Torre Pacheco se recompone: “El pueblo está roto física y emocionalmente”

Una semana después del estallido social, Artículo14 testa el ambiente con las voces de sus protagonistas. Reivindican su diversidad y atribuyen todo lo ocurrido a gente de fuera

Las persianas están bajadas y las calles vacías, como cada canícula en Torre Pacheco. Con esa luz amarillenta que lo envuelve todo y el calor húmedo que se pega a la piel, como siempre. Como antes de que apalizaran a Domingo y estallara el polvorín que ninguno vio venir. O al menos no hasta el punto de encerrarse en casa y observar lo que pasaba en sus calles con la televisión encendida. “¡Contad la verdad!”, clamaban algunos desde sus balcones al paso de los periodistas. Desde que hace ochos años murieron cinco jóvenes en un choque frontal en la carretera, y la tragedia atrajo los focos, no habían vuelto a tener tanta atención mediática. Sienten que se les ha tratado injustamente y temen que durante un tiempo les persiga “la mala fama, que ni hemos buscado ni fomentado”, se quejan.

El primero, el propio Domingo. Nunca señaló a sus convecinos. Y en todo momento rechazó convocatorias a la “cacería antiinmigrantes” en su nombre. Ahora le quedan revisiones médicas, y el proceso judicial contra sus presuntos agresores. De los tres, uno de ellos está en prisión provisional sin fianza. Los otros salieron desorientados del juzgado, recorriendo con el auto de libertad en mano las calles revueltas a raíz de su intempestiva presencia. Cada quince días tendrán ahora que comparecer, acusados del delito de omisión de socorro.

Sofía Albadalejo acaba de denunciar las amenazas sufridas estos días. Pachequeña de nacimiento, a sus 23 años lleva cinco con su pareja, marroquí de segunda generación. Antes salían de la mano por las calles de Torre Pacheco, como una pareja más del crisol de nacionalidades de la localidad. “Siempre había algún comentario inoportuno (racista), que escuchábamos tanto él como yo”, reconoce. Pero esta semana incluso han intentado sacarla de la carretera. Para ella, el jarrón está roto. No en cachitos; sí lo suficiente como para temer que cueste recomponerlo: “Temo que esto a la larga deje secuelas, porque el pueblo se ha roto física y emocionalmente”.

Se ha vaciado antes de tiempo. “A estas alturas del verano, se nota la fuga de vecinos. Por vacaciones o porque es tal el calor que se mudan a sus casas de la playa”, atestigua Lorena. Trabaja en la Confederación de organizaciones empresariales, su presidente Julián Pedreño ha sufrido el rastro del odio en su restaurante: “El martes por la mañana me llamó un amigo para avisarme de que había visto la fachada pintada”. Con spray rojo le escribieron ‘putas y racistas’” sobre la pared blanca de su Athabasca y le marcaron el coche de empresa. Pedreño asume que el arreglo no tiene a quién reclamárselo: “Es como si nos cae una granizada de repente. Los comerciantes tenemos que estar preparados para ello”. El roto en la caja del mes ha sido notable.

A Carmen Verónica le anularon de golpe las citas de toda la semana en el centro de estética: “Sobre todo de clientela de fuera, de otras pedanías. Los de aquí sabían que al menos las horas de luz podíamos hacer vida normal”. Con la oscuridad brotaban los temores. “Algunas de mis clientas me han contado que sus maridos las recogían al salir del trabajo, por miedo a ir solas”. El único miedo de Carmen era que le entraran en su local. Se planteó quedarse de guardia. “No he pegado ni una noche hasta ahora. De hecho, a la manifestación del viernes me llevé las llaves encima, lo que nunca hago por si las pierdo o me las roban. No pensaba perder de golpe todo el trabajo de mi vida por unos descontrolados”.

Hassan, dueño del kebab destrozado la noche del domingo sabe bien cómo actúan. No ha podido abrir desde el asalto a su local con trabajadores dentro. Por suerte, ninguno terminó herido, pero unos treinta energúmenos armados con machetes y palos arramplaron con todo lo que pudieron en cuestión de minutos. Su negocio está justo en la frontera con el barrio de San Antonio. Los ultrarradicales no se adentraron más allá, en el territorio de mayoría marroquí. Allí Mariano y Flori resistieron sin cerrar la carnicería que regentan en pleno centro de la zona cero: “No temíamos a los energúmenos de fuera y mucho menos a nuestros vecinos, con los que nunca hemos tenido ningún problema”. Les incomoda la imagen enfrentada que ha trascendido esta semana y enseguida cortan cualquier conversación. Es una dinámica repetida. En Torre Pacheco sienten que “otros” han querido usarlos como laboratorio del odio. La duda que les queda está aún por resolver: ¿a cuántos habrá infectado el virus?

Por ahora, la Guardia Civil confirma que mantendrá el dispositivo policial con más de un centenar de agentes vigilantes sobre el terreno.

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