El 24 de enero de 1975, Keith Jarrett dio un concierto de piano en la Ópera de Colonia (Alemania). El concierto duró poco más de una hora, fue totalmente improvisado y se grabó y dio como resultado un disco doble, The Köln Concert, publicado meses más tarde. Durante mucho tiempo, el pianista ha despreciado la que sin duda es su obra más conocida, y ha llegado a afirmar que le gustaría destruir todas las copias existentes. Sea como sea, a día de hoy sigue siendo no solo el álbum solista más vendido sino también el álbum de piano más vendido en toda la historia del jazz. Y, al escucharlo, queda claro por qué. Es música exultante pero relajante, arremolinada y transportadora, espiritual y trascendente. Un pasaporte al éxtasis.
El biopic Köln 75 cuenta la historia de ese concierto, de cómo estuvo a punto de no suceder y cómo, incluso cuando quedó claro que sí sucedería, varios factores apuntaron a que sería un desastre. Pero aunque Jarrett es uno de sus personajes, la película en realidad trata de todo lo que sucedió con anterioridad a su actuación; de hecho, a lo largo de su metraje no se oye ni una nota de su música. En sus primeros compases, cuando un narrador compara el sonido del pianista improvisando con la imagen de Miguel Ángel pintando el techo de la Capilla Sixtina, e imagina al italiano sumido sobre el andamio, añade: “El tema de esta película es el andamio”.
Más concretamente, el asunto central de esta película liviana y a menudo jocosa es el espíritu rebelde representado por Vera Brandes (Mala Emde), la joven de 18 años que organizó el evento y lo promocionó superando una sucesión de crisis y que, en un momento crucial, convenció a Jarrett para que lo celebrara después de que él hubiera decidido cancelarlo. Y, mientras la contempla, el director Ido Fluk también recuerda la cultura juvenil alemana de mediados de los 70, heredera de las protestas estudiantiles de los 60 y contagiada de la urgencia contracultural encarnada tanto por bandas musicales como Can o Floh de Cologne como por los cineastas representantes del Nuevo Cine Alemán.

Según sostiene Köln 75, Vera pasó de ser una simple groupie a convertirse en empresaria musical cuando el saxofonista británico Ronnie Scott quedó tan prendado de ella que le pidió que le organizara una gira por Alemania, y aprendió el negocio sobre la marcha a base de pedir y suplicar sin dejar de mantener la cabeza alta en una industria eminentemente masculina. Su primera conexión con Jarrett tuvo lugar cuando asistió a un concierto en Berlín y se quedó atónita al verlo balanceándose y meciéndose sobre el teclado, entrando en comunión con el instrumento mientras su rostro registraba cada acorde a través de gestos que sugerían al mismo tiempo gozo y tormento.
Tras convencer al director de la Ópera colonesa para que permitiera a Jarrett actuar en su escenario, logró que su madre le prestara los 10.000 marcos necesarios para alquilar la sala a cambio de prometerle que o bien se los devolvería o bien dejaría el negocio de la música. Pero su gran problema sucedió cuando, exhausto y azotado por fuertes dolores de espalda después de dar un concierto en Suiza y pasarse toda la noche viajando en coche a lo largo de 500 kilómetros desde Suiza hasta Colonia, el músico comprobó que el instrumento que le esparaba allí no era el Bösendorfer Imperial que él había pedido sino un piano para ensayos averiado y desafinado. Su primera reacción fue rotunda: no iba a actuar. Entonces Vera le dijo que, si se limitaba a sentarse y tocar, dejaría claro que la necesidad es la madre de la inventiva. Y, gracias a sus dotes de persuasión, logró hacer historia en el jazz.
Köln 75 se sirve de una narración no lineal y sucesivas rupturas de la cuarta pared para mantener la atención del espectador y, aunque no da muestras de la confianza narrativa necesaria para exhibir el tipo de imprevisibilidad que define el mejor jazz, aun así es una película generosa y llena de encanto que, además, demuestra cómo dejarse llevar por las propias pasiones frente a cualquier obstáculo puede transformar por completo la vida de una persona. Tras aquella noche mágica, después de todo, Brandes siguió una formidable carrera, de promotora de conciertos a productora discográfica, jefa de su propio sello, académica y hasta terapeuta musical.