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Diana eterna: la princesa que sigue vendiendo más que nunca

Lady Di sigue siendo mucho más que un recuerdo: es una marca global que factura millones. Moda, subastas, exposiciones y series mantienen viva la leyenda de una princesa que nunca dejó de brillar

Lady Di. Fotografía: EFE

Han pasado casi 30 años desde aquel trágico accidente en París, pero Lady Di sigue más viva que nunca. Convertida en un auténtico fenómeno pop-cultural y emocional, la figura de Diana de Gales se ha transformado en una de las marcas más rentables del mundo, a pesar (o quizás por causa) de su ausencia.

El fenómeno no es casual. El nombre de Diana se asocia con autenticidad, rebeldía, vulnerabilidad, estilo y cercanía. Esa mezcla de humanidad y glamour que la convirtió en la “princesa del pueblo” también ha sido el combustible perfecto para una maquinaria que no ha dejado de facturar desde 1997. La marca Lady Di está más vigente que nunca, moviendo millones a través de subastas históricas, productos inspirados en su estética, exposiciones internacionales, contenidos audiovisuales y colaboraciones de lujo.

Un ejemplo reciente fue la subasta de un vestido floral diseñado por Catherine Walker que Diana usó en Sevilla y Sídney. Fue vendido por 520.000 dólares en una puja en Beverly Hills. Pero eso es solo la punta del iceberg. Un lote de más de 200 objetos personales alcanzó cerca de cinco millones de dólares. Desde cartas hasta tiaras, desde zapatos hasta fotografías firmadas: todo lo que tocó Lady Di es hoy una reliquia codiciada.

Carlos de Inglaterra y Lady Di, en una imagen de archivo. Fotografía: EFE/LASZLO VARGA

Pero no se trata solo de nostalgia: la estética Diana es un lenguaje que sigue hablando fuerte. Basta con mirar el fenómeno del black sheep sweater, el suéter de las ovejas negras que Diana usó en los ochenta. Su reedición generó más de ocho millones de dólares en sus primeros meses a la venta. El jersey original, subastado por Sotheby’s, alcanzó 1,1 millones: un récord absoluto para una prenda de punto.

Este interés también se traduce en experiencias físicas. En Las Vegas se inauguró recientemente una gran exposición con más de 700 objetos originales relacionados con la princesa. Allí no solo se pueden ver vestidos y documentos, sino comprar réplicas desde 29 dólares. En el Palacio de Kensington, su antiguo hogar, el visitante puede adquirir desde tazas hasta joyas inspiradas en su emblemático anillo de compromiso de zafiro.

Y como buena marca global, Lady Di también genera contenido. Documentales, series, libros y películas no dejan de multiplicarse. Desde Spencer hasta la última temporada de The Crown, pasando por podcasts, publicaciones editoriales y cuentas de redes sociales especializadas en su estilo, la presencia de Diana se ha vuelto omnipresente. Es un personaje transversal, que fascina tanto a quienes la vivieron como a nuevas generaciones que apenas la están descubriendo.

Diana de Gales, la “princesa del pueblo”. Fotografía: EFE

El magnetismo no responde solo al estilo. En una recordada entrevista de 1995, Lady Di aseguró: “Veo mi papel como el de un buen producto que la gente puede querer”. Hoy, esa frase se ha convertido en el resumen perfecto de una marca emocionalmente poderosa.

No es solo un negocio, aunque el negocio es rotundo. Muchas de las subastas organizadas en su nombre destinan una parte significativa a obras benéficas. Uno de los eventos más recientes recaudó fondos para la organización Muscular Dystrophy UK, sumando así un valor ético al fenómeno económico.

Diana no solo vende por lo que fue, sino por lo que representa. El culto a su figura ha ido más allá del coleccionismo o la moda: es una forma de conexión, de admiración y de idealismo en un mundo que pocas veces encuentra figuras públicas tan humanas como icónicas. Así, Lady Di no es solo una marca millonaria: es una leyenda comercial que ha logrado lo que pocas personalidades han conseguido tras su muerte. Reinventarse constantemente, facturar sin perder credibilidad y seguir siendo, 30 años después, absolutamente irresistible.

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