Desde tiempos antiguos, las sirenas han sido vistas como criaturas peligrosas y seductoras, culpables de desviar a los hombres de su camino. Pero Sirens, la serie creada por Molly Smith Metzler, propone algo muy distinto: ¿y si las sirenas no fueran monstruos, sino mujeres mal interpretadas, poderosas y heridas, buscando simplemente ser escuchadas? En este universo audaz, Julianne Moore interpreta a Michaela “Kiki” Kell, una figura hipnótica y enigmática, que parece más bien una sirena del presente: elegante, carismática y silenciosamente devastadora.
Con una historia que mezcla humor oscuro, poder femenino y vínculos complejos, Sirens nos invita a mirar más allá del mito. Hablamos con Julianne Moore sobre lo que la llevó de nuevo a la televisión, cómo se construyó la intensa relación entre Kiki y Simone (interpretada por Milly Alcock), y por qué tal vez el verdadero monstruo… sea el sistema que habitamos.
Se te conoce principalmente por tu trabajo en cine, pero ¿qué fue lo que te atrajo de esta serie para volver a la televisión?
Bueno, no creo que me atraiga especialmente un medio en particular. Siempre me fijo en la historia y los personajes. Y eso fue lo que me atrajo de Sirens. Molly creó un mundo maravilloso, oscuro y cómico a la vez, con personajes geniales, sobre todo femeninos. Eso fue lo que realmente me atrapó.
Eso suena a que te atrajo la fuerza inherente del personaje.
Exacto. Y siempre es la escritura. De verdad. Mucha gente me habla de “historias”, pero yo no busco tanto una trama como personas. Lo que me interesa es cómo se relacionan entre sí. No me importa si escalan una montaña y plantan una bandera. Me interesa qué los mueve, cómo se conectan. Y Sirens tenía todo eso.
La relación entre tu personaje y Simone, el personaje de Milly Alcock, es intensa e íntima. Casi parece que Michaela la tuviera hechizada. ¿Cómo prepararon esa relación tan central para la serie?
Molly y yo hablamos mucho sobre esa relación. Sobre las necesidades de Michaela, sobre por qué tiene a una asistente tan cercana, qué la atrae de alguien tan joven y aún sin definir. Michaela está muy aislada y sola, y eso crea esa intensidad. Es una relación inapropiada, una mujer con una vida hecha cuya mejor amiga es su asistente. Pero trabajar con Milly fue un sueño. Es tan talentosa, tan abierta emocionalmente. Me resultó muy fácil conectar con ella… y también con Megan.

La mitología es clave en la serie. ¿Cómo crees que se manifiesta en los personajes? ¿Por qué crees que las sirenas siempre se muestran como asesinas?
¡Porque están furiosas! (Ríe). Todo lo que sabemos de las sirenas lo sabemos por los marineros. Ellas no tienen su propia historia. Solo escuchamos la versión de los hombres. ¿Y si ser sirena no es ser un monstruo? ¿Y si solo son inteligentes, o están pidiendo ayuda? Tal vez su canción no intenta matarte. Tal vez significa otra cosa. Eso me abrió la puerta al personaje. Me gusta cómo la serie cuestiona por qué las vemos como monstruos. ¿De quién es esa perspectiva?
Además, me parece muy revelador ese tropo del hombre que dice: “Ella me arruinó la vida”. Dejé a mi familia por esta mujer y me destruyó. Y pienso: “¿Seguro? ¿O tomaste tú la decisión?” En la serie, todas estas mujeres están atrapadas en una estructura donde otros las culpan. Pero si analizas más a fondo… te das cuenta de que los hombres también eligen. Ellos también tienen agencia.
¿Te inspiraste en alguien para construir a Kiki?
No. El personaje estaba clarísimo en el guion, y eso fue lo que seguí. Me interesaba cómo nuestra perspectiva sobre ella cambia con cada escena. Al principio, hay una distancia, hasta algo cómico en su comportamiento. Pero poco a poco descubres su verdadero dilema. Su progresiva pérdida de autonomía. Esa sensación de haber renunciado a tanto, de haberse vaciado. Creo que eso le puede pasar a cualquiera. Piensas: “Si quiero esto y me piden que lo deje, tal vez lo haga”. Cuando ves lo que pierde, lo que entrega, te das cuenta de que su poder no es tan sólido como parece.
Tu personaje nunca alza la voz, pero domina cada espacio. ¿Cuál fue la clave para interpretar ese tipo de autoridad silenciosa?
El dinero te da poder. Ella no tiene que hacer nada para llamar la atención porque todo a su alrededor ha sido construido por ella. Solo con aparecer, ya lo controla todo. Es una mujer muy segura porque siempre ha estado en el centro. Pero más adelante descubrimos que, en realidad, es impotente. Porque aunque parezca tener el control, sigue siendo la segunda dentro de la jerarquía del dinero.

La verdadera sirena… ¿es el capitalismo?
¡Sí! Exactamente. (Ríe). La sirena principal es el capitalismo.
¿Qué crees que revela interpretar a alguien como Michaela sobre cómo la sociedad ve a las mujeres poderosas?
No sé si Michaela desafía las expectativas desde el principio. Creo que eso es lo que Devon ve al conocerla: ve lo que quiere ver. Alguien poderosa, peligrosa, manipuladora, incluso bruja. Pero con la serie entendemos que las mujeres son mucho más complejas que esos clichés. El poder de Michaela es precario. No le pertenece. Y eso refleja cómo funciona el poder en nuestra sociedad: jerarquías dominadas por dinero, por estructuras patriarcales.
También me parece importante cómo demonizamos a las mujeres que ocupan espacios de poder, o que simplemente lo proyectan. Y eso no es culpa de ellas, sino del sistema que nos ha enseñado a verlas así.
Michaela e Ingrid, el personaje de tu película La habitación de al lado, tienen en común una transformación. ¿Ves alguna conexión emocional entre estos papeles? ¿Te influye un personaje al abordar el siguiente?
Cuando la gente conoce tu obra, cuando ha visto varios de tus trabajos, empiezan a notar patrones, y yo también los empiezo a ver. A veces lo que haces después está influido por lo que acabas de hacer. No es que busques repetir, pero algo se queda contigo. Aunque no veo una conexión directa entre Ingrid y Michaela, es cierto que acababa de hacer La habitación de al lado cuando empecé Sirens. Esta serie tiene un tono cómico que la película no tenía.
Y claro, siempre llevas tu propio cuerpo de un personaje a otro. Tu cara, tu pelo, tus gestos. Eso deja un rastro. Como un caracol. Hay una baba emocional que une a los personajes. Y quizás por eso sentimos que hay un hilo, aunque no siempre sea consciente.