El debate sobre quién debe competir en el deporte femenino ha cobrado una importancia sin precedentes, impulsado por decisiones judiciales, cambios normativos y reacciones de deportistas de todo el mundo. En este clima de creciente tensión entre inclusión, criterios biológicos y definiciones legales, algunas situaciones individuales han servido como reflejo del conflicto más amplio. Una de las más comentadas ha sido la de Claire Sharpe, guía ciclista y entrenadora de Bristol, seleccionada para la lista 100 Women in Cycling de Cycling UK, un reconocimiento anual destinado a destacar a mujeres que fomentan la práctica del ciclismo.
Sharpe recibió la nominación con agradecimiento, pero decidió rechazarla después de que la organización limitara la lista únicamente a mujeres consideradas “biológicas“, en cumplimiento de una reciente sentencia del Tribunal Supremo del Reino Unido que fija una definición legal del término “mujer”. Para ella, aceptar un homenaje basado en la exclusión de mujeres trans y personas no binarias sería incompatible con los valores de la comunidad ciclista que representa. Como expresó públicamente: “Si no quieren pedalear con todas las mujeres, entonces no es el tipo de salida de la que quiero formar parte.”

La entrenadora añadió que otras tres ciclistas de Bristol tomaron la misma decisión, y aprovechó la ocasión para enviar un mensaje directo a las mujeres trans, animándolas a seguir participando en el deporte pese a las restricciones: “Hay muchísimas opciones para salir a montar con gente que no adopta esta postura. Son muy bienvenidas.”
Reino Unido, dividido por la inclusión
La renuncia de Claire Sharpe no tardó en provocar una oleada de reacciones en Reino Unido. La decisión de la ciclista británica agitó un debate que llevaba meses latente y que, con su gesto, volvió a ocupar titulares y conversaciones dentro y fuera del ámbito deportivo.
Desde Cycling UK, la organización responsable de la lista, defendieron su postura con firmeza. Su directora ejecutiva explicó que la restricción para incluir únicamente a mujeres definidas como “biológicas” obedecía estrictamente a asesoramiento legal tras el reciente fallo del Tribunal Supremo. Pese a ello, insistió en que la entidad mantiene su compromiso con todas las personas que practican ciclismo, incluidas las trans y no binarias, y que la modificación no pretende excluir a nadie del deporte cotidiano.
En el extremo opuesto se situaron colectivos basados en el sexo biológico, como Women’s Rights Network, que aplaudieron la decisión y la consideraron un paso necesario para “proteger” la categoría femenina. Su portavoz celebró que Cycling UK acatara sin fisuras la sentencia judicial y animó a otras organizaciones deportivas a seguir el mismo camino.
Mientras tanto, las comunidades ciclistas inclusivas de ciudades como Bristol respondieron respaldando a Sharpe. Para estos grupos, el ciclismo urbano y recreativo se ha construido durante años sobre la diversidad, con mujeres trans participando activamente en rutas, talleres y actividades. Desde su perspectiva, la exclusión contradice la propia esencia del ciclismo comunitario: un deporte abierto, social y accesible para todas las identidades.
El resultado fue un mapa británico claramente dividido: entre quienes ven en la norma un deber legal y quienes perciben en ella una ruptura con los valores inclusivos que han sostenido al ciclismo de base.
El COI endurece sus reglas
Mientras el ciclismo británico lidiaba con su propio debate interno, el deporte internacional se preparaba para un giro de dimensiones históricas. El Comité Olímpico Internacional (COI) avanza hacia una de las decisiones más restrictivas jamás adoptadas en materia de elegibilidad: la exclusión total de mujeres trans de las categorías femeninas a partir del 1 de enero de 2026.
Si la medida se confirma, las atletas trans solo podrán competir en pruebas masculinas o en modalidades mixtas u “open”, siempre que existan, lo que supondría un cambio radical respecto a las políticas de los últimos años.
El COI justifica este viraje en tres pilares principales. El primero es una revisión científica liderada por la doctora Jane Thornton, que sostiene que los efectos del desarrollo masculino (en fuerza, masa muscular o densidad ósea) persisten incluso después de largos periodos de tratamiento hormonal.
El segundo responde al enfoque impulsado por la nueva presidenta del organismo, Kirsty Coventry, quien ha insistido en la necesidad de reforzar la “protección del deporte femenino”.
El tercero es el argumento oficial del propio comité: preservar la igualdad competitiva, un objetivo que, según afirman, solo puede garantizarse mediante criterios basados en el sexo biológico.
Con esta decisión, el COI eliminaría el sistema anterior, centrado en el control de la testosterona, y retiraría la posibilidad de que cada federación internacional fijara sus propias normas. El resultado sería una regulación homogénea, de alcance global, que ya está generando intensas reacciones dentro y fuera del mundo deportivo.
Las voces que defienden la inclusión
En medio de un debate cada vez más polarizado, también emergen voces del deporte internacional que llaman a la inclusión. Numerosas figuras de prestigio, referentes en sus disciplinas y con trayectorias influyentes, han defendido públicamente que las mujeres trans deben poder competir en categorías femeninas. Sus declaraciones no solo matizan el panorama, sino que ofrecen una perspectiva más amplia de lo que significa el deporte como espacio social y humano.
Una de las intervenciones más destacadas es la de Dawn Staley, una de las entrenadoras más respetadas del baloncesto universitario estadounidense. Con la autoridad que le concede su larga lista de títulos en la NCAA, Staley fue tajante al ser preguntada por la participación de mujeres trans: “Si eres una mujer, deberías jugar“. Para ella, la identidad de género es el criterio que debe guiar la elegibilidad en categorías femeninas, un mensaje que resonó con fuerza en Estados Unidos.
También la legendaria nadadora de larga distancia Diana Nyad se ha posicionado con claridad. Considerada una pionera por sus hazañas en aguas abiertas, Nyad admitió que durante años tuvo dudas sobre este tema. Sin embargo, tras reflexionar y revisar información, decidió apoyar sin matices a las atletas trans: “Las deportistas trans merecen nuestro máximo respeto”.
En el fútbol, la voz de Megan Rapinoe ha sido igualmente determinante. Campeona del mundo y figura reconocida por su activismo, sostiene que las restricciones a mujeres trans no responden a una preocupación deportiva, sino a dinámicas más profundas de discriminación. Según ha explicado, muchos marcos legales buscan “regular la existencia de las personas”, no garantizar la equidad.

