Durante siglos, el reloj fue un objeto eminentemente masculino. Hasta bien entrado el siglo XIX lo habitual era llevarlo en el bolsillo del chaleco, y la relojería era un terreno reservado a los hombres. La transición al reloj de pulsera se produjo gracias a un gesto revolucionario: en 1904, Louis Cartier diseñó el modelo Santos para su amigo Alberto Santos-Dumont, pionero de la aviación, que necesitaba consultar la hora sin soltar los mandos de su avión. Con aquella innovación nació un nuevo lenguaje de estilo y se abrió la puerta a que, décadas después, las mujeres adoptaran esta pieza como parte esencial de su vestuario.
Hoy, más de un siglo después, los relojes vintage se han convertido en uno de los accesorios más poderosos de la moda femenina. No se buscan por su tecnología -en tiempos dominados por relojes inteligentes y móviles-, sino por la carga de historia que encierran. Modelos como el Rolex Datejust de 1945, el Tank de Cartier de 1917 o el Reverso de Jaeger-LeCoultre de 1931 son testigos de movimientos culturales y estéticos que los convierten en joyas únicas, capaces de narrar un pasado y otorgar prestigio a quien los luce.

La tendencia se enmarca en dos fuerzas que definen la moda de este año. Por un lado, el lujo silencioso, que apuesta por piezas discretas, sin logos evidentes, pero con enorme valor simbólico. Por otro, el deseo de autenticidad, que lleva a muchas mujeres a elegir relojes de herencia frente a accesorios de consumo masivo. En este contexto, el bolso deja de ser el único objeto fetiche y el reloj recupera un lugar central en el imaginario de lujo.
Las cifras avalan esta tendencia. En 2022, un Patek Philippe Ref. 2499 se subastó por 7,7 millones de dólares en Christie’s
El fenómeno se ha hecho visible en alfombras rojas y eventos de moda. Actrices como Nicole Kidman, Zendaya o Hailey Bieber han apostado por modelos vintage en lugar de joyas más convencionales, reforzando la idea de que el reloj con pasado es hoy el accesorio con más carga de estilo.
El ejemplo más comentado del año lo protagonizó Taylor Swift cuando anunció que se casaba: mientras su anillo con diamante old mine cut acaparaba titulares, los especialistas en moda repararon en su muñeca, donde lucía un Cartier Santos Demoiselle en oro amarillo y diamantes, descatalogado desde 2022 y valorado en unos 17.000 dólares. Tras su aparición, la demanda de este modelo se disparó en el mercado internacional, confirmando que el reloj puede ser tan poderoso como una alianza a la hora de comunicar estilo, herencia y estatus.

Las cifras avalan esta tendencia. En 2022, un Patek Philippe Ref. 2499 se subastó por 7,7 millones de dólares en Christie’s, y plataformas como Chrono24 registran un aumento de más del 30 % en búsquedas de relojes Cartier vintage en el último año. Ya no hablamos de un capricho de coleccionistas, sino de una categoría en pleno auge en el armario femenino.
Para muchas mujeres, comprar un reloj vintage es un gesto de independencia y de legado: un objeto que ya no se transmite solo de padres a hijos, sino también de madres a hijas. En ocasiones, se convierte en la pieza más significativa de una colección personal, por encima de cualquier bolso de temporada.

La manera de lucirlos también refleja este cambio de paradigma. Se llevan solos, en muñeca desnuda, para otorgarles protagonismo absoluto; combinados con pulseras finas, integrados en un lenguaje joyero; o en formato oversize, como una reinterpretación de la estética masculina desde la fuerza femenina.
El reloj vintage ha dejado de ser un accesorio práctico para transformarse en un emblema cultural. En plena era del lujo consciente, se confirma como la joya más actual: discreta, eterna y cargada de significado. Un objeto capaz de contar una historia y, al mismo tiempo, marcar el pulso del estilo contemporáneo.