Si pensamos en una mujer gitana ¿qué imagen nos viene a la cabeza? ¿Tenemos una idea estereotipada de esta comunidad? Si nos atenemos a su representación en la cultura popular y la vida pública quizá deberíamos bajar la cabeza, escuchar y reflexionar. Lola Cabrillana (escritora y profesora), Sandra Carmona (ilustradora y fundadora de la editorial Altramuz) y Vanessa Jiménez (trabajadora social y presidenta de la asociación Dosta) dedican su vida a luchar contra las ideas preconcebidas y a construir un futuro mejor para el Pueblo Gitano desde distintas perspectivas.
Tienen una sonrisa perenne, pero cargan con unas mochilas macizas cargadas de prejuicios que impide que el mundo las vea. “Desde Las gitanillas de Cervantes hasta La novia gitana, de los tres hombres detrás de Carmen Mola, la imagen no ha cambiado. La gitana tiene más realidades. Sólo hay que ir a un barrio y ponerte a hablar con ellas. Somos muy diversas. Me choca esa idea, no tiene sentido esa foto y me duele”, explica Sandra.
Sufren anti gitanismo
Solo hay que mirarlas para darse cuenta de que no coinciden con el aspecto que dibuja el imaginario colectivo, y por eso, detectan con precisión el anti gitanismo. Si van solas nadie parece reparar en su origen, pero si las acompaña algún familiar más racializado o que viste de manera más conservadora el ojo se posa en ellas.
“Cuando voy a un supermercado con mis primas el de seguridad nos persigue y vigila”, cuenta Lola, riendo. Lo mismo le pasa a Vanessa si pasea con su suegra o sus tías. “Se piensan que vamos a robar, pero lo mismo la que está sisando es la que va con el bolso de Versace”. A Sandra, que es mestiza, la han llegado a confundir con un asistente social cuando ha acompañado a su padre al hospital. Y de ahí, para arriba. Podrían escribir varios tomos narrando esa opresión irrespirable.
Cuando se les pregunta por el papel de la mujer en el Pueblo Gitano su respuesta suena familiar. Para Sandra “Son el pilar y el anclaje de toda la familia, desde donde te impulsas”. Lola las describe como “el punto de unión invisible. Son las que están pendientes de que todo coordine, todo vaya bien, tienen el rol de la líder Cenicienta”.
Mujeres de respeto
Pero las cosas están cambiando. La conocida figura de Hombre de Respeto cuenta con algunas homólogas femeninas. Hay menos, pero hay. Además, explican, han asumido los cambios sociales y sus consejos están aderezados con modernidad y con la idea de que las jóvenes puedan hacer lo que ellas no pudieron. “Creemos que están encerrados en esa cultura y son ellos los que nos están dando lecciones a nosotros. Apuestan por la educación como motor de cambio”, añade Vanessa.
No solo las mujeres, muchos hombres gitanos también se han dado cuenta de que el futuro de sus hijos pasa por la educación. Una de las principales herramientas para poder luchar contra la exclusión social y poder romper el círculo de la pobreza. Las tres son conscientes de que un alto porcentaje de su comunidad vive en los márgenes y consideran la formación clave. Sandra cita a la historiadora Mari Paz Peña cuando explica que para el Pueblo Gitano “la educación es la estrategia”.
Bien lo sabe Vanessa que empezó dando clases en su cocina y cuando se le quedó pequeña fundó la asociación Dosta, desde donde lucha contra la brecha educativa y enseña, prepara y acompaña tanto a niños como a sus madres. Y Lola, que hace lo propio en un barrio empobrecido de Málaga donde trabaja como maestra. Para todas, combatir el fracaso escolar y el absentismo, cuyas cifras entre los menores gitanos son alarmantes, es una de sus prioridades.
Sentir la escuela como algo cercano
Por eso no entienden por qué, a pesar de estar en el currículum académico y de ser una poderosa herramienta antirracista, no se enseña historia gitana en los colegios. “La historia del pueblo gitano es la historia de España y no tiene sentido que no se imparta”, dice Sandra. Para Lola, además, sería muy importante porque “las niñas y niños gitanos sentirían la escuela como algo cercano, algo que no ocurre ahora”.
Visibilizar la cultura y diversidad gitana es otro de los cometidos de estas tres mujeres. Sienten un orgullo que se contagia cuando hablan de su Pueblo. Un amor y respeto que hace que se les iluminen los ojos cuando describen, por ejemplo, cómo llegaron esas mujeres gitanas hace cientos de años a España, a caballo, en pantalones y usando colores vivos. “Eran las más modernas”, cuentan, y quizá, fue esa diferencia la que les marcó con un estigma que aún hoy persiste.
“Para mí la palabra gitana me ha enseñado que hay una unidad, un hilo donde me siento segura, no juzgada y tranquila”
A Vanessa le ha marcado la infancia de su madre que le ha recordado muchas veces que a su abuela, viuda con nueve hijos, le raparon la cabeza y la detuvieron por pedir de puerta un puerta para que comieran sus pequeños. Una historia de persecución que les ha convertido en un pueblo resiliente y al que no le quedó más remedio que inventar sus propios mecanismos para sobrevivir. La figura del mediador, por ejemplo, ahora profesionalizada y tan de moda, ha formado parte de su comunidad desde que se vieron obligados a buscar justicia lejos de la justicia institucional.
