Roma no necesita alfombra roja. Tiene el mármol, las ruinas, el tiempo. Y anoche, entre columnas corintias, esculturas grecorromanas y la amenaza siempre estética de la lluvia, Maria Grazia Chiuri convirtió la Villa Albani Torlonia en un escenario para lo que muchos ya llaman su último desfile al frente de Dior.
No lo ha dicho, claro. Aún no. Pero el Crucero 2026 se sintió como esos adioses que no se pronuncian pero se entienden. Toda la colección pareció una carta escrita con hilos de seda, encajes y memorias. Un acto de amor -y quizá de despedida- a la moda, a Roma, a Dior.

Chiuri tituló la propuesta Theatrum Mundi, el mundo como teatro, como gran escenario donde todos somos actores. Las modelos desfilaron entre jardines y esculturas como figuras mitológicas, cubiertas por túnicas etéreas, capas estructuradas, drapeados clásicos y bordados que parecían sacados de un fresco. El blanco dominó como un susurro puro, interrumpido por pinceladas de negro y rojo que hablaban de poder, rito y resistencia.
La colección estaba inspirada en el arte clásico, pero también en el cine neorrealista y en mujeres que, como Anna Magnani, caminaron Roma con el rostro en alto y el alma a cuestas.

Las invitadas –Natalie Portman, Rosamund Pike, Beatrice Borromeo– acudieron de blanco, como si participaran de un ritual. Y la lluvia, justo al comenzar, no arruinó nada: lo elevó todo. Como si el cielo también supiera que algo importante estaba ocurriendo. Como si también llorara.
Chiuri lleva desde 2016 al frente de Dior. Ha sido la primera mujer en ese puesto. La que introdujo el feminismo con bordados, la historia con siluetas, la política con belleza. No lo ha dicho, pero se sabe: este desfile tenía todo el aire de una despedida. No de las que cierran puertas, sino de las que abren memoria.

Si lo es -y si no, también- Roma fue el lugar perfecto para ello. Porque, como ocurre con algunas mujeres y algunas ciudades, cuando se van, uno entiende demasiado tarde que lo importante no era la presencia, sino el eco.
Al final, Chiuri salió unos segundos, saludó tímidamente, y volvió a desaparecer entre esculturas y aplausos. Como si supiera que lo que tenía que decir ya lo había dicho con costuras. Y Roma, mientras tanto, quedó vestida de nostalgia.