Dado que obtuvo un inesperado éxito a su paso por las salas hace siete años, y que desde entonces se ha convertido en algo parecido a una obra de culto gracias al ‘streaming’, era de esperar que Un pequeño favor (2018) tendría una continuación en forma de secuela tarde o temprano, y que esa nueva película -tal y como dicta la lógica comercial- incluiría en su peripecia argumental más asesinatos, más muestras de lujo decadente y más giros argumentales vertiginosos. Era mucho menos previsible, eso sí, que Otro pequeño favor manejara esos ingredientes de una forma tan vacua y tediosa como lo hace.
En cuanto la película arranca, descubrimos que Stephanie (Anna Kendrick) ya no es una aburrida ama de casa sino una autora de éxito que ha escrito un libro de no ficción sobre los incidentes dramatizados en Un pequeño favor: cómo ella misma se obsesionó con la glamurosa Emily (Blake Lively) antes de que esta última fuera encarcelada por matar a su padre y a su hermana gemela, disparar a su esposo y planear la muerte de Stephanie. También al principio del relato, la escritora descubre no solo que Emily ha salido de la cárcel, sino que además la invita a su boda en Capri. La escritora no quiere tener nada que ver con la asesina, pero esta insiste en que, si su vieja amiga no accede a ser su dama de honor, la llevará a los tribunales por haber usado su nombre y su imagen en el libro sin su permiso. La amenaza, claro, no es más que un facilón truco narrativo diseñado por las guionistas de la película -Darcey Bell, Jessica Sharzer y Laeta Kalogridis- para reunir a los dos personajes, y resulta paradigmático de los problemas de lógica que la lastran.
Pese a desconfiar de los motivos ocultos de Emily, Stephanie vuela hasta la preciosa isla italiana y conoce a Dante (Michele Morrone), que no solo es el rico y apuesto prometido sino también miembro de una de las familias mafiosas de la región. Y, antes de que la ceremonia pueda celebrarse, la gente empieza a morir. Por algún motivo nada convincente, Stephanie es acusada de tener las manos manchadas de sangre y obligada a permanecer en situación de arresto domiciliario, lo que no impide que haga uso de sus dotes detectivescas para resolver los crímenes.
En pocas palabras, Otro pequeño favor podría definirse como una mezcla entre Puñales por la espalda: el misterio de Glass Onion y White Lotus, aunque lo cierto es que su principal fuente de referencia -y de reverencia- es la película a la que da continuación, como demuestra la frecuencia con la que alude a gags y situaciones pertenecientes a esa predecesora. Sin embargo, las diferencias entre ambas son evidentes. Mientras vestía a sus dos protagonistas con los atuendos más ‘chick’ imaginables, Un pequeño favor esbozaba reflexiones sobre asuntos como las presiones de la maternidad, la complejidad de las amistades femeninas y la monotonía de la vida de provincias, y la superficialidad con la que lo hacía se veía compensada por el misterio que la cambiante dinámica de poder entre Stephanie y Emily generaba. En Otro pequeño favor, en cambio, tanto Stephanie como nosotros sabemos desde el principio que Emily no es de fiar, por lo que la asistencia de la escritora a la boda no tiene más sentido que justificar la existencia tanto de la película misma como de sus sucesivos giros argumentales. Además, dado que la otrora ingenua y mojigata Stephanie se ha convertido con el paso de los años en una persona tan dura y sarcástica como Emily, cualquier atisbo de manipulación en su relación se ha perdido. Ninguno de los personajes tiene margen para la evolución.
Así las cosas, todo cuanto la nueva película propone es una investigación criminal centrada en un par de muertes y varios sospechosos, y adornada con dosis más bien rácanas de humor negro. El director Paul Feig intenta con timidez insuflar a la narración algunos recursos formales propios del ‘giallo’ italiano, pero esa tibia estilización queda ensombrecida por la tosquedad con la que hace avanzar la trama. La película, en concreto, contiene demasiadas escenas que se alargan de forma injustificable, por lo que en ningún momento alcanza el tipo de ritmo frenético necesario para evitar que el espectador tenga tiempo de darse cuenta de que, en realidad, la trama es absolutamente ridícula; en su favor, eso sí, cabe decir que en todo momento se muestra consciente de ello, y de que prácticamente nos implora que nos la tomemos a broma, pero ni eso ni el nuevo alarde de elegancia exhibido por el vestuario bastan para redimirla. Sí, Kendrick y Lively comparten una química innegable, gracias a la que resulta fácil creer que sus personajes realmente se tienen aprecio a pesar de las circunstancias. El problema es que a la película que las rodea no le importan lo más mínimo esas circunstancias. En realidad, parece no importarle nada.