La idea de que los hijos e hijas de mujeres víctimas de violencia de género repiten los patrones de sus progenitores está instaurada en el imaginario colectivo. Se piensa que cuando estos niños crecen existen muchas posibilidades de que ellos se conviertan en maltratadores y ellas en mujeres maltratadas. Sin embargo, ¿existen datos que refuten esta tesis?
¿Dónde están los niños que no han reproducido la violencia de adultos?
Hasta ahora, para llegar a esa conclusión las investigaciones se basaban en las respuestas de los hombres que, efectivamente, habían reproducido esa violencia, que son los que tenemos identificados. Es decir, a un condenado por violencia de género se le puede preguntar si ha sido testigo y sufrido cómo su padre ejercía violencia contra su madre, pero, ¿cómo realizamos la misma pregunta a los que no han repetido el patrón si no sabemos quiénes son, dónde están, y por tanto, no se pueden contabilizar?
Patricia Melgar, doctora en Pedagogía por la Universitat de Barcelona e investigadora principal de IGESI, el Grupo de Investigación Interdisciplinar en Género y Desigualdades Sociales, es una de las profesionales que ha realizado el estudio “Respuestas a la violencia de género por parte de personas que estuvieron expuestas a ella durante la infancia en España” que desmonta esta idea. El objetivo era analizar el impacto de la exposición a la violencia de género durante la infancia en la presencia de violencia de género en la adultez. Para ello, se administró una encuesta de 32 preguntas, distribuidas en 8 bloques, a 1.541 personas españolas mayores de 18 años.
La idea que surgió de otro estudio
Cuenta Melgar, que mientras llevaban acabo otro estudio sobre las redes de apoyo informales y cómo ayudan al proceso de recuperación de estas mujeres realizaron una encuesta a la población en general, los encuestados no tenían un perfil cerrado. Querían saber en qué medida la gente, ante situaciones de violencia, ayudaba o no.
“Una de las cosas que les preguntábamos era si su madre había sido víctima de violencia o si ellos eran conscientes de haber sido víctimas de esa violencia también. Con esas respuestas obtuvimos una submuestra de gente que durante su infancia había estado expuesta al maltrato. Sin ser objeto de ese proyecto descubrimos que ese subgrupo ayudaba en mayor medida ante situaciones de violencia de género que la población en general, que no había estado expuesta a la violencia”, explica.
Los adultos expuestos a violencia en la infancia, más concienciados
El estudio establece que el 80 por ciento de los adultos que han estado expuestos a violencia de género en la infancia siempre reaccionaron ayudando en situaciones de maltrato, frente al 40 por ciento de la población general que intervino para auxiliar a esas víctimas.
Además, un 26 por ciento de los supervivientes de la violencia en la infancia participan en movimientos y asociaciones en contra de la violencia de género frente al 11% de la población general que no ha sufrido violencia.
Críticos con el determinismo
Melgar cree que no podemos negar que cuando una persona ha sufrido violencia de cualquier tipo, ya sea en la familia, a través de los medios de comunicación, de las amistades, hay un aprendizaje detrás. “Eso es incuestionable. Ahora bien, tenemos que ser críticos a la hora de establecer cierto determinismo de que esa exposición te determina a ser también en un futuro un maltratador. ¿Qué ocurría hasta ahora? Que no tenemos estudios sobre esto. ¿Y por qué no tenemos estudios? Porque dónde están todos esos menores que estuvieron expuestos a la violencia? ¿Quiénes son?”, se pregunta.
La investigadora considera, por lo tanto, que las pocas informaciones o los escasos datos oficiales están sesgados porque estas investigaciones se han hecho normalmente con población que ya ha reproducido esa violencia, es decir, con hombres que están en prisión. “Así que no tenemos lo que llamaríamos en investigación la población entera, sino que tienes una muestra muy concreta porque quienes no lo han reproducido son invisibles. No alzan su voz, no están organizados“.
El apoyo y la salud mental de la madre, fundamental para recuperarse de la violencia
¿Qué hace que un niño pueda recuperarse de esa violencia a la que ha sido expuesto? “Hasta el momento estamos viendo que los resultados apuntan a que tiene mucho que ver el entorno que ha tenido y si han habido otras personas que en lugar de mirar hacia otro lado han ayudado y se han implicado, ya sea la familia o el profesorado de la escuela. Además, otro elemento bastante importante para la recuperación del menor de edad es la salud mental de la madre“, señala Melgar.
El 70% de las mujeres víctimas crecieron en hogares libres de violencia
Otro de los datos más llamativos del estudio es que el 70 por ciento de las mujeres víctimas de violencia de género crecieron en hogares donde sus madres no la sufrieron. Lo que desmiente esa idea preconcebida de que las hijas perpetúan el papel de sus progenitoras.
La profesora de la Universidad de Girona insiste en que “por encima de la socialización de los modelos que nos encontramos en la familia están los que tú adquieres en tus primeras relaciones afectivo-sexuales. Dicho de otro modo, por mucho que tus padres tengan una relación igualitaria, si luego la socialización a través de las conversaciones que tengas con las amigas, de lo que observas en las películas, en las letras de las canciones, pasa a ser un modelo de desigualdad, tienes más riesgo a asumir ese patrón”.

“Cuántas veces nos preguntamos, ¿cómo puede ser que estas chicas jóvenes que viven en una sociedad más igualitaria, donde acceden a educación superior y tiene muchas más libertades continúen reproduciendo la violencia en sus relaciones? Tendemos a poner el foco en la familia, volvemos siempre a lo mismo. Sí es verdad que la familia ha sido un foco de socialización muy importante, pero nada más que ver con hace cincuenta u sesenta años”, matiza Melgar.
“Quizás tenemos que empezar a compartir entre todos esa responsabilidad y preguntarnos ‘¿y yo qué he hecho por los casos de violencia que había a mi alrededor?’ Se lo tiene que preguntar un maestro, una doctora, los medios de comunicación, ¿qué se visibiliza y qué no? Quienes cantan canciones, ¿qué letras promueven? Los que trabajamos en investigación, ¿dónde ponemos el foco? Ahí cada uno pues ser consciente de que, la familia algo ha aportado, pero en la educación de esa joven o de ese joven todos hemos sumado nuestro granito de arena”, concluye.