CASA REAL BRITÁNICA

La Corona británica rompe definitivamente con el príncipe Andrés

Su figura ha quedado fuera de todos los actos oficiales de la Corona británica en 2025, consolidando su exilio simbólico tras el escándalo Epstein

El príncipe Andrés y la reina Isabel II Fotografía: EFE

Bajo la pompa de los desfiles reales, la imagen del príncipe Andrés se ha diluido por completo. Ausente en el Trooping the Colour, en el Día de la Jarretera y, desde luego, en Royal Ascot, su nombre suena a eco que no revierte. Si antes su figura se recortaba en actos oficiales, hoy se configura como un espacio vacío en la línea sucesoria, un silencio que pesa más que cualquier adorno. Y era de esperar.

Durante años, su figura fue amortiguada por Isabel II. Ella, madre y reina, le concedió un abrazo institucional que tras la llegada de Carlos III se ha convertido en un murmullo rutinario y desapasionado: en ceremonias recientes apareció en el almuerzo previo de la Jarretera, pero ni eso salvó su hecatombe protocolar .

La deriva del duque de York tiene algo de novela breve: en 2019 anunció su retirada oficial tras la tormenta Epstein. Lo que podría haber sido un epílogo pasó a ser un purgatorio prolongado, sin títulos militares, sin seguridad pagada por el contribuyente y con cada privilegio siendo revisado para borrarlo, línea a línea .

El rey Carlos III

Mientras tanto, el rey Carlos III transita por su propio laberinto: una monarquía agrietada tras un “annus horribilis 2.0”, según la prensa, golpeada por los problemas de salud que mantuvieron enfermos hasta a la princesa de Gales, y por las tensiones internas que emergen como grietas en la fachada.

Cronistas de México observan que la Corona se tambalea entre el escándalo y la impunidad aparente: un príncipe apartado, otro enfrentado legalmente con su padre, y un rey que, dicen, actúa como si estuviera exento de consecuencias. Una familia que ya no se sostiene solo con títulos, sino con el precio del silencio y la estrategia de invisibilidad.

En esa cama de omisiones, las hijas de Andrés, Beatriz y Eugenia, asumen un rol comedido: aparecen cuando la Corona lo exige, sin pronunciar palabra sobre su padre, pero con su presencia como señal de que la monarquía sigue intacta. El hijo-Kamikaze del rey Carlos, tan cerca y tan al margen, es ya testigo de una institucionalización del desdén.

Beatriz y Eugenia de York, junto a su madre, Sarah Ferguson, en una imagen de archivo. Fotografía: EFE

No se trata solo de un miembro desplazado de la familia real; es el síntoma de una institución que reevalúa sus fronteras, sus pactos con la opinión pública y su compás moral. El brillo del legado Windsor encierra, bajo su fasto, una fractura discreta: Andrés no solo ha perdido estatus, ha perdido el relato. Y más allá de los palacios y los toques de corneta, la Corona resulta hoy un proyecto en reconstrucción, con recortes de guion y ausencia de coronado figura que ejercite el servicio por linaje.

El príncipe Andrés se desvanece entre actos oficiales como una línea que el editorial decidió tachar; el rey Carlos III observa desde un trono sacudido por escándalos y censuras.

Así, la Corona británica, además de mirar al futuro construyendo un relato de calma y dignidad, simultáneamente baraja la posibilidad de repensar el pasado (un pasado donde alguno se excedió y terminó empujado a la invisibilidad pública). En ese repliegue, Andrés encuentra su reino: uno hecho de ausencia, deliberada y persistente.

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