Se enorgullecen del valor de la sororidad y las redes de mujeres en esta comunidad. “Somos un pueblo que nos ayudamos todos. No pasas de largo de un gitano que necesita ayuda y eso es muy bonito. No sentirse sola es muy bonito”, dice Lola. Sandra añade que esa solidaridad se manifiesta “aunque cada una sea de su padre y de su madre, y sintamos y pensemos cosas distintas. Para mí la palabra gitana me ha enseñado que hay una unidad, un hilo donde me siento segura, no juzgada y tranquila”.
Invisibilizadas por el feminismo
Las tres contestan tajantes que son feministas, pero coinciden en que echan de menos tener más visibilidad en esta lucha. “El feminismo hegemónico sigue sentado en un sillón muy parecido al del patriarcado porque quieren los mismos privilegios, pero no se acuerdan de las diferencias. Ya es hora de que se sienten a un ladito y se empiecen a visibilizar otras caras que también estamos ahí. Mujeres racializadas, migrantes, trans. Mujeres. Y el feminismo no nos ayuda porque sigue hablando de los mismos problemas que invisibilizan al resto. Una mujer blanca, hetero, de clase media-alta no puede tener los mismos problemas que una racializada, pobre. Es imposible”, demanda Sandra.
“Me daba vergüenza decir que era gitana dentro del colectivo Lgtbi+. Tuve mucho miedo”
Creen que las niñas gitanas tienen ahora más información y ven más oportunidades en el feminismo. Las redes sociales han abierto unas ventanas que se pueden abrir y movimientos como el “yo sí te creo” las ha interpelado. Y eso, a pesar de la representación de la comunidad gitana en los medios y la cultura donde se les estereotipa hasta la caricatura.
“La violencia de genero se compara con la violencia de género blanca y las herramientas no deben ser las mismas”
Ser lgtbi+ en el pueblo gitano “es igual que en el mundo payo”, cuanta Sandra. “Lo que pasa es que la homofobia es diferente porque se le añade la palabra anti gitanismo. Somos muchos los que formamos parte del colectivo, hay activistas, asociaciones y estamos presentes en las marchas del Orgullo en Madrid, en Torremolinos… Pero es difícil. Yo salí antes del armario como lesbiana que como gitana. Me daba vergüenza decir que era gitana dentro del colectivo. Tuve mucho miedo y como yo hay muchos jóvenes que sienten miedo de salir del armario gitano (si se pueden invisibilizar porque no están racializados como yo). Lo pasan fatal, es un conflicto de identidad porque sientes rechazo a quién eres, a tus raíces. Pero si en el espacio donde te tienes que sentir segura escuchas ciertos comentarios y frases pues es muy complicado”.
Respecto a la violencia de género aseguran que la estructura de su comunidad las protege un poco más. “La familia, el respeto a nuestros mayores y la unión de las partes nos facilita esa coraza”, explica Vanessa. “Todo se ve con el prisma payo. La violencia de genero se compara con la violencia de género blanca y las herramientas no deben ser las mismas porque muchas mujeres gitanas víctimas cuando han acudido a servicios sociales, a alguna asociación o institución se han encontrado con una visión muy racista y no han podido dar ese paso, no han sentido que se las escucha”.
Por eso esta ilustradora ha colaborado con la asociación Amuge (una asociación de mujeres gitanas en Euskadi) en la elaboración de una guía para atender a víctimas de violencia de género. Con ello intentan formar al personal técnico de las peculiaridades de este problema en la comunidad gitana. “Para mí eso es practicar la interseccionalidad, lo otro es teoría. Si queremos solucionar este problema de las mujeres gitanas tienen que escucharlas a ellas”. Vanessa, apunta, “qué me digan cuántos gitanos han matado a su mujer”. Mientras, Lola resalta el papel de las mujeres mayores en este aspecto y asegura que algo está cambiando. “Ellas están poniendo sobre la mesa de una forma muy asertiva y bonita lo que puede ser y lo que no”.
Opra Romnia
Vanessa recuerda una campaña que hicieron el año pasado en la que interpelaban a personas fuera de su comunidad con un: “¿Eres payo? Pues no lo pareces”. Algo a lo que se enfrentan con demasiada frecuencia. “Te dicen: “Pero tú no te has criado como los gitanos. Hablas muy bien. Tú has estudiado, ¿no?” Ríen, pero a Sandra le preocupa porque eso es “solo la punta del iceberg”.
Piden que las miremos de otra forma, que indaguemos y nos molestemos en conocer “tanto” que no conocemos del Pueblo Gitano y que entendamos que son una comunidad diversa donde, como ellas mismas, conviven muchas realidades, ideologías, sentimientos y alegría. “Arriba las mujeres gitanas”. “Opra Romnia”.