En uno de mis artículos anteriores reflexionaba sobre el impacto de la tecnología y su gula energética incesante. Sin que seamos realmente conscientes, se ha disparado la electricidad destinada a alimentar nuestras herramientas y quehaceres digitales.
Las redes globales de transmisiones y otros centros de datos proliferan exponencialmente, mientras los recursos de nuestro planeta se agotan lentamente. Este entramado requiere cada vez más fuentes para hacer fluir la información hasta nuestros bolsillos y hogares.
Un reciente artículo de The Guardian pone de relieve cómo Instagram, Youtube o TikTok podrían estar generando un impacto medioambiental mayor al causado por un país entero. Empieza a preocupar particularmente el consumo energético de unas apps que, en un principio, parecía inocuo.
Equivalente a 200 kilómetros en coche
La realidad es que el uso de cualquier de esos “pasatiempos” tiene unas repercusiones indirectas masivas en el calentamiento del planeta. Según los estudios mencionados, TikTok generaría indirectamente unos 7,6 millones de toneladas de dióxido de carbono, y eso tan solo con sus usuarios franceses, ingleses y americanos. Si extrapolásemos esos datos a nivel mundial, la huella de TikTok, alcanzaría unos 50 millones de toneladas, equivalente a las emisiones anuales de Grecia.
Este análisis nos ilustra gráficamente el tema con un ejemplo muy universal: un usuario promedio generaría unos gases de efecto invernadero equivalentes a conducir unos 200 kilómetros, de forma anual, y en coche. Por sí solo no parece tanto, pero multiplicado por los más de mil millones de TikTokeros de la plataforma, asusta.
Las investigaciones de la empresa francesa Greenly ofrecen incluso un ranking donde TikTok se lleva el primer puesto, por delante de Instagram o de Youtube. La explicación a esa clasificación se debe al comportamiento “adictivo” generado por la aplicación china. Al estar más tiempo enganchados a sus pantallas y al consumir un contenido “energéticamente” altamente costoso, como es el vídeo, sus usuarios requieren un mayor gasto energético. Cada mensaje que mandamos, cada video que reproducimos, cada foto que subimos o cada búsqueda que realizamos, tiene un costo ambiental, fuera de nuestro entendimiento.
A pesar de que el estudio se “ensaña” especialmente con TikTok (y por lo tanto, con China: ¿será por algo?) os recuerdo que Estados Unidos es quién más corporaciones digitales detiene y controla, con lo cual también quién más contamina.
Amazon, Apple, Google, Meta, Microsoft o Tesla, no solo lideran la bolsa, sino que detienen las mayores plataformas. Facebook, Instagram, LinkedIn, Snapchat, Twitch, Twitter, Youtube, o WhatsApp conforman ese oligopolio de firmas americanas más “contaminadoras” en términos de huella. Y no hablemos de la que nos llega encima, con los móviles super inteligentes y la propia I.A.
A buenas horas, mantras verdes
Aunque estos últimos años, asistimos a una cierta fiebre social por la sostenibilidad, os aquí dejo una reflexión un tanto incómoda: ¿somos conscientes de cuánto contamina nuestra actividad digital diaria?
Preocupantes y abrumadoras, estas cifras no reciben, sin embargo, ni gran seguimiento, ni gran atención pública. Las redes son tan vitales en nuestra pirámide de Maslow moderna y para nuestro sentimiento de realización diaria, que nos hacemos “los suecos” sobre su impacto ecológico, y a gran escala.
Grandes gigantes como Google o Meta publican informes corporativos detallados dónde destacan sus labores de conservación y respeto por el globo. Informan de sus altas emisiones y se comprometen en ser más “verdes”, alimentar sus centros de datos con energía más limpia y sostenible. Estos compromisos proponen usar molinos de viento o miles de paneles solares. Ninguna empresa apuesta, de momento, por limitar temporalmente el acceso a sus servicios o por promover un consumo más responsable.
TikTok, por su parte, se ha comprometido en ser “neutral” en emisión de carbono para el año 2030. A través de su proyecto “Clover”, pretende cumplir con este objetivo y, al mismo tiempo, mejorar la privacidad de los datos de sus usuarios europeos. Incluye la creación de dos nuevos centros de datos en Irlanda y Noruega, así como unas medidas adicionales limitando accesos y transferencia.
A ver si cumplen todas con sus promesas y no se quedan solamente en un green washing, muy de moda, una burda estrategia de marketing para aparentar ser más respetuosas con la Tierra.
Mindful Planet: ¿cambio de hábitos o implementar contadores?
Adoptar un enfoque amigable con el entorno pasa por practicar, y desde los bancos de la escuela, el Mindful Planet. Ser usuarios más conscientes, integrando hábitos que no solo beneficien nuestro bienestar propio, sino también el de nuestros hijos y su futuro.
¿Dar marcha atrás?, ¿ir en contra de nuestro beneficio personal y económico? A estas alturas, no se trata de demonizar la tecnología o rechazarla. Aunque quisiéramos, nos costaría mucho a todos, acabaríamos apostando por el cortoplacismo.
Reducir nuestra huella digital no requiere sacrificios extremos, sino “pequeños ajustes” diarios en nuestra relación con la informática. La clave está quizás, y desde la más corta edad, en asimilar ese concepto de Mindful Planet, adherir a la conciencia ambiental y hacer un uso sostenible de la tecnología.
Reducir nuestra huella de carbono digital y ceder un mejor planeta a las generaciones venideras podría pasar por reducir el tiempo en las pantallas de bolsillo o eliminando almacenamientos innecesarios en la nube o en nuestros dispositivos. A menos que, como en los aparcamientos de las grandes urbes, opten los grandes países por poner unos “contadores de la luz” en las aplicaciones, para ser todos más conscientes de su uso y repercusiones.
Otras soluciones más “amistosas”, podrían ser animar a usar las conexiones de Wi-Fi en lugar de usar los datos móviles, o descargar películas para llevarlas de viaje. Volver a los libros (aunque sean digitales) nos obligaría también a centrarnos en una única tarea y no estar atontados, como lo hacían delante de “la caja tonta”, nuestros padres.
A título personal, la reducción de mensajería es mi principal caballo de batalla. Se lo recordaré a mis amig@s, cada vez que pueda. ¡Cuando nos costaba un euro el SMS, sí que nos pensábamos todo “a dos veces”! Hoy el abaratamiento de los costes ha llevado a un bombardeo constante. Siempre recomiendo volver a la época de los mensajes “en un bloque” en vez de mandar ocho molestosas notificaciones. No solo cuidarás la salud mental de los que te rodean, sino que también aportarás tu granito de arena en proteger el medio ambiente.