Gafas violetas

‘Mad Men’: misoginia, maltrato, techo de cristal y silenciamiento de las mujeres

Vista con las gafas del feminismo, la serie de Matthew Weiner deja de ser un relato nostálgico sobre genios creativos y se convierte en una radiografía sobre el patriarcado

Un hecho por delante: Mad Men es una de la mejores series de la historia. Desde su estreno en 2007, fue celebrada como una obra maestra de la televisión por su elegancia formal, su rigor histórico y su retrato melancólico de la publicidad en los años sesenta. Trajes impecables, oficinas llenas de humo, whisky a media mañana y hombres brillantes capaces de convertir cualquier producto en una promesa de felicidad. Sin embargo, bajo esa superficie estilizada, la serie siempre contó otra historia menos cómoda: la de las mujeres que sostienen ese mundo sin poder habitarlo plenamente. Vista hoy, con una sensibilidad feminista más afinada, Mad Men se revela como una disección minuciosa del coste que el sueño americano tuvo —y sigue teniendo— para ellas.

El universo de Sterling Cooper está organizado jerárquicamente desde el primer plano. Los hombres crean, deciden y firman; las mujeres ordenan, corrigen, escuchan y esperan. Las secretarias no son un fondo neutro: son el engranaje invisible que permite que la maquinaria masculina funcione. Peggy Olson (la inigualable Elisabeth Moss) entra en la agencia como secretaria y su ascenso a copywriter no es un gesto de meritocracia limpia, sino una travesía plagada de humillaciones, silencios forzados y concesiones. Su talento existe, pero debe ser validado por hombres que nunca cuestionan su propio derecho a estar ahí.

Don Draper (John Hamm) y Betty Draper (January Jones) en una escena de 'Mad Men'
Don Draper (Jon Hamm) y Betty Draper (January Jones) en una escena de ‘Mad Men’

Peggy encarna una de las grandes tensiones de la serie: la promesa de emancipación frente a la penalización constante por ejercerla. Cada avance profesional tiene un coste íntimo. La maternidad se convierte en obstáculo, la ambición en rasgo antipático, la autoridad en rareza. Y para su desgracia en un mundo superficial y cosificador, ella no cumple con el canon estético, lo que le habría facilitado el acceso. Peggy puede escribir grandes campañas, pero nunca deja de ser observada como una anomalía. Mad Men no romantiza ese camino: muestra con crudeza cómo el sistema permite excepciones sin alterar la estructura.

Frente a ella, Joan Holloway (Joan Harris) representa otra forma de supervivencia femenina dentro del patriarcado. Joan entiende el poder que le otorga su cuerpo en un entorno que la reduce a él, y lo utiliza con una lucidez que a menudo ha sido malinterpretada como frivolidad. La serie es especialmente dura al mostrar cómo ese capital erótico, lejos de garantizar seguridad, se convierte en un callejón sin salida. Cuando Joan cruza la línea y accede a una sociedad que la explota sexualmente, el pacto queda claro: el sistema no castiga el abuso, lo integra. Su ascenso no es una victoria, sino una prueba de hasta qué punto el poder masculino puede comprarlo todo.

Joan Holloway (Joan Harris) y Peggy Olson (Elisabeth Moss) en la serie 'Mad Men'
Joan Holloway (Joan Harris) y Peggy Olson (Elisabeth Moss) en la serie ‘Mad Men’

Betty Draper (January Jones), por su parte, encarna la jaula dorada del ideal femenino de posguerra. Educada, bella, frustrada, atrapada en una casa perfecta que funciona como espacio de confinamiento. Betty no es una víctima ingenua, sino una mujer a la que se le ha prometido que la felicidad llega cumpliendo un guion que nunca fue escrito para su bienestar. Su malestar, medicalizado y ridiculizado, es una de las críticas más claras de la serie al modelo de esposa y madre como destino natural. Mad Men muestra cómo el sufrimiento femenino se patologiza mientras el masculino se celebra como crisis existencial.

Lo interesante de la serie es que nunca convierte a sus personajes femeninos en heroínas ejemplares. Son contradictorias, a veces crueles, a veces cómplices del mismo sistema que las oprime. Esa ambigüedad es clave para una lectura feminista madura: el patriarcado no se sostiene solo por la violencia explícita, sino por la interiorización de sus reglas. Las mujeres de Mad Men no viven fuera del sistema; lo negocian, lo reproducen y, en ocasiones, lo resquebrajan desde dentro.

January Jones interpreta a Betty Draper, la esposa de Don Draper, en 'Mad Men'
January Jones interpreta a Betty Draper, la esposa de Don Draper, en ‘Mad Men’

El mundo laboral que retrata la serie tampoco es un vestigio del pasado. La cultura del mérito masculino, la penalización de la maternidad, el techo de cristal y la apropiación del trabajo femenino siguen siendo reconocibles hoy. Mad Men funciona así como un espejo incómodo: nos permite mirar los años sesenta con distancia estética mientras nos obliga a reconocer cuánto de ese orden sigue vigente bajo formas más sofisticadas.

Incluso el propio Don Draper (Jon Hamm), centro gravitatorio del relato, puede leerse desde una clave feminista no como genio romántico, sino como producto de un sistema que perdona sistemáticamente a los hombres lo que condena en las mujeres. Don puede desaparecer, mentir, fracasar y rehacerse; su identidad es fluida porque el mundo le concede esa libertad. Las mujeres, en cambio, pagan cada desviación del rol asignado.

Una escena de violencia sexual en la serie 'Mad Men'
Una escena de violencia sexual en la serie ‘Mad Men’

Mad Men no es una serie “sobre mujeres”, pero pocas han explicado tan bien cómo opera el poder sobre ellas. Su mayor acierto es no ofrecer moralejas ni redenciones fáciles. El feminismo que emerge de sus nueve temporadas no es declarativo, sino estructural: está en los silencios, en las oportunidades negadas, en los cuerpos utilizados como moneda, en el trabajo no reconocido.

Vista hoy, con las gafas violetas bien ajustadas, Mad Men deja de ser solo una elegía por un mundo que se acaba y se convierte en una advertencia: la modernidad se construyó sobre una desigualdad tan elegante como persistente. Y reconocerlo es el primer paso para no seguir vendiéndola como nostalgia.

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