Si las mujeres ya tenemos difícil prosperar en la mayoría de las profesiones en las mismas condiciones que nuestros compañeros, hacer carrera militar es una misión imposible. En las Fuerzas Armadas españolas la presencia de mujeres es un 13,2%, según el Informe del Observatorio Militar de la Igualdad en 2024 y en la Guardia Civil no llega ni al 10%. No solo somos pocas, sino que además tenemos que lidiar con los obstáculos que, deliberadamente, nos ponen ellos. Mientras que en otros ámbitos laborales las dificultades vienen dadas por los sesgos culturales que suelen ser inconscientes, en el ejército se suma la voluntad patente de expulsar a las mujeres.
Para las militares lo del techo de cristal es una quimera. Ni lo ven ni lo esperan. Las estrategias para echarlas son parte de su rutina diaria. Acciones silenciosas, continuadas, encubiertas por el entorno, de las que quizás no dejan secuelas físicas, pero sí hacen mella en la paciencia y la salud de quienes las sufren. El ejército sigue siendo un lugar para machos y cualquier intrusa que se atreva a transgredir esta norma será perseguida y abatida.
Los casos de denuncia de acoso sexual, acoso laboral y violencia de género por parte de las mujeres dentro de los cuerpos militares sí son numerosos, pero las condenas prácticamente nulas. Entre 2022 y 2023, de las 84 denuncias por acoso sexual recibidas por la UPA (Unidad de Protección ante el Acoso de las Fuerzas Armadas españolas) no hubo ni una sola condena. Un organismo que nace para apoyar a las mujeres víctimas de acoso sexual y de género, pero cuya única función hasta la fecha ha sido la de figurar. La mayoría de las mujeres que sufren este acoso machista ni si quieran llegan a interponer la denuncia. Los ejemplos fallidos de las que denunciaron antes que ellas, las advertencias del entorno y las consecuencias, aún peores, que puede desencadenar levantar la voz, son razones de peso para mantenerlas con la boca cerrada y sin remover nada.
Algunas, las más valientes o las que pueden, luchan por ellas y por todas. Como es el caso de la capitana Lourdes Cebollero, con otra denuncia que se suma al montón de las archivadas, sin posibilidad de recurrir y pasando de ser víctima a demandada por injurias, calumnias y denuncia falsa. O la excabo del Ejército del Aire Teresa Franco, que denunció a su superior por faltas de respeto, vejaciones y trato discriminatorio durante cuatro años y a la que arrestaron unas seis veces, pasando 33 días encerrada. En todos estos casos el patrón se repite: ellos salen absueltos y ellas sufren un acoso continuado para que se den de baja: castigo del entorno, bulling, amenazas, situaciones límite, sanciones continuadas. Tras pasar por todas estas torturas y agotadas psicológicamente llegan los informes médicos (trastornos psicofísicos, depresión, baja psicológica…) que confirman lo que sus compañeros han estado buscando: constatar que son ellas las que están locas y no son de fiar.
Los casos de estas mujeres también sirven para alejar a todas aquellas que se estén planteando hacer carrera en el ejército. Queda demostrado que es un entorno hostil para ellas, donde no son bienvenidas ni tampoco van a ser bien tratadas. Precisamente una formación social que se debe regir por el honor, la ética y la justicia es donde aún hay más machismo, más violencia y más parcialidad.
Gracias Lourdes, gracias Teresa y gracias a todas las mujeres que intentáis abriros paso dentro del entorno militar. No hay currículum más ejemplar que vuestra lucha por la igualdad.