MODA

La lencería como forma de resistencia femenina en tiempos de guerra

El negocio de ropa interior sobrevive a los misiles y a las crisis. La mujer se reserva este particular lujo silencioso para conectar con su sensualidad y sentirse viva, incluso cuando se ve despojada de todo

Marilyn Monroe posa en la promoción de 'Los caballeros las prefieren rubias' (1953)

Encajar en un mismo relato la seda y la pólvora parecería más propio de un argumento de ficción que de una crónica real. Pero ocurre en ciudades como Damasco (Siria), donde la lencería ha sobrevivido a los años de conflicto bélico que regaron con sangre todo el país. El bullicio ha vuelto a sus bazares y los artesanos continúan con sus brocados, tejiendo a mano la seda de las prendas.

En Damasco, como en tantas otras ciudades en crisis, han aumentado las desigualdades sociales y las mujeres son las principales víctimas al quedar expuestas a abusos de todo tipo. Mientras sacan adelante a las familias y lidian con las restricciones de un gobierno de transición que pide usar el hiyab y no usar perfume para evitar la atracción masculina, han conseguido crear su propia trinchera en lo más íntimo de sus cuerpos.

Tras la caída de Bashar al Assad, el 8 de diciembre de 2024, los zocos han recuperado su actividad comercial y uno de los mayores reclamos es la lencería sexy. Las mujeres van con hiyabs al mercado, pero bajo sus velos y vestimentas austeras llevan conjuntos de braga y sujetador con lentejuelas y confeccionados con tejidos finos. Las boutiques lucen en sus fachadas tangas y sujetadores perfumados, camisones de encaje rojo y sujetadores push-up.

‘Los caballeros las prefieren rubias’ (Howard Hawks, 1953)

Las bodas están recuperando la normalidad y las novias quieren lucir ropa muy sensual en su noche de bodas. También las esposas de los combatientes quieren recibir sexys a sus maridos. Cada pueblo tiene sus gustos y en Damasco triunfa la inspiración asiática: sujetadores con melodía que suena con una ligera presión en los pezones, tangas con cascabeles en el elástico y bragas que sorprenden con acordes de lambada.

Este refinamiento contrasta con el aspecto rudo de sus hombres y sus tupidas barbas negras. Hay en todo ello un trasfondo cultural sexista, pues no deja de ser un mundo creado para encender el deseo de los esposos y evitar que miren hacia otro lado. Sin embargo, las mujeres han trascendido este principio para hacer terapia de crecimiento personal a partir de sus prendas. Aunque la lencería esté reservada exclusivamente para los placeres maritales, en la intimidad de sus cuerpos rompen cualquier tabú y se permiten una sensualidad a prueba de bombas, penas y machismos.

Este delirio lencero es el último refugio cuando a la mujer le despojan de casi todo. Por eso, la venta de lencería no se detiene en épocas de conflicto y en ciudades atacadas por los misiles. Parece paradójico, pero tiene sus razones. Es economía, deseo de sentirse viva y resistir. Lo íntimo es el único espacio que les pertenece. De ahí esa necesidad de conectar con la sensualidad, la belleza y la autoestima. Es una actitud de resistencia. Algunos reporteros de guerra apuntan sus cámaras, con cierto pudor, a estas piezas que quedan entre los escombros.

Las modelos de Victoria’s Secret. Fotografía: EFE

A lo largo de la historia, las mujeres han creado este tipo de trincheras. Para ellas es importante que su sensualidad sobreviva al asedio. Tenemos como ejemplo el índice del pintalabios o lipstick index como indicador que anticipa una recesión económica. Lo popularizó el economista recientemente fallecido Leonard Lauder, uno de los herederos de Estée Lauder, después de comprobar que, cuando los ciudadanos no pueden permitirse grandes cosas, recurren a pequeños placeres, como el pintalabios. Es una forma de reafirmarse en una vida que, pese a la tragedia, todavía continúa.

Durante la Segunda Guerra Mundial, muchas mujeres maquillaban sus piernas para simular medias de nailon, muy difíciles de conseguir. Cuando empezaron a ir a trabajar a las fábricas y empresas de suministros bélicos, la empresa estadounidense Maiden Form, creadora de corsés para proteger a las palomas mensajeras que saltaban sujetas al pecho de los paracaidistas, hizo una llamada de atención advirtiendo que las trabajadoras necesitaban sostenes adecuados.

Su campaña tuvo tal éxito que pudo sustituir el algodón de la ropa interior por tejidos como nailon, encaje y seda. Enfundadas con los pantalones y monos de trabajo de sus maridos para ir a las fábricas y calzadas con sus botas, mantenían su busto con sostenes de copas separadas por un elástico. Fue una revolución para la corsetería y un alivio para las mujeres que, en cierto modo, podía lucir su figura curvilínea y, de paso, seguir sintiéndose sensuales.

Ya en la posguerra, Christian Dior dio gusto a una población femenina que estaba deseosa de recuperar su silueta femenina después de tanta austeridad. Lo hizo exaltando sus formas con el famoso New Look de Dior, que incluyó corsetería y ropa interior estructurada, toda una oda a la feminidad.

No se trata de romantizar la guerra ni el horror que conlleva. Entre 2021 y 2023, la natalidad en Ucrania cayó más de un 35%, alcanzando su mínimo histórico debido a la emigración masiva, la marcha de los hombres a combatir por el país y el trauma colectivo. Pero frente a cualquier dato negativo, la lencería se alza como un símbolo de la necesidad de consuelo de todo ser humano y de cómo la tragedia, que instantáneamente agudiza los sentidos, a veces puede sorprender con este tipo de revanchas estéticas.

En épocas de incertidumbre y conflictos mundiales, las firmas de moda se prestan a poca fantasía. Deciden que no es momento para derroches y excesos e imponen en sus desfiles el pragmatismo, el recato y la funcionalidad. Es en la intimidad donde las mujeres encuentran su espacio para reinventarse y permitirse su particular lujo silencioso.