Mi perro puede controlarse, por qué los hombres no

¿Se imaginan que los hombres actuaran como los animales y no se resistieran a sus impulsos? Un momento… ¿ Y si la pregunta fuera al revés?

Eso es justamente lo que plantea, con ironía afilada, uno de los trends que se viralizan en TikTok esta semana. En el video, que ya suma millones de reproducciones, una mujer coloca comida frente a su perro, lo provoca, le insiste, juega a tentar sus instintos. Pero el animal no se mueve. Aguarda, firme y tranquilo, hasta que su dueña pronuncia la orden: “Ahora sí”. El remate del clip abre el debate: “Si un perro puede respetar un límite, ¿por qué algunos hombres no?” A partir de ahí, el algoritmo explotó.

@celiareinahY está en cámara rápida😂♬ LABOUR – the cacophony – Paris Paloma

Lo que parece un chiste encierra una incomodidad profunda que la psicóloga especialista en género y violencia, Isidora Pasarín, ayuda a descifrar. Para ella, el éxito del trend revela lo lejos que estamos de comprender algo tan básico como el consentimiento. “Solemos pensar que se trata de una operación matemática, ‘sí es sí, no es no’, pero en la práctica aprender a respetar límites requiere madurez emocional, reconocimiento del otro como un igual y capacidad de vinculación”, explica. Y este último punto, dice, es clave para entender por qué la violencia sexual sigue siendo un problema estructural.
El contraste entre la escena del perro y las excusas sociales que suelen rodear a las agresiones sexuales, “ella provocó”, “es normal que él insistiera”, “vestida así se lo buscaba”, no es accidental. Pasarín lo señala con claridad: La violencia convierte a la otra persona en un objeto, despojándola de su condición de sujeto, anulando su capacidad de sentir, pensar o decidir. Y esta deshumanización no surge del instinto, sino de la cultura.

El fenómeno del trend funciona como un espejo incómodo porque desmonta la narrativa del “impulso masculino incontrolable”. Mientras el perro, ante un estímulo evidente, respeta una norma y un contexto, los discursos machistas se empeñan en justificar comportamientos violentos a partir de la idea de que los hombres no pueden, o no deben, frenar sus deseos. “Este paradigma es cultural”, afirma la psicóloga. En otras palabras: el problema no es biológico, ni animal; es aprendido.

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Pasarín subraya que la incoherencia comienza temprano. En muchos hogares, los niños crecen oyendo mensajes que los incentivan a tomar, avanzar, ocupar espacio. Las niñas, en cambio, escuchan que deben cuidarse, no incomodar, medir cada gesto. “Se instala la responsabilidad en quien debe defender sus límites, en lugar de situarla en quien debe respetarlos”, señala. Esa incoherencia en los mensajes con los que se cría a niños y niñas termina definiendo cómo cada uno entiende su lugar en el mundo. Por eso, ya de adultos, la insistencia suele verse como gesto romántico, la intromisión en el espacio ajeno como algo habitual y los límites de las mujeres como algo que puede discutirse.

A partir de esto surge la pregunta central que muchos usuarios han replicado tras ver el trend: ¿Cómo es posible que la sociedad logre entrenar a un animal para que regule sus impulsos, pero no consiga que tantos hombres respeten algo tan básico como un “no”? Para Pasarín, la respuesta es evidente: Con los animales se trabaja desde la coherencia. Las órdenes son claras, se aplican siempre de la misma manera y se refuerzan hasta que se vuelven parte del comportamiento. Con las personas ocurre lo contrario. “El mensaje cultural es profundamente contradictorio”, explica. “Les enseñamos a respetar turnos o pedir permiso para tomar un objeto ajeno, pero cuando se trata de sexualidad reina la ambigüedad”.

@the.caffeinated.readerr “But she provoked me.” “But she was asking for it.” I’ll forever choose the bear. #fyp #men #consent #nomeansno #dogs ♬ orijinal ses – kdrama 𐙚

En este terreno ambiguo, agrega, la sociedad termina legitimando la violencia sexual. No porque los hombres no puedan controlar su deseo, sino en que la cultura no ha establecido claramente que el deseo debe acompañarse siempre de autorregulación y responsabilidad hacia el otro.

La psicóloga insiste en que la única vía para revertir esta incoherencia es fortalecer la educación sexual integral desde edades tempranas. No como un listado de advertencias, sino como una formación que ofrezca herramientas emocionales, éticas y relacionales. “Una educación temprana garantiza un cambio cultural donde hombres y mujeres sean reconocidos con el mismo valor social”, afirma. Sin ella, lo sexoafectivo seguirá siendo un territorio lleno de silencios, confusiones y contradicciones.

Pasarín también advierte sobre la doble cara del trend. Por un lado, la metáfora ayuda a popularizar un tema que suele generar resistencias. Por otro, la ironía y la comparación con animales puede provocar que algunos hombres se sientan atacados y reaccionen con rechazo, lo que dificulta avanzar en la conversación. “Comprendo la rabia femenina y el uso de recursos irónicos para transmitir el mensaje con más alcance”, dice. “Pero no es el recurso más estratégico para impulsar cambios”.

Aun así, la discusión que han desatado los vídeos muestra que algo se mueve. Que la sociedad empieza a cuestionar discursos que parecían naturales. Que muchas mujeres ya no están dispuestas a aceptar que su libertad tenga que regularse para no “provocar”. Y que cada vez más personas entienden que el consentimiento no es una excepción ni una zona gris: es un ejercicio continuo de respeto.

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