No hay caso. El tiempo pondrá todo en su lugar. Menudas inventadas. Todo sigue su curso, y Pedro Sánchez no altera su hoja de ruta. La de silbar mientras silban las balas a su lado, la de señalar que todas las instancias que lo acorralan son culpables, la de ondear la bandera de Palestina cual si con ella pudiera ahuyentar a todos los fantasmas que lo acechan. Hace lo que dijo que iba a hacer en su famosa carta a la ciudadanía, no se desvía ni un milímetro de aquellos párrafos que hoy se revelan como el anticipo y el índice de la estrategia suicida que hoy lleva a cabo. La de instalarse en una realidad paralela que se sustenta en un relato pobre y desgarbado, que hace aguas y se tambalea.
24 de abril de 2024. «Como ya sabrá, y si no le informo, un juzgado de Madrid ha abierto diligencias previas contra mi mujer, Begoña Gómez, a petición de una organización ultraderechista llamada Manos Limpias, para investigar unos supuestos delitos de tráfico de influencias y corrupción en los negocios». Aquí vemos la primera fase de su plan. Tratar de neutralizar lo que se denuncia por el denunciante, haciendo un tótum revolutum en el que mezclaba a Manos Limpias con los medios de comunicación que publicaron las informaciones que señalaban las prácticas de su mujer. Aquello convino en bautizarlo con sorna como ‘recortes de prensa’.
Atentos: «La denuncia de Manos Limpias se basa en supuestas informaciones de esa constelación de cabeceras ultraconservadoras. Subrayo lo de supuestas informaciones porque, tras su publicación hemos ido desmintiendo las falsedades vertidas al tiempo que Begoña ha emprendido acciones legales para que esos medios digitales rectifiquen». En esa ‘constelación de cabeceras ultraconservadoras’ metía el señor presidente a medios como El Confidencial, The Objective o El Mundo, periódicos que además de sacar a la luz los tejemanejes de Begoña Gómez en La Moncloa también desentrañaron todos los escándalos de la banda del Peugeot, llegando al punto de ser los causantes de que el penúltimo secretario de organización de Sánchez esté fuera del PSOE y el último esté durmiendo en prisión. ¿Saben cuántas de las informaciones han tenido que rectificar esos peligrosos medios de la fachosfera? Ninguna de las referidas por el líder del Ejecutivo. Es más, todas van confirmándose a través de las investigaciones en los distintos juzgados.
Sánchez en su huida hacia adelante, antes de irse cinco días a hacerse el muerto para que los siervos de Ferraz le hicieran la ola en aquel patético espectáculo, decidió apuntar a la prensa libre que le sacaba las vergüenzas y a la oposición que, por lo visto, tenía la culpa de lo que su mujer había estado haciendo todos esos años. Fíjense. «Esta estrategia de acoso y derribo lleva meses perpetrándose. Por tanto, no me sorprende la sobreactuación de Feijóo y Abascal. En este atropello tan grave como burdo, ambos son cooperadores necesarios. (…) De hecho, fue el Sr. Feijóo quien denunció el caso ante la Oficina de Conflicto de Intereses pidiendo para mí de 5 a 10 años de inhabilitación para el ejercicio del cargo público».
Para mí, pasado el tiempo, lo más burdo es comprobar de qué manera se hizo la víctima Sánchez, intentando tapar con su dedo acusador el marrón que ahora comprobamos que tenía, repartiendo entre los periodistas y los opositores, encargados de fiscalizarle, la culpa de su profundo abatimiento. Porque sí, eso fue aquello. Unas lágrimas en forma de misiva para decirle a la izquierda de este país que estaba siendo atacado de manera injusta, al tiempo que les pedía patente de corso, pues era consciente de la tromba de escándalos que se le venían encima. Se adelantó, y trató de anular el efecto.
Dijo que no había caso, que aquello quedaría en nada, que Begoña colaboraría con la Justicia para esclarecer todo. Lo cierto es que el sábado pasado decidió no acudir a la citación del Juez Peinado y que su estrategia de defensa está siendo estrambótica y poco inteligente. Hoy Sánchez sigue manteniendo que todo es un teatrillo de la ultraderecha, pese a que cada vez las evidencias son más claras de que hubo un mal uso de lo público sobre el que ya hay base para fundamentar reproches políticos y que tiene visos de acabar con responsabilidades judiciales. Y no, tampoco sirve la coartada ya del malvado Peinado, de cuya extravagante instrucción se han servido para sostener su relato de persecución. Ahora son también los técnicos de Hacienda los que ponen el foco en las irregularidades en el proceso de atribución de contratos a Red.es, la empresa de Barrabés, se estima que por valor de 8 millones. De esta manera, son los técnicos de Hacienda, que ahora opositan a entrar en esa constelación reaccionaria y ultraderechista, los que apuntan al tráfico de influencias y la apropiación indebida.
Es fácil, no tiene pérdida. Begoña Gómez hizo cartas de recomendación para Juan Carlos Barrabés y su empresa Red.es. Esta empresa conseguía esos contratos, y el empresario, a su vez, colaboró activamente en el acercamiento de Gómez a Air Europa y dotó de contenido el famoso máster en la Complutense de la catedrática sin grado. Una red de favores cuando menos sospechosos y que exceden por mucho la ejemplaridad que se le debe pedir a la mujer del presidente del Gobierno, que ya sabemos que se dedicó a servirse de su puesto para hacer negocios. Qué dirían todos estos periodistas de izquierdas, los mismos que en abril del 24 firmaron un manifiesto en apoyo al poder y hoy hacen contorsiones para justificar lo injustificable, si en vez de la mujer de Sánchez fuera la mujer de Rajoy la que utilizase su influencia para lucrarse. Pues probablemente dirían lo mismo si un Gobierno del PP llevara más de dos años incumpliendo la Constitución al no tener presupuestos. Que todo esto es una vergüenza, que hay que poner las urnas, que esto es insostenible. Ni imaginarme quiero si tuvieran a un Fiscal General del Estado imputado, a sus dos últimos secretarios de organización fuera de juego y a su Gobierno sin capacidad de gobernar, arrodillado a los intereses de un prófugo de la Justicia que los arrastra por el suelo con sus siete votos. Pero nada, no hay caso. Tampoco hay ningún problema. Todo va bien.