El lado oscuro del K-Pop: más allá del éxito

Millones de fans no saben que detrás de cada coreografía hay años de disciplina, contratos sin fin y una industria casi esclavista

BLACKPINK (K-Pop) - Cultura
Lisa, Jisoo, Jennie y Rose de BLACKPINK posan en la alfombra roja de los MTV Video Music Awards.
EFE/EPA/JASON SZENES

El fenómeno del K-Pop ha conquistado el mundo. Desde Seúl hasta Nueva York, millones de fans corean los nombres de sus idols y reproducen sus vídeos a diario. Bandas como BTS, BLACKPINK o TXT encabezan las listas globales y llenan estadios en todo el planeta.

Sin embargo, detrás del brillo, las coreografías perfectas y los estribillos pegadizos, se oculta una industria tan poderosa como opaca. Una maquinaria que, según los propios artistas, controla cada aspecto de sus vidas con contratos abusivos, entrenamientos extenuantes y una presión psicológica que roza lo inhumano.

El éxito del K-Pop ha sido posible gracias a un sistema que combina marketing, disciplina y estética. Pero también control, miedo y sacrificio personal. Y eso es precisamente lo que la mayoría de los fans no ve.

Una película que refleja la perfección… pero no la realidad

La reciente película animada K-Pop Demon Hunters, conocida en español como Las guerreras del K-Pop, se ha convertido en un fenómeno mundial. En ella, tres idols del grupo ficticio HUNTR/X compaginan su vida como estrellas con la de cazadoras de demonios. El film ha batido récords de audiencia en Netflix. Y uno de sus personajes más queridos es Bobby, el simpático manager del grupo.

El personaje de Bobby, un hombre nervioso pero amable, representa el estereotipo del manager ideal: alguien que protege y cuida a sus artistas. Pero la realidad es muy diferente. En la vida real, ese tipo de figuras prácticamente no existen. En la industria coreana, los managers suelen ser empleados de las propias discográficas, y su función principal no es velar por el bienestar de los artistas, sino garantizar el cumplimiento de contratos extremadamente restrictivos.

En Corea del Sur, el K-Pop no es solo música. Es una industria nacional que genera miles de millones de dólares cada año y funciona como una herramienta diplomática y cultural. Según Billboard, el volumen de negocio ronda los 2.000 millones anuales. Eso convierte al género en uno de los pilares económicos del país.

Pero ese éxito tiene un precio. Los grupos de K-Pop no surgen de forma orgánica, como ocurre en la mayoría de países occidentales, sino que son productos diseñados desde los despachos de grandes corporaciones. Las discográficas seleccionan a jóvenes promesas desde la adolescencia, los someten a años de entrenamiento y moldean cada detalle de su personalidad y apariencia para convertirlos en ídolos perfectos. A este proceso se le llama industry plant: artistas fabricados a medida.

Contratos abusivos y control total sobre los artistas

En 2017, la Comisión Federal de Comercio de Corea del Sur (FTC) investigó a las principales agencias de representación del K-Pop, entre ellas las gigantes SM Entertainment y YG Entertainment. El resultado fue demoledor: se detectaron decenas de cláusulas “abusivas e injustas” que convertían a los artistas en auténticos esclavos.

Algunos contratos obligaban a los aprendices que abandonaban su formación a pagar más del triple de la inversión que la compañía había hecho en ellos. Una cifra siempre opaca y difícil de justificar. Otros incluían restricciones sobre la vida privada de los artistas: desde sus relaciones sentimentales hasta la posibilidad de visitar a sus propios padres.

La mayoría de estos acuerdos son conocidos como “contratos 365”, ya que afectan a todos los ámbitos de la vida del artista. Las discográficas poseen los derechos de su imagen, de sus redes sociales y de su música. Los idols no son dueños de sus canciones, ni siquiera de sus nombres artísticos.

Testimonios de una industria que exige demasiado

Las denuncias por abuso y sobreexplotación en el K-Pop no son nuevas, pero rara vez salen a la luz. El cantante Taehyun, miembro del grupo TXT, reveló durante una retransmisión en directo que había sido golpeado durante su etapa como aprendiz, cuando aún era menor de edad.

Según su testimonio, las jornadas de ensayo podían durar hasta la madrugada y se repetían cada día, con descansos mínimos y un control absoluto por parte de los entrenadores.

“Nos trataban como si fuéramos piezas intercambiables”, confesó el artista. Su historia no es una excepción, sino una muestra del clima de presión que domina la industria del K-Pop, donde los errores no se permiten y el agotamiento físico o emocional se considera una muestra de debilidad.

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