y probablemente redactada horas antes del encuentro- con una pequeña clase de historia, en este caso la de Alaska, vendida por el Imperio ruso a Estados Unidos en 1867 (no sabemos si la espinita clavada de la pérdida de Alaska es una velada advertencia a Trump). También tuvo tiempo Putin de poner de relieve los lazos históricos entre Rusia y Estados Unidos. Al referirse a Ucrania Putin dejó una de sus habituales perlas de cinismo al asegurar que lo que ocurre en la “nación hermana” es una “tragedia para nosotros”. Tan sobrada llegaba la delegación rusa que el ministro de Exteriores Serguéi Lavrov, más de dos décadas como ministro de Exteriores, se presentaba horas antes en Alaska con una sudadera con las siglas de la Unión Soviética, cuya disolución fue “la mayor catástrofe política del siglo” en palabras del propio Putin . Alfombra roja (soviética) Si Putin se recreó en su alocución, su homólogo estadounidense optó por una breve y poco concreta intervención en la que evitó cualquier crítica a un país que calificara de “paria” y a cuyo presidente puso hoy alfombra roja, la metáfora (rojo soviético) de la rehabilitación internacional del inquilino del Kremlin. Puro estilo Trump, tan encogido como siempre ante un Putin gigante en su experiencia y dominio de una situación como la actual.
Sin preguntas de los periodistas
No hubo preguntas de los periodistas convocados para una rueda de prensa que no lo fue. Los presentes, el mundo entero que observaba, los ucranianos a la cabeza, se conformaron con apenas 12 minutos, que fue lo que sumaron las dos intervenciones presidenciales. Tampoco hubo el “almuerzo de trabajo” anunciado. Quedaba claro que había prisa por terminar y menos de una hora después de bajarse del atril Putin despegaba en su avión rumbo a Moscú. Antes de marcharse de Anchorage, Putin depositó flores sobre las tumbas de varios soldados soviéticos muertos durante la Segunda Guerra Mundial en el cementerio de Fort Richardson.

Ni paz por territorios, ni tregua aérea ni nada parecido. A falta de una reacción oficial de Kiev, no deberá sorprender la decepción del presidente ucraniano Volodímir Zelenski -al que Trump instó a negociar tras el encuentro- con el resultado del encuentro de Alaska. Una decepción y preocupación que es la misma de todo el pueblo ucraniano. Sólo al final de su alocución el presidente estadounidense se refirió a los “miles de ucranianos a una semana de morir” ante la mirada impasible e impenetrable de Putin. “La próxima vez en Moscú”, concluyó el presidente ruso soltándose en inglés y con sonrisa picarona en el rostro. “Lo veo posible”, le respondió un Trump asegurando que volverían “pronto” a verse las caras. Tampoco debe sorprender la ausencia de la Unión Europea en las intervenciones de Trump y Putin a pesar de los más de tres años y medio de guerra en sus mismas fronteras y a la incidencia directa del conflicto sobre el conjunto del continente. El propio Putin se permitió pedir a las autoridades europeas que “no torpedeen los progresos” en la cuestión ucraniana. Condenada a la irrelevancia, la UE ni está ni se le espera en los próximos encuentros que puedan producirse entre ambos mandatarios sobre lo que ellos quieran, incluida la guerra que sigue aparentemente habiendo en el este de Europa.