Cine

El año en que nuestras divas murieron peligrosamente

Ningún año es bueno para entonar al piano el In Memoriam del séptimo arte, momento generalmente emotivo en las galas de las academias de cine de turno, pero este que termina ha sido especialmente doloroso

En 2025 se nos han ido algunas de las llamadas “divas del cine” que aún nos miraban a la altura de los ojos, todas ellas carismáticas e irrepetibles. A partir de ahora lo harán desde el lugar al que pertenecen, en plano cenital desde las estrellas.

Diane Keaton, Claudia Cardinale y ahora Brigitte Bardot se suman a otras menos conocidas, pero igualmente importantes para que la sangre de este ancestral oficio de la interpretación siga siendo azul, aunque sea una antidiva como nuestra lloradísima Verónica Echegui.

Y me dejo muchas. Y siempre son demasiadas. El firmamento del celuloide está enladrillado por ellas. Mientras siga existiendo aquello que le da sentido a este arte que ahora cumple 130 años, el movimiento, el estilo y la emoción, las necesitaremos ver en la sala oscura. Son la mirada del cine, que nos observa desde el otro lado de la tela blanca. Y a cada una que desaparece, se tambalea un poco más el cielo de las estrellas, especialmente estas, que han trascendido su propia condición para situarse como iconos de la cultura popular.

Primero conocimos la muerte de Claudia Cardinale, la mayor diva del cine italiano junto con Sophia Loren, joven eterna de tan solo noventa años, que aún –y por muchos años- sigue manteniendo su bela fachada entre nosotros, los mortales. “La Cardinale”, como solo a las más grandes se etiqueta, no fue solo ojos, puros y animales. Su voz ronca, que contrastaba con una belleza cincelada por su paisà Miguel Ángel, le alejó del estereotipo cárnico, aunque cumplió con el guion adaptado de la época, a saber: joven modelo despampanante, fichada por un productor (Franco Cristaldi) tras ganar un concurso de belleza para acabar casándose con él (y divorciándose también). Su filmografía selecta incluye algunas de las películas más importantes de la historia y parecen elegidas con escuadra y cartabón: las obras maestras de Luchino Visconti Rocco y sus hermanos (1960) y, especialmente, su inolvidable Angelica Sedara, prototipo de la “nueva mujer” en El gatopardo (1963), Ocho y medio (1963) la obra cumbre de Fellini, en la que por primera vez se le escucha en su voz original, desdoblándose en su sosias y musa, o Hasta que llegó su hora (1968), el último spaghetti western de la seminal trilogía de Sergio Leone.

Claudia Cardinale. Fotografía: Agencia EFE

Poco antes, en pleno ferragosto, se nos heló el corazón al enterarnos de la muerte de Verónica Echegui con tan solo 42 años, con una envidiable carrera que prometía más, mucho más, conociendo el carácter y la evolución de la actriz madrileña, que se fue con el mismo sigilo y elegancia (si se le puede aplicar este adjetivo a la muerte) con el que diseñó su carrera. Un rostro de rara belleza, enigmática y atemporal, que le iba como anillo al dedo en los papeles llamados “de carácter”, pero, sobre todo, una excelente actriz. Recuerdo descubrirla –como todos- en Yo soy la Juani (2006), su primera película y sin duda lo mejor del irregular filme de Bigas Luna, una auténtica fuerza de la naturaleza que se come a todos, incluido al pobre Dani martín. Su carrera en televisión, tan potente como en la gran pantalla, nos deja magníficas series, y un puntazo en Paquita Salas, mi personaje favorito de la maravilla de los Javis, interpretando a la memorable abertzale bocaváter Edurne. Generosa en vida y después de ella, nos lega su serie póstuma, el noir ambientado en Barcelona, Ciudad de sombras, en la que interpreta a la subinspectora Rebeca Garrido. Gracias, Vero, por tanto.

Muere Verónica Echegui
Fotografía de archivo de la actriz Verónica Echegui en la 70 edición del Festival de Cine de San Sebastián
EFE

Pero lo que de verdad me devastó fue el fallecimiento, inesperado por no anunciado, de Diane Hall. Sí, así se llamaba y no es un juego de palabras. El personaje que definió un estilo y al que debe su carrera y su condición de eterno icono del cine, Annie Hall (1977), inolvidable musa alleniana, quien robó el apellido de Diane, que para entonces ya no era ni pareja de Woody, sino mucho más, confidente y amiga.

La carrera profesional de la Keaton es para enmarcar, sus obras son goyas y rembrandts colgadas del palacio de las películas. Con ella murió más que una actriz: desapareció un modelo de mujer. Atrás queda un repóker con las mejores creaciones que uno pueda pensar: la trilogía de El Padrino y su sufridora pero fuerte e independiente Kay Adams, el único personaje de la saga con el que espectador “normal” y “moral” podría conectar, sus colaboraciones con Woody Allen, más allá de su obra maestra, ocho en total, que incluyen joyas como Manhattan (1979), Días de radio (1987) o la deliciosa Misterioso asesinato en Manhattan (1993), buddy movie crepuscular con más química que en un quirófano, hasta convertirse en los últimos años en la reina del lino de Los Hamptons con mansiones curadas por AD en Cuando menos te lo esperas (2003), o la perfecta matriarca, entre mamma italiana pollinácea -¡Porque lo digo yo! (2007)- o conmovedora madre que podía con todo (s) hasta que no pudo más, en la subvalorada La joya de la familia (2005), donde daban ganas de irse a vivir con ella. “¿Vamos a celebrar mi descenso al olvido?”, decía Keaton en uno de sus últimos filmes: ¡Qué equivocada estabas, querida Diane Hall!
Y a estas alturas, que íbamos a acabar el año con nuestras divas ya en casita, va y se muere Brigitte Bardot a los 91 años. Ya hemos glosado su figura por aquí en estos días, pero nunca es suficiente con esta mujer, tan perfecta que ni dibujada, que trascendió su propio mito y se convirtió en una criatura -bellísima, eso sí- ingobernable y contradictoria al mismo tiempo. Si Dios creó a Eva, Roger Vadim creó a la diva. Descanse en paz con sus animalitos.

Brigitte Bardot

Se han ido muchas de nuestras grandes divas de la pantalla. Cada vez nos quedan menos. Por supuesto son todas las que están, pero no están todas las que son. Que 2026 sea un buen año y nos deje disfrutarlas un poquito más. El cielo puede esperar.

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