Tras el éxito de los libros de Marie Kondo y la serie de Netflix, surgió un fenómeno de organizadoras profesionales en España. ¿Tan vital es el orden o hay que darle al caos su lugar? Debaten Luciana Moretti, neuropsicóloga especializada en trauma y alto rendimiento mental, y Adelaida Gómez, organizadora profesional
“Vivir con la imperfección nos hace más adaptativos”
No es tanto que el desorden como tal pueda favorecernos psicológicamente, sino que aprender a convivir con la imperfección y la imprevisibilidad nos hace más flexibles, creativos y adaptativos. El ambiente estructurado favorece la previsibilidad, algo que al cerebro le encanta porque eso le permite ahorrar energía y sentirse seguro. Sin embargo, el exceso de interés por el orden suele reflejar una manera menos flexible de lidiar con las cosas, a veces incluso una búsqueda de seguridad a través del control de aspectos externos.
La tendencia a ordenar, aunque puede resultar cómoda a corto plazo, suele dificultar la adaptación a entornos cambiantes. En cambio, cuando nos habituamos a la imperfección, a la variabilidad y a la imprevisibilidad podemos aprender a encontrar soluciones creativas en un corto espacio de tiempo. Todo eso siempre y cuando no hablemos de excesos: el exceso de orden o de caos son problemáticos.
El pensamiento creativo es divergente: establece conexiones poco habituales, tolera la ambigüedad y navega bien en la complejidad. Muchas personas creativas o con altas capacidades cognitivas procesan la información de forma no lineal, creando asociaciones poco habituales. En estos casos, el entorno desordenado puede reflejar precisamente esa riqueza interna: múltiples focos abiertos, ideas superpuestas, estímulos diversos. Una caja sobre la mesa, un tornillo, un muñeco puede que estén en la mesa todos al mismo tiempo funcionando como claves visuales de procesos en curso.
Pero no es que el desorden en sí estimule la creatividad, sino que algunas mentes creativas no necesitan orden externo para rendir bien. De hecho, pueden sentirse limitadas por estructuras demasiado rígidas. Lo que desde fuera parece ineficiencia, puede ser un sistema de funcionamiento perfectamente adaptado a su estilo cognitivo, un orden implícito que no se ve, pero existe.
Estas personas suelen estar menos centradas en el entorno externo y más conectadas con su mundo interno. Esto no implica necesariamente introversión, sino una preferencia por el espacio mental como fuente de inspiración, reflexión o solución. Su capacidad para moverse con soltura entre lo incierto y lo caótico es una ventaja adaptativa, especialmente en contextos que requieren innovación o pensamiento estratégico. Si junto con el desorden hay ineficiencia y sufrimiento, estamos hablando de otra cosa.
Muchas personas que parecen desordenadas desde fuera, en realidad tienen mapas mentales muy sólidos: saben dónde están sus ideas, sus proyectos y sus prioridades, aunque no lo traduzcan en una organización visible. Este fenómeno tiene sentido desde la neurociencia. Cada mente estructura su mundo en función de cómo procesa la información. Este orden interno suele aparecer en perfiles con gran autonomía cognitiva, pensamiento divergente o una alta potencia intelectual. Son personas más enfocadas en el contenido que en la forma. Además, estar menos pendientes del juicio externo les permite invertir energía en lo que realmente importa para ellas: crear, pensar, resolver.
Por supuesto, hay que distinguir entre el desorden funcional y el desorden como expresión de un sistema desregulado. Si una persona sufre por su desorden, se siente frustrada, culpable o colapsada, entonces no estamos ante un caos creativo, sino ante una señal de sobrecarga. Ahí sí conviene intervenir y generar nuevas estrategias de autorregulación.
“El orden nos ayuda a vivir más ligeros”
Organizar un espacio es, en realidad, organizar una parte de nosotros mismos. Cuando el hogar refleja quiénes somos y lo que valoramos, se convierte en una fuente de bienestar constante. Me gustaría arrojar un poco de claridad a la más que habitual confusión en el uso de dos términos: la organización y el orden. Una persona organizada no necesariamente es una persona ordenada y viceversa.
Organizar es un proceso que busca ahorrar energía a la persona y todos realizamos este proceso de forma instintiva en nuestra vida. Cuando organizamos las cosas decidiendo otorgar un lugar a cada cosa, nuestro cerebro no tiene que pararse a pensar e invertir tiempo en ver dónde hemos dejado esto o aquello. Consumimos menos energía y esto es lo que nuestro cerebro quiere hacer siempre.
Por otro lado, ordenar no es una necesidad que todas las personas pueden sentir o tener, y por eso aquí podemos encontrar todo tipo de niveles, tanto en el camino al desorden, como en el camino al orden escrupuloso. En este caso estamos hablando de un proceso aprendido y por eso hay que mostrar interés y existen diferentes formas o técnicas de como ordenar.
Ahora bien, cuando comenzamos un proceso de organización y orden conscientes en nuestros espacios y entorno, liberamos espacio físico, pero también mental y emocional. La gran ventaja es que empezamos a vivir más ligeros, con menos ruido dentro y fuera, y eso nos da calma, foco y energía para lo que realmente importa.
Los vínculos humanos también se fortalecen en un espacio ordenado. Es un espacio que acoge, que invita a compartir sin estrés ni tensiones. Favorece la comunicación, la cercanía y la convivencia. Tenemos más paciencia, más apertura y menos discusiones por lo cotidiano. El orden externo genera un clima que nutre los vínculos humanos.
Normalmente los puntos más complicados en la organización son aquellos cargados de emociones: el armario con ropa que ya no usamos, los recuerdos familiares, los papeles o las cosas “por si acaso”. Es difícil porque no es un tema de espacio, sino de lo que esos objetos representan en nuestra historia. Por eso, mantener el orden no se trata solo de técnica, sino de acompañar la gestión emocional que cada objeto despierta en nosotros.
Los objetos son mucho más que cosas: son símbolos, recuerdos, seguridades. Guardamos ropa que nos recuerda quiénes fuimos, adornos que nos conectan con personas o momentos, y objetos que nos hacen sentir que tenemos control o que algún día nos servirán. En realidad, detrás del apego hay miedos: miedo a soltar, miedo a perder, miedo a no tener suficiente. Por eso, el trabajo con nuestros clientes no es solo físico: es un viaje de confianza, de aprender a soltar desde el amor y no desde la carencia.
Nunca obligo a nadie a desprenderse de algo ni tomo decisiones por mis clientes. El orden es un proceso personal y mi labor es guiar, acompañar y dar herramientas, no imponer. También pongo límites en cuanto a la energía del proceso: si una persona quiere un cambio exprés sin revisar nada en profundidad, ese no es mi enfoque. Para mí, el proceso debe generar transformación real, no solo un cambio estético.
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