En un otoño cinematográfico dominado por grandes nombres y apuestas de autor, Springsteen: Deliver Me From Nowhere irrumpe con fuerza como uno de los títulos más esperados de la temporada. Estrenada en el curtido Telluride Film Festival, la película ha generado una oleada de elogios: la crítica la considera una biografía atípica -“antibiopic”, en palabras del propio Springsteen-, íntima y apasionada, centrada en un período clave en la vida del artista: la creación del mítico álbum Nebraska en 1982. No es una crónica de toda una carrera, sino un retrato fragmentado de un instante de crisis creativa que cambió para siempre la trayectoria del músico.
Jeremy Allen White, conocido por su papel en The Bear, asume el reto de encarnar a una de las figuras más icónicas del rock. Sin experiencia previa como cantante o guitarrista, dedicó meses a preparar el papel con la ayuda del coach vocal Eric Vetro. En entrevistas recientes ha confesado que lo más intimidante fue interpretar delante del propio Springsteen, hasta que este le dijo que su voz “sonaba como la suya, pero era tuya”. Esa validación le permitió conectar con el personaje sin caer en la imitación y dotar a la interpretación de una autenticidad inesperada.
La película se adentra en la gestación de Nebraska, un disco grabado con medios rudimentarios en la casa de Springsteen y que representa un giro radical tras el éxito comercial. Fue un álbum introspectivo, casi sombrío, que hablaba de alienación, soledad y desencanto en la América profunda. El director Scott Cooper adapta el libro de Warren Zanes y construye una narrativa áspera y contenida, que evita los excesos visuales y se centra en lo humano: un artista que busca sentido a su arte cuando las luces del éxito resultan demasiado cegadoras.
La película no glorifica al Boss; más bien lo desnuda, mostrando el lado frágil y humano que late detrás de los himnos de estadio
La acogida en Telluride fue entusiasta. La prensa especializada habló de una interpretación “impresionantemente convincente” y las ovaciones en la sala confirmaron que el filme conecta con el público en un nivel emocional. Springsteen, presente en el festival, celebró el resultado y dejó claro que veía en la película algo más que una reconstrucción biográfica: una exploración honesta de su mundo interior en un momento decisivo.

Más allá de lo anecdótico, Deliver Me From Nowhere se erige como un relato universal sobre la intimidad creativa y el precio del éxito. Jeremy Allen White consigue transmitir la vulnerabilidad artística de Springsteen, un hombre en conflicto con sus propios fantasmas y con las expectativas que lo rodeaban. La película no glorifica al Boss; más bien lo desnuda, mostrando el lado frágil y humano que late detrás de los himnos de estadio.
En una temporada cinematográfica saturada de biopics que recorren de manera exhaustiva la vida de iconos culturales, esta obra propone otro camino: menos grandilocuente y más austero, más atmosférico que narrativo, más cercano al espíritu de un disco íntimo que a la cronología de una leyenda. Y quizá por eso emociona: porque en su sobriedad revela la verdad de un creador que, al igual que en Nebraska, encontró en la vulnerabilidad su mayor fuerza.