Sabemos que el presidente del Gobierno tiene amigos de 40 y 50 años incómodos con el feminismo porque él mismo lo ha verbalizado. La frase, aparentemente espontánea, se convirtió en una pista más sobre la tensión que atraviesa al PSOE respecto al feminismo que proclama y el feminismo que practica.
No es solo que haya “amigos” que se incomodan; es que la propia organización convive con una incomodidad que aflora cada vez que el feminismo deja de ser un eslogan y exige tomar decisiones complejas, asumir costes internos o mirar hacia dentro.

Ignorar a las víctimas
El episodio más reciente —y para muchas militantes, el más doloroso— no proviene de declaraciones públicas, sino de denuncias internas que no han recibido respuesta o que han sido gestionadas con opacidad y lentitud. Varias mujeres del partido han denunciado violencia machista, han señalado comportamientos inapropiados en estructuras territoriales o en órganos internos, y sin embargo, la maquinaria del PSOE no actuó con la rapidez ni la contundencia que se espera de un partido comprometido contra la violencia de género y la igualdad.
La inquietud se intensifica cuando algunas denunciantes afirman sentirse desprotegidas y no escuchadas, lo que refuerza la idea de que el feminismo socialista funciona mejor como identidad pública que como mecanismo interno de responsabilidad.
Los audios de Ábalos y la ley abolicionista en la chistera
Otro momento performativo ocurrió cuando salen a la luz los audios de José Luis Ábalos, en los que se escuchan comentarios sobre mujeres que difícilmente encajan con el estándar discursivo del partido. La secuencia posterior fue significativa: antes de abrir debates internos o revisar actitudes, la dirección se apresuró a anunciar una ley abolicionista de la prostitución (otra vez), un movimiento que pareció más orientado a reafirmar la marca feminista hacia afuera que a confrontar un problema interno.
Este patrón —rápida reacción simbólica, lenta reacción interna— no es nuevo. Durante años, analistas y organizaciones feministas han descrito al PSOE como portador de un “feminismo de salón”: un feminismo políticamente cómodo, bien integrado en la estética institucional, impecable en la superficie, pero más débil cuando exige conflictos reales con estructuras propias o prioridades estratégicas.

La gestión de la Ley del solo sí es sí
Las críticas se intensificaron durante la gestión de la crisis del “solo sí es sí”. El PSOE impulsó la ley dentro del Gobierno, celebrándola como un hito en la lucha contra la violencia sexual. Pero cuando el endurecimiento técnico de ciertos artículos generó polémicas y revisiones de condena, el partido se desmarcó con rapidez, reformó la ley en tiempo récord y se enfrentó abiertamente con su propia ministra, Irene Montero. Para parte del movimiento, aquello evidenció que el compromiso con la agenda feminista era condicional: sólido mientras generaba réditos políticos, titubeante cuando implicaba desgaste.
Otro frente relevante es la relación del PSOE con el feminismo autónomo, que en los últimos años ha atravesado choques importantes. En debates como prostitución, identidad, cuidados, vientres de alquiler, brecha salarial o corresponsabilidad, el partido ha mantenido posturas cambiantes o poco articuladas, al tiempo que proyectaba hacia fuera una unidad que no siempre existía dentro. Muchos colectivos feministas consideran que el PSOE dialoga más consigo mismo que con el movimiento, que prioriza su narrativa interna sobre la escucha de las demandas sociales, especialmente en temas que requieren cambios profundos en materia de políticas públicas.

No se ha legislado para las mujeres
Este distanciamiento se agrava con la sensación de que esta legislatura ha tenido menos ambición feminista que otras anteriores. En contraste con épocas en las que el PSOE impulsó leyes estructurales de gran alcance (violencia de género, igualdad, interrupción voluntaria del embarazo), esta etapa se ha caracterizado por una agenda más reactiva que propositiva. El feminismo ha sido utilizado como marco discursivo, más que como herramienta para impulsar políticas profundas.
Las contradicciones internas también pesan. En el PSOE conviven corrientes feministas diversas —abolicionistas, regulacionistas, institucionalistas, socialdemócratas clásicas, feminismo liberal— sin un proyecto unificado. Pese a esa heterogeneidad, el partido proyecta una imagen de cohesión que no siempre coincide con la realidad, lo que refuerza la idea de un feminismo más performativo que programático.
Feminismo performativo
Todo esto explica por qué la frase de Sánchez resonó tanto. Decir que se tienen “amigos incómodos con el feminismo” apunta a una incomodidad ajena, pero no reconoce la que existe dentro del propio partido. El PSOE, sostienen sus críticos, convive con esa incomodidad desde hace años: la gestiona, la maquilla, la diluye en discursos bien elaborados, pero no siempre la enfrenta con la misma contundencia con la que defiende el feminismo frente a sus adversarios políticos.
Porque defender el feminismo hacia fuera es relativamente fácil: basta un discurso, un anuncio, una foto institucional. Defender el feminismo hacia dentro implica algo mucho más difícil: activar protocolos, respaldar denuncias internas, revisar actitudes, asumir responsabilidades, aceptar conflictos, corregir inercias. Implica, en definitiva, llevar el feminismo del cartel al funcionamiento real de la organización.
Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.

