Planes gastro

De la reserva al salón, el renacer de las cenas en casa

Después de años de listas de espera, delivery y sobremesas digitales, cocinar para los demás vuelve a ser el gesto más íntimo (y más moderno)

Durante la última década, el acto de comer se volvió un espectáculo. Se reservaban mesas con semanas de antelación, aún se hace, se perseguían estrellas Michelin, se fotografiaban los platos antes de probarlos. La comida era experiencia, estatus, contenido. Pero en el ruido de esa búsqueda, algo se perdió se ha perdido…, y es la intimidad. Hoy, tras la pandemia, el cansancio digital y la saturación del consumo exprés, las cenas en casa resurgen como una forma de resistencia discreta.

No es casual. Según un informe del Observatorio de Estilo de Vida y Consumo 2025, el 68 % de los españoles prefiere ahora “reunirse en entornos privados antes que salir a restaurantes”, y un 54 % declara haber empezado a cocinar más como parte de su vida social. Es un giro que responde a un cambio profundo en la relación con el tiempo, el cuerpo y los otros.

La cena en casa se ha convertido en el nuevo ritual urbano. No exige perfección ni vajillas coordinadas, solo cocinar y compartir una comida que implica detener el reloj. Poner la mesa es, en cierto modo, una forma de cuidar.

Con la hiperconexión virtual y los vínculos volátiles, el simple acto de cenar juntos funciona como un ancla emocional

Las redes sociales han amplificado esta nueva estética doméstica. En lugar de los banquetes súper elaborados de la era foodie, las imágenes que circulan ahora muestran luz cálida, pan al centro y vasos desparejados. La tendencia ha sido bautizada en revistas anglosajonas como slow entertaining, la celebración del detalle informal, del gesto sincero y de la conversación lenta.

Detrás de esa estética hay un fenómeno cultural más profundo. La pandemia consolidó un cambio en las jerarquías del deseo; el bienestar ya no se mide en consumo, sino en tiempo compartido. Estudios de la Universidad de Copenhague sobre hábitos sociales pos-Covid muestran que las comidas colectivas se asocian con mayores niveles de satisfacción vital y sensación de pertenencia.

También hay un componente generacional. Los adultos jóvenes -que crecieron entre pantallas, delivery apps y trabajo remoto- están redescubriendo el valor simbólico del hogar. Frente al exhibicionismo de los restaurantes o el anonimato del pedido a domicilio, el salón se convierte en escenario real.

La mesa vuelve a ser el centro simbólico de la casa: un lugar donde el tiempo se ralentiza

Este retorno a lo doméstico no implica aislamiento, sino un deseo de comunidad a pequeña escala. En muchas ciudades europeas, proliferan los supper clubs y cenas compartidas organizadas en pisos privados o talleres de cocina, donde desconocidos se reúnen para comer y charlar. Son espacios híbridos entre lo íntimo y lo público, donde la comida actúa como lenguaje común.

La mesa se ha vuelto un refugio. Se trata de recuperar una forma de presencia: escuchar, servir, mirar al otro sin pantalla de por medio… La comida doméstica, despojada de artificio, se convierte así en un gesto de resistencia suave contra la prisa y la fragmentación contemporánea.

Cenar en casa vuelve a ser una declaración cultural. Allí donde el algoritmo acelera y dispersa, una mesa puesta invita a quedarse. Y en ese acto, tan simple como radical, tal vez esté renaciendo una de las formas más humanas de estar en el mundo.

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