Desde Europa, la velocista paralímpica Valentina Petrillo, que compite como mujer trans en pruebas internacionales, ha relatado cómo la hostilidad externa contrasta con el apoyo recibido dentro de su disciplina: “Fui recibida con los brazos abiertos por todo el mundo”. Petrillo insiste en que el deporte paralímpico le ha permitido competir en un entorno respetuoso, aunque siga enfrentando ataques en redes y debates cuestionando su legitimidad.
Finalmente, destaca el testimonio de CeCé Telfer, atleta jamaicano-estadounidense que ganó un título NCAA tras su transición. Ante las críticas sobre supuestas ventajas físicas, Telfer asegura que su tratamiento hormonal afectó profundamente su cuerpo y rendimiento: “Mis niveles de testosterona eran más bajos que los de la mujer promedio”.

Estas voces, procedentes de disciplinas muy distintas, coinciden en un punto clave: el deporte debe estar abierto a todas las mujeres, y la inclusión no amenaza su espíritu, sino que lo fortalece.
Las deportistas a favor de las restricciones
Este debate no solo ha encontrado voces defensoras de la inclusión, sino también referentes que consideran que la equidad competitiva depende de mantener criterios basados en el sexo biológico. Estas posiciones, procedentes de figuras históricas y de colectivos deportivos, han reforzado el argumento de que la categoría femenina debe preservarse como un espacio diferenciado.
Una de las voces más influyentes es la de Nadia Comăneci, la gimnasta rumana-estadounidense que marcó la historia al lograr el primer “10 perfecto” en unos Juegos Olímpicos. Desde su experiencia en la élite deportiva, Comăneci ha sido clara en su postura: “El deporte femenino es para las mujeres“. Sus palabras, por su trayectoria y simbolismo, han tenido gran repercusión en el debate internacional.

Otra figura activa en esta conversación es Sharron Davies, exnadadora olímpica británica y una de las comentaristas más visibles del tema. Davies sostiene que permitir competir a mujeres trans supone una desventaja para las deportistas cis y defiende un modelo alternativo: “Quienes tengan una ventaja derivada del sexo masculino no deberían competir en el deporte femenino“. Propone, en su lugar, la creación de una categoría “open” que permita competir sin modificar las reglas tradicionales del deporte femenino.
También se ha pronunciado Martina Navratilova, una de las mejores tenistas de la historia y referente del activismo LGTBIQ+. A pesar de su compromiso con los derechos del colectivo, Navratilova ha defendido la necesidad de establecer marcos claros que protejan la integridad competitiva, apelando a criterios científicos y a la biología para definir la elegibilidad en categorías femeninas.

A estas voces individuales se suman las de clubes y federaciones de base del Reino Unido, especialmente aquellos vinculados al deporte femenino comunitario. Sus representantes argumentan que, sin pautas claras basadas en el sexo biológico, la categoría femenina puede verse comprometida, y consideran que las recientes decisiones judiciales y normativas proporcionan la claridad que el deporte requiere.
En conjunto, estas posiciones muestran que el debate no solo gira en torno a la identidad, sino también a la percepción de justicia deportiva, un concepto en el que muchas atletas y dirigentes creen que el sexo biológico sigue jugando un papel determinante.
El futuro del deporte, en juego
El pulso entre inclusión y criterios biológicos está reconfigurando el deporte femenino a nivel global. La renuncia de Claire Sharpe ha evidenciado que este debate no se queda en los despachos: atraviesa clubes, competiciones y comunidades que conviven con realidades diversas. Mientras el COI y varias federaciones defienden que la categoría femenina debe regirse por el sexo biológico para garantizar la igualdad competitiva, muchas deportistas sostienen que la identidad de género también debe tener espacio y que la inclusión fortalece el espíritu deportivo.
El resultado es un escenario profundamente dividido en el que biología, derechos, seguridad, ciencia e identidad chocan sin ofrecer soluciones simples. Lo que está en juego afecta tanto al alto rendimiento como al deporte base, donde miles de personas buscan pertenencia y comunidad. Los próximos años serán decisivos: las decisiones de legisladores y federaciones marcarán el rumbo de un deporte que debe preguntarse qué significa competir y cómo asegurar que todas las mujeres encuentren su lugar.


