La segunda cita de Jonathan Anderson con Dior se ha convertido en todo un manifiesto. El británico, tras su aplaudido debut, regresa a la maison con una propuesta que no teme mirar al pasado para proyectar el futuro. Desde el primer momento, la puesta en escena, con imágenes de Adam Curtis proyectadas como un documental fragmentado, anunció que se trataba de un ejercicio de memoria y de ruptura a la vez.
La colección Primavera-Verano 2026 se desplegó como un mosaico de referencias. Allí estaban los fantasmas de Galliano, de Ferré y del propio Christian Dior, pero reinterpretados bajo la lente irónica, conceptual y a veces juguetona de Anderson. El primer look, un vestido blanco y depurado, fue casi un lienzo en blanco que pronto se vio invadido por la teatralidad de capas, transparencias y volúmenes inesperados.

El hilo conductor fueron los lazos: atados al cuello, convertidos en polisones, insertados como trampantojo en americanas o transformados en capelinas que jugaban con el movimiento.
Se sumaron encajes delicados, cortes asimétricos y estructuras ópticas que recordaban a la experimentación más lúdica del diseñador. El resultado fue una silueta que, aunque reconocible como Dior, se abrió a nuevas lecturas.

No faltaron minifaldas vaqueras deshilachadas, combinaciones cromáticas pensadas para el ojo digital, verde con rosa, blanco con azul, y bloomers vaporosos que remitían al aire bucólico que Anderson ha trabajado en otras casas. En paralelo, la chaqueta Bar, pieza icónica de la casa, se transformó en múltiples variaciones: acortada, desestructurada, con volúmenes traseros inesperados y solapas en contraste.

Los accesorios pusieron la nota final al juego: zapatos con orejas de conejo, bolsos de origami, mocasines que escondían el empeine y tocados que parecían evocar la Revolución Francesa. Cada pieza funcionaba como un guiño, un recordatorio de que la moda, incluso la más solemne, puede y debe ser divertida.
Este segundo debut de Anderson demuestra que su fichaje no responde a un mero gesto mediático: hay una voluntad clara de redefinir qué significa Dior en el presente. Si Maria Grazia Chiuri había apostado por un discurso ideológico y feminista, Anderson lleva la maison hacia un terreno más ambiguo, más teatral, más híbrido. Entre el rigor del legado y la frescura del juego, Dior se convierte en un territorio de tensiones creativas que parecen marcar el rumbo de la moda de lujo en los próximos años.