En la escena final de Billy Elliot, la película dirigida por Stephen Daldry en el año 2000, el niño protagonista, ya convertido en adulto entra en escena en un teatro abarrotado mientras de fondo suena El lago de los cisnes de Chaikovski. Este es un momento liberador en la cinta, catártico, el punto álgido reconfortante y de emoción total en el que el protagonista concluye su viaje. En esa imponente imagen de Billy saltando, con una cálida luz iluminándolo por detrás, el actor que lo interpreta es el bailarín Adam Cooper. Quizá no sea tan sonado por nombre, sin embargo, fue el titular de la versión que realizó Matthew Bourne en 1995 y que ahora llega al Teatro Real de Madrid.
Estrenada en el Sadler’s Wells de Londres con la compañía de Bourne, New Adventures, esta versión se convirtió rápidamente en todo un clásico. Sustituyendo a la mítica imagen de un grupo de bailarinas delicadas, con tutú blanco y zapatillas de punta que flotan sobre el escenario con cautela, Bourne revolucionó el ballet con un espectáculo en el que daba la vuelta al rol masculino y aunaba fuerza y vigor con delicadeza y elegancia.

Tras haber conseguido multitud de galardones internacionales, entre ellos el premio Olivier a la mejor nueva producción de danza y tres premios Tony (mejor director de musical, mejor coreografía y mejor diseño de vestuario), El lago de los cisnes: la nueva generación” llega a Madrid con ocasión de su 30 aniversario. La obra podrá disfrutarse en el Teatro Real en cinco funciones, los días 19, 20 y 21 de noviembre a las 19.00 horas, y el 22 a las 12.30 y a las 18.00 horas.
La reinvención de un clásico
La obra de Bourne desafía todas las normas establecidas en el ballet clásico con una audacia pocas veces vista. Los cines de esta adaptación se presentan con cuerpos masculinos con el torso desnudo, subvirtiendo no solo el icono de la obra original, sino también la idea que se tiene en el mundo del ballet de los roles de género. La mencionada escena de Billy Elliot coge incluso más importancia teniendo en cuenta que la actualización pretendía hacer lo mismo que se propuso la obra: mostrar a muchos chicos jóvenes que la posibilidad de bailar no era remota, sino que estaba al alcance de su mano.

Lógicamente, esta adaptación supone cambios sustanciales en la narrativa de la obra original. La princesa encantada es sustituida por un joven y atormentado príncipe, atrapado entre las presiones del deber, el protocolo y la exposición pública, mientras busca, de forma desesperada, el reconocimiento y el afecto de su madre, la reina. En ese proceso encuentra un cisne y un forastero, que parecen poseer lo que él anhela: libertad, poder, confianza, sensualidad y afecto. El drama se convierte en un análisis de la masculinidad en la sociedad actual, con una historia bella y radical y una reflexión sobre los anhelos y deseos en un mundo de represión.
Aunque la partitura de Chaikovski sea exactamente la misma, sobre el escenario todo es nuevo. Tanto por los intérpretes masculinos como por el impactante decorado, el imaginativo vestuario de Lez Brotherston y la iluminación de Paule Constable, cuyas luces sacan a escena tanto lo escondido como lo que está a flor de piel, usando luces estroboscópicas e incluso efectos pirotécnicos. El Lago de los Cisnes: La Nueva Generación supone un desafío transgresor y vivo, que actualiza el lenguaje del ballet para conectar con un público joven, dentro y fuera del ámbito de la danza.


