Antes de que The Last of Us revolucionara el imaginario colectivo con su visión de un apocalipsis íntimo y emocional, ya existía una novela que anticipó muchas de sus claves narrativas con una crudeza y originalidad sorprendentes. Los recolectores de suicidas, escrita por David Oppegaard en 2008, es uno de esos libros invisibles que merecen ser redescubiertos.
Aunque pasó casi desapercibido para el gran público, Los recolectores de suicidas es, en esencia, una obra de ciencia ficción sombría, profunda y devastadora que podría considerarse el eslabón perdido entre La carretera de Cormac McCarthy y la odisea emocional que plantea la saga de Naughty Dog.
Desde sus primeras páginas, Los recolectores de suicidas sumerge al lector en un mundo colapsado por una epidemia sin precedentes. No es un virus zombi ni una catástrofe climática lo que arrasa a la humanidad, sino algo mucho más sutil y aterrador: una ola de desesperación que lleva a la mayoría de la población mundial al suicidio.
Una plaga invisible que arrastra a la humanidad
En Los recolectores de suicidas, David Oppegaard diseña un mundo donde la “Desesperación”, una suerte de plaga emocional, se expande sin causa aparente ni explicación científica. El protagonista, Norman, es un joven superviviente marcado por la pérdida y el miedo. Norman vaga por un paisaje americano devastado en busca de respuestas. Esta ambientación y ese tono emocional recuerdan de inmediato a The Last of Us. Pero con un enfoque aún más introspectivo y literario.

Lo que hace diferente a Los recolectores de suicidas es su aproximación poética al desastre. La novela no se regodea en la violencia o en la espectacularidad del colapso, sino que se instala en el duelo, en el vacío, en esa melancolía profunda que caracteriza también al viaje de Joel y Ellie. La Desesperación, en la obra de Oppegaard, es tan contagiosa como un hongo. Tan devastadora como una explosión nuclear, pero totalmente intangible.
De la ciencia ficción al existencialismo
Aunque Los recolectores de suicidas se inscribe en el género de la ciencia ficción, sus ambiciones van mucho más allá de la narrativa especulativa tradicional. Como en The Last of Us, aquí lo importante no es el apocalipsis en sí, sino la forma en que los personajes lidian con el dolor, la pérdida y la supervivencia.
Norman, acompañado de un grupo de supervivientes tan rotos como él, emprende una peregrinación hacia lo desconocido, perseguido por unas criaturas misteriosas —los recolectores— que aparecen tras cada suicidio y se llevan los cuerpos de los muertos.

Este elemento sobrenatural aporta una dimensión inquietante que recuerda a los momentos más oscuros del videojuego. Pero donde The Last of Us se apoya en una amenaza biológica concreta, Los recolectores de suicidas prefiere el misterio, la alegoría y la ambigüedad.
La novela se convierte así en un espejo de las enfermedades mentales, del duelo no resuelto, del suicidio como epidemia silenciosa. No en vano, el propio título resuena como una advertencia y como una imagen perturbadora: ¿qué o quién se alimenta del dolor humano?