La resaca de Eurovisión empieza a ser un déjà vu tan cansino como la pregunta que precede a cada cambio de hora (¿entonces, dormimos una hora más o menos?), o a si se toman las uvas con una cadena u otra. Por no hablar de quién paga la cuenta en el bar, ese “quita, ya pago yo”, pero nadie se lleva la mano al bolsillo.
La diferencia es que Eurovisión no admite bromas porque lo que suele entrar en liza son tragedias humanas y quien juega con ellas convierte el festival en un polvorín con dimensiones geopolíticas. Ha sido así desde hace décadas y hay grupos políticos, cadenas de televisión o países enteros que toman un escaparate de 163 millones de personas como pretexto más que suficiente para romper las reglas y plantar su bandera o mensaje. Y si alguien rechista, sale a relucir esa vez que Georgia fue vetada, Rusia expulsada, Turquía boicoteada o Serbia sancionada. Es decir, un lamentable “y tú más” de patio de colegio.
En 2024, Israel fue obligada a cambiar la letra por referencias al ataque del 7 de octubre. Esta vez la propuesta presentada, New Day Will Rise, también aludía al conflicto, pero desde un enfoque esperanzador. Y por poner una nota picante al asunto, la candidata finesa se ha visto forzada a poner al socaire sus vergüenzas y restar carga erótica a su coreografía.
Pero la controversia en esta última edición no han sido las nalgas de la cantante de Finlandia, sino Israel. Eurovisión es universal y neutral políticamente. ¿Lo es? ¿Quién tensó la cuerda? Más de 70 exconcursantes publicaron una carta reclamando la expulsión de Israel por considerarlo “cómplice de genocidio” en Gaza. Entonces, ¿es una guerra de banderas? ¿Y quién decide qué es ético, qué mensajes aparecen velados o quién se puede permitir hacer propaganda en un sentido u otro?

Lorenzo Ruiz, padre de Melody, se ha quejado porque los países vecinos o simpatizantes entre sí se favorecen entre ellos o de que el televoto se emite por razones políticas más que por la calidad musical. Tendrá o no razón, incluso sería ingenuo pensar que el arte está libre de expresión política. Lo importante es valorar cómo se mueven los hilos de ese patrón.
Centrémonos en España. RTVE, el ente público encargado de retransmitir el evento, rompió la neutralidad política exigida por Eurovisión lanzando un mensaje en letras blancas a favor de Palestina antes de su emisión: “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Paz y Justicia para Palestina”. Debajo, el mismo texto en inglés.
Hizo caso omiso a la advertencia por parte de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del festival, de posibles sanciones si se repetían comentarios políticos sobre Gaza, después de que en la semifinal sus locutores cuestionasen la participación de Israel. “Se prohíben las declaraciones políticas que puedan comprometer la neutralidad del concurso”, recordó la UER en un comunicado. Y añadió que “las cifras de víctimas no tienen cabida en un programa de entretenimiento apolítico”.

Son normas fijas y están aprobadas por el Grupo de Referencia, que es el comité ejecutivo que controla y guía el festival. Además, se pueden descargar en la web de Eurovisión. En su Código de Conducta y en el Deber de Diligencia, aparece el comportamiento ante cuestiones políticas y la posibilidad de sancionar en caso de infracción. La idea es no desviar la atención de lo meramente artístico.
La burla por parte de la televisión pública encontró la respuesta airada de muchos ciudadanos. También la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, expresó su estupor a través de su cuenta en X: “Ya nos gustaría ver a los del numerito de Eurovisión (de) RTVE con Israel decir algo del terrorismo, o de la ejecución o encarcelación a homosexuales en países musulmanes”. Añadió que “RTVE en esta gala es, de lejos, la más secuestrada por la politización bochornosa de todo lo público en manos de su gobierno. Síntoma de debilidad y decadencia, de régimen”.
Con el ambiente caldeado, la siguiente controversia llegó hacia la una de la madrugada durante la emisión del festival, cuando se conocieron los resultados del televoto, el recibido por los espectadores. A esa hora, Austria encabezaba la lista y Melody se situaba ya en penúltima posición. Minutos después, Israel se colocó en primer lugar, con más de 350 votos, aunque finalmente Austria se alzó ganadora de Eurovisión 2025 con un total de 436 puntos.

A la decepción le siguió una acalorada polémica iniciada por RTVE, que, paradójicamente, pide ahora abrir un debate sobre si los conflictos bélicos condicionan el televoto en Eurovisión. El ente público va a solicitar a la UER una auditoria para investigar el televoto español, que otorgó su máxima valoración a la representante israelí. La delegación española pide saber también cómo se ha distribuido el voto español. Es decir, cuántos recibió cada país en España. Ahora mismo, solo puede conocerse, si se solicita a la organización, la cantidad de votos que ha habido y cómo se han hecho.
La extrañeza de RTVE viene del apoyo del voto popular a Israel en los dos últimos años, un país cuyo Gobierno admitió que ha intervenido de forma activa en la consecución de votos favorables. Por otra parte, según denuncia RTVE, los periodistas españoles habrían sufrido trabas por parte de la organización para hacer su trabajo en el centro de prensa de Basilea.

Lo que queda claro es que, a pesar de los códigos de conducta, Eurovisión ha tenido y tiene grietas suficientes para que actuaciones muy bien ejecutadas, como la de Melody, independientemente del resultado, queden empañadas por quienes tratan de dirigir en un sentido u otro el criterio del telespectador.