Ana Cuesta asume la presentación de La Sexta Noticias fin de semana con la serenidad de quien ha pasado por la adrenalina del directo y la experiencia de la calle. Reportera curtida en coberturas complejas —desde atentados hasta inundaciones— y defensora de la credibilidad como pilar del periodismo, reflexiona sobre la confianza del espectador, el impacto de las fake news y los obstáculos que todavía enfrentan las mujeres en los medios de comunicación.
Has comenzado una nueva etapa al frente de La Sexta Noticias fin de semana. ¿Cómo afrontas este reto profesional y qué significa para ti en tu carrera?
Con muchísima ilusión. En los últimos años he estado en Al Rojo Vivo, donde la actualidad se vive al minuto, casi como una radio televisada. Ahora regreso a los informativos, que es donde empecé, con la motivación de aportar todo lo aprendido en esta etapa.
¿Qué aprendizajes de tu paso por Al Rojo Vivo llevarás a este nuevo espacio?
Nuestro informativo está muy pegado a la actualidad. Tenemos una escaleta, pero si ocurre algo en directo, como vimos recientemente con la Vuelta a España, cambiamos la planificación y nos volcamos con lo que está pasando. Esa inmediatez se combina con la posibilidad de ofrecer reportajes más analíticos, algo que en Al Rojo Vivo es más difícil. Me gusta poder conjugar las dos dimensiones: la inmediatez y la reflexión.
¿Cómo llevas la adrenalina del pulso informativo?
Bien, con los nervios necesarios cuando se enciende la cámara, pero también con seguridad. Haber sido reportera de calle me dio muchas tablas y capacidad de reacción: contar lo que ocurre justo detrás de ti te enseña a improvisar con rigor. Esa experiencia me permite transmitir solidez cuando estoy en el plató.
¿La calle es la mejor escuela para un periodista?
Sin duda. Cubrir manifestaciones, entrevistar a familias que sufrían pobreza energética o estar en primera línea durante la DANA me permitió comprender la realidad de la gente y aportar después una visión más completa en el plató. Muchas veces creemos que el mundo es lo que nos rodea, y no es así. Estar en la calle y hablar con las personas te abre esa mirada.
¿No se tiende a romantizar demasiado ese trabajo de reportero?
Tiene una parte muy dura. Además de las coberturas, hay esperas interminables y guardias, como cuando me tocó estar frente a la casa de Bárcenas, de Rodrigo Rato o de Urdangarin en Barcelona. Ahí también se aprende a observar, a estar alerta y a interpretar cada movimiento.
¿Cuáles son tus principales fuentes de información?
La radio, siempre lo primero por la mañana; me resulta fundamental. Después, los periódicos digitales, que consulto constantemente. También veo mucha televisión, sigo Al Rojo Vivo casi a diario porque necesito estar al tanto de todo. Y no renuncio al papel: los fines de semana en la redacción me gusta abrir el periódico impreso, porque transmite una calma que no encuentro en otros medios.
¿Usas mucho las redes sociales?
Sí, aunque siempre con precaución. Nos sirven como alerta rápida, pero todo hay que contrastarlo. Pueden ser útiles, pero también son un foco de bulos y ataques. Tenemos una relación de amor-odio con ellas: nos permiten llegar a los jóvenes, pero nunca podemos dar por cierta una información sin confirmarla.

¿Cómo aprender a tratar la información en tiempos de fake news?
Aportando coherencia y confirmación. Todos queremos ser los primeros, pero en La Sexta tenemos claro que antes está la credibilidad. Eso significa recurrir siempre a fuentes oficiales y a una red de contactos sólida. La rapidez es importante, pero la confirmación lo es más.
¿Tú misma has sido víctima de bulos?
Sí. A menudo se difunden fragmentos de nuestras intervenciones, descontextualizados, para acusarnos de mentir. A mí me han atribuido frases sacadas de contexto que cambiaban completamente mi mensaje. Por eso es tan difícil ganarse la confianza del espectador: hay mucho ruido alrededor.
La audiencia suele asociar el fin de semana a un tono informativo más reposado. ¿Cómo planteas ese equilibrio?
El fin de semana permite un punto más analítico, hacer balance de lo ocurrido y prever lo que vendrá. Pero la realidad demuestra que en fin de semana suceden muchas cosas: desde alertas de emergencias hasta acontecimientos políticos o sociales. Por eso nuestra prioridad siempre será la actualidad inmediata, aunque sin renunciar al análisis.
¿Cuál crees que es el gran desafío de un informativo hoy en día?
Ganarse la confianza del espectador. Ofrecer una información clara, veraz y que genere credibilidad. Yo intento dirigirme al público de tú a tú, siempre con respeto, para reforzar esa cercanía. La polarización y los bulos han erosionado la relación entre periodistas y ciudadanos, y recuperar esa confianza es el gran reto.
Tu gran referente periodístico es la periodista italiana Oriana Fallaci. ¿Cómo ves hoy el papel de la mujer en el periodismo?
Fallaci fue pionera, la primera corresponsal de guerra italiana. En su época, por ser mujer, su credibilidad estaba en un escalón inferior al de cualquier hombre. Hoy hemos derribado muchas barreras: hay editoras de informativos y jefas de sección. Pero todavía persisten prejuicios, sobre todo en televisión, donde se nos juzga más por la apariencia que por la trayectoria. Nuestro trabajo ha demostrado que las mujeres estamos a la altura y que aportamos una sensibilidad muy necesaria en el mundo actual.

¿Has sufrido machismo en tu carrera?
Sí, sobre todo al principio, cuando era joven y cubría política. En Cataluña, por ejemplo, me llamaban “la becaria” solo por ser mujer, aunque hubiera compañeros de mi edad que también lo eran y no recibían ese trato. Lo sufrí, pero no permití que me desviara de mi objetivo: demostrar que estaba ahí por mis méritos.
¿Qué cobertura supuso un antes y un después para ti?
Varias. La DANA fue muy dura emocionalmente porque era mi tierra y conocía a gente afectada. Pero quizá lo más determinante fueron los atentados de Barcelona. Llegué directamente a las Ramblas, con el escenario aún acordonado. Luego me enviaron al mortuorio provisional, donde hablé con familias destrozadas. Durante esos días informé sin pausa, pero cuando por fin tuve un momento para respirar, me derrumbé. Comprendí que además de periodista soy persona, y que el dolor también nos alcanza.
¿Y hay coberturas que recuerdes por lo contrario, por lo positivo?
Sí, también he cubierto momentos felices, como premios de la lotería, donde la alegría era contagiosa. Ese contraste forma parte del oficio.
¿Qué mensaje transmites a quienes hoy dudan de la profesión periodística?
Reconozco que vivimos un momento difícil: la polarización nos arrastra, se cuestiona todo lo que decimos y la desinformación circula con rapidez. Pero sigo siendo optimista. Me rodeo de buenos compañeros y confío en que la verdad y el trabajo riguroso acaben imponiéndose. Esa es mi manera de mantener la ilusión y seguir creyendo en esta profesión.