Sofía Costanza Brigida Villani Scicolone nació en Roma el 20 de septiembre de 1934 y con el tiempo se transformó en Sophia Loren, mito absoluto del cine italiano e internacional. Su vida, atravesada por la guerra y la precariedad, la dotó de una voluntad férrea para superarse que la llevó de los callejones de Pozzuoli a la alfombra roja de Hollywood. En su registro cuenta con más de un centenar de películas, dos premios Óscar y una lista interminable de reconocimientos que hoy, a sus 92 años, siguen brillando como prueba de una carrera irrepetible.
Sofia Loren es un símbolo cultural de una época. Loren desafió los cánones de belleza implantados en Hollywood que premiaba a las actrices teñidas de rubia. Ella rompió barreras lingüísticas cuando nadie creía en los acentos y encarnó con naturalidad la sensualidad apasionada. En palabras de la propia Loren: “Creo que soy un conjunto de muchas irregularidades. Eso es lo que me hace auténtica. La perfección es aburrida”.

De la guerra a la gloria junto a Carlo Pontí
La infancia de Sofía fue dura. Su madre, Romilda Villani, una profesora de piano con aspiraciones truncadas de actriz, crió sola a sus hijas tras el abandono del padre, Riccardo Scicolone. La familia sobrevivió en condiciones precarias durante la Segunda Guerra Mundial. “Crecí con hambre, miedo y sueños —recordó en una entrevista—. Quizás por eso aprendí a desear con tanta fuerza, porque no tenía nada”.
A los quince años, Loren ganó un concurso de belleza en Nápoles. Ese premio, más simbólico que material, abrió la puerta a un mundo que hasta entonces parecía inalcanzable. Trabajó como extra en Cinecittà, hasta que un productor llamado Carlo Ponti, mucho mayor que ella, descubrió en aquella adolescente una fuerza magnética. Él no solo fue su mentor y compañero de trabajo en más de treinta películas, también se convirtió en el gran amor de su vida.

Fue Ponti quien le sugirió cambiar su apellido a Loren, más sonoro para el mercado internacional. Con ‘El Oro de Nápoles’, bajo la dirección de Vittorio De Sica, Sofía dejó de ser una promesa para convertirse en protagonista absoluta.
La década de los sesenta la consolidó como embajadora de la belleza italiana en el mundo. Actuó junto a gigantes como Cary Grant, Frank Sinatra, Paul Newman o John Wayne. Con Grant llegó a tener un breve romance, pero siempre reconoció que su verdadera estabilidad emocional estuvo al lado de Ponti: “Carlo creyó en mí desde el principio. Supo ver lo que yo aún no sabía de mí misma”.
Su complicidad profesional fue legendaria junto a Marcello Mastroianni. Los dos protagonizaron escenas marcadas en la memoria del cine, como el famoso striptease en ‘Ayer, hoy y mañana’ (1963). “Con Marcello había algo especial, no hacía falta hablar demasiado. Nos entendíamos con una mirada”, confesó ella.
Y llegó el Oscar
El punto de inflexión llegó en 1960, cuando interpretó a Cesira en ‘Dos Mujeres’, de Vittorio De Sica. Por ese papel ganó el Óscar a la mejor actriz, el primero otorgado a una interpretación en lengua no inglesa. Sofía no asistió a la ceremonia. “Tenía miedo de desmayarme de la emoción” confesaría después. Ese galardón marcó su carrera, y abrió el camino para otras actrices europeas en Hollywood.
Con el tiempo, sumó a sus vitrinas 2 Óscar, 11 premios David di Donatello, 5 Globos de Oro, la Palma de Oro de Cannes, el León de Oro de Venecia, un César, un BAFTA y el reconocimiento del American Film Institute, que la incluyó entre las 25 actrices más grandes de todos los tiempos.
En 1991 recibió el Óscar honorífico por una trayectoria “rica en interpretaciones memorables que han añadido un brillo permanente a nuestro arte”. Y en 2021 volvió a ganar un David di Donatello por ‘La vita davanti a sé’, dirigida por su hijo Edoardo Ponti. “El cine es mi vida. Sin él, no sabría respirar”, dijo al recoger aquel premio.
Más allá del mito
Lo que siempre ha fascinado de Loren, ha sido su manera de combinar glamour con autenticidad. Nunca quiso ser una muñeca decorativa. “Yo quería ser actriz para trascender, para ser alguien en un mundo en el que era fácil desaparecer. La belleza abre puertas, pero si detrás no hay carácter, esas puertas se cierran rápido”.
Sofía se describe como obstinada, apasionada y profundamente familiar. Fue madre de dos hijos, Carlo y Edoardo, y siempre confesó que su mayor orgullo no son sus premios, sino su familia: “Estoy loca por mis hijos. La maternidad me dio la serenidad que Hollywood nunca pudo darme”. De Ponti, su compañero de toda la vida, sigue hablando con ternura. “He tenido la suerte de conocer el amor verdadero. Extraño a Carlo cada día, pero lo llevo conmigo en cada cosa que hago”.
A sus 92 años, Loren sigue siendo un referente de elegancia y vitalidad. Retirada de los focos, todavía se asoma al cine cuando encuentra un proyecto que la emociona. Su rutina está llena de placeres sencillos como leer guiones, escuchar música clásica o cuidar de su jardín. “Un amanecer luminoso, una buena conversación con mis hijos, eso es la felicidad”, afirma.
Con el cine contemporáneo se muestra crítica. “Echo de menos las buenas historias. Hoy hay demasiado sexo y violencia, y no siempre al servicio de un guion sólido”. También se aferra a valores que considera esenciales. “La familia es el último bastión contra los males de nuestra sociedad”. La fe y la espiritualidad, aunque discretas, han sido una constante en su vida. “Soy religiosa, pero mi diálogo con Dios es algo íntimo, no necesito hablar de ello. Lo importante es mantener la esperanza”.
El secreto de su eterna belleza
Muchos la han considerado un canon absoluto de feminidad. Ella, con humor, lo relativiza. “Lo que hace atractivo a un hombre o a una mujer no se puede definir. Puede ser incluso alguien feo según las reglas clásicas de la belleza. Mi abuela siempre decía: “lo bello es lo que gusta”. Su receta de eternidad no se encuentra en una dieta ni en un truco estético, sino en su manera de habitar el mundo. “He sido siempre honesta con mis sentimientos, he mantenido viva mi curiosidad y nunca he dejado de soñar”.
Sofia Loren pertenece a esa estirpe de divas cuya luz no se apaga con los años. Un testimonio de cómo ser mujer envejeciendo con dignidad. “No tengo muchos remordimientos. Tal vez lo único que lamento es la gloria de la juventud fresca. Pero cada etapa tiene su belleza. Yo he aprendido a vivir en paz con mi pasado, y a mirar siempre hacia adelante”.