“El cine nos convierte en niños: nos devuelve la magia del descubrimiento”. El asombro es uno de los pilares que sostiene la catedral fílmica construida por Carla Simón (Barcelona, 1986), iluminada con la mirada inocente y mágica de una niña -como veremos en Verano 1993-, esculpida con retales de naturalismo, vinculación personal y costumbrismo. El mérito de Carla es crear belleza con su particular narrativa visual a partir de relatos profundamente tristes, inspirados en su propia vida. La omnipresencia de las raíces personales y familiares tiñen toda su filmografía, y es que nunca podemos separar al autor de su historia. Y así mismo lo declara ella.
En el cortometraje Carta a mi madre de mi hijo (2022), uno de sus trabajos más emotivos, escribe en el prólogo: “Creo que hago cine para poder inventarte, e inventarme. O puede que lo haga porque no quiero morir”. En este personal documento de la cineasta se hace patente uno de las líneas temáticas más importantes de su cine: la búsqueda de su madre. Carla perdió a sus padres cuando era muy niña, por lo que la exploración de su pasado, los recuerdos de sus progenitores, el anhelo de haberlos conocido mejor ha marcado profundamente sus películas.
Podríamos considerar a Carla una de las precursoras del subgénero “nuevo realismo poético”, que permite explorar los caminos que se bifurcan a partir de una memoria reconstruida, “mirar de cerca para poder mirar lejos”, como explica su compañera y amiga Elena López Riera (El agua), a la que quizás podríamos incluir en esta corriente cinematográfica junto a Pilar Palomero (Los destellos) o Belén Funes (Los Tortuga).
Tríptico de identidad
“¿Qué es el cine sino un acto de transmisión? Empatizar con el otro para encontrarse a una misma. Vivir a través de la pantalla”. Todo indica a pensar que Carla Simón cierra con Romería (próximo estreno 5 septiembre) su particular tríptico artístico de identidad y búsqueda personal, atravesado tangencialmente por la muerte de sus padres, la vinculación con ellos en términos de memoria y herencia, y todo lo que se deprende de ahí: la familia, el lugar de origen, las relaciones personales, el aprendizaje de las costumbres, etc. “Para mí las relaciones familiares no son una cosa obvia, no las puedo da por hechas porque tuve que crearlas. Y esta reconstrucción me hizo observar mucho la familia, pensarla y ponerla en valor”, expresa Carla en el especial nº 200 de la revista Caimán Cuadernos de Cine, dirigida por ella misma.
Si en Verano 1993 (2017), la cineasta conseguía emocionarnos a a través de la mirada de Frida, una niña que pierde a sus padres y se instala con sus tíos y su prima en el campo, donde comienza una nueva vida con ellos, llena de interrogantes, emociones y nuevas experiencias, en Alcarrás nos embelesó con su habilidad para mostrar con sensibilidad la lucha de la familia, y su retrato sobre la conexión y dependencia con la tierra que nos rodea. Romería apunta a ser una pieza de cierre emocional y simbólica de su universo cinematográfico más íntimo: el que se origina en su experiencia familiar, y que además va más allá en el reto de ficcionar algunos personajes y elementos de la historia creada a partir de una “versión original”.
El equilibrio perfecto en el casting
Con su segundo largometraje, Simón dedicó un año y medio al casting para encontrar las personas adecuadas. El reparto coral de Alcarrás está formado por actores no profesionales de Lleida y trabajadores de la tierra, ya que cuenta la historia de una familia propietaria de una tierra de melocotones. Para ella, era completamente necesario conseguir que los actores fueran de esa zona concreta, por su conexión con la historia. Carla es una de las primeras directoras que introduce esta necesidad en el cine español, si bien ya lo habían implantado con anterioridad José Antonio Nieves Conde, Carlos Saura, Fernando León de Aranoa y Jaime Rosales, por citar algunos. Sin embargo, en Verano 1993, al ser todos los personajes inspirados en personas reales, Simón dirigió a actores profesionales, y en Romería utiliza una forma combinada “sean profesionales o no, necesito encontrar actores que tengan la esencia del personaje”.
Filmar lo que está vivo
En el cine de Carla Simón, la presencia de lo físico y la naturaleza cobra una importancia vital. En sus tres películas, logra capturar esa relación indisoluble de los personajes con su entorno, podemos casi palpar la atmósfera que se genera en sus historias, que por cierto, siempre transcurren en verano. “Para mí lo rural tiene mucha poesía, te permite adentrarte en lo salvaje, abrazar lo que el espacio y sus elementos te ofrecen, te permite que todo esté vivo”, reivindica la directora.
En cada una de sus películas, se percibe la importancia de los detalles, de aquella que sucede con la más auténtica naturalidad. Desde una mirada sin palabras que recorre la cámara, pequeños gestos de humanidad (por llamarlo de alguna manera) o cotidianidad de los personajes, una puesta de sol o un cubo colocado junto a una puerta. Carla Simón es una de las directoras españolas que mejor retrata la realidad que le rodea, parte del realismo para convertirse en una artesana del relato audiovisual, reescribe historias con una atractiva narrativa lírica y recrea ante la cámara con firmeza pero sin autoritarismo los mundos interiores de sus personajes.