En el universo de la moda, donde cada segundo parece coreografiado con precisión milimétrica, hay una contradicción que nadie se atreve a cuestionar abiertamente: la impuntualidad estructural de los desfiles. Esta temporada, una usuaria de Instagram, la periodista y creadora de contenido conocida como @ly.as, ha decidido hacer lo que pocas veces alguien se toma el trabajo de registrar: medir el tiempo exacto de retraso de cada show al que asistió en las semanas de Alta Costura y Menswear. El resultado: más de 12 horas de espera acumuladas.
Concretamente, 728 minutos repartidos entre desfiles de firmas como Jacquemus, Dior, Balenciaga, Margiela, Saint Laurent o Schiaparelli. Y aunque los números hablan por sí solos, el ejercicio va más allá del dato curioso: plantea una pregunta seria sobre los ritmos de la industria y cómo se normaliza la espera como parte del ritual de la moda.

Un cronómetro frente al glamour
Lejos de tratarse de una crítica airada, el contenido compartido por @ly.as tiene un tono entre la ironía y la resignación. Publicado en historias de Instagram, el mensaje es claro: Total waiting time: 12h and 8min (“Tiempo total de espera: 12 horas y 8 minutos”, seguido de un desglose meticuloso por marca y minutos de retraso.
En el terreno de la Alta Costura, los retrasos oscilaron entre los 22 minutos de Balenciaga y los 44 de Viktor & Rolf, pasando por los 43 de Margiela o los 38 de Robert Wun. En moda masculina, la impuntualidad fue aún más llamativa: AWGE (Asap Rocky) lidera el ranking con 1 hora y 28 minutos de retraso, seguido de Martine Rose (56 min) y Amiri (49 min).
Si alguien llegara una hora tarde a una reunión con un diseñador o a una entrevista de trabajo en el sector, sería considerado poco profesional. Sin embargo, en los desfiles, esta impuntualidad es casi esperada. Y aceptada. Es parte del ritual, del juego de poder, del caos planificado que define el funcionamiento interno de las fashion weeks.

¿Por qué se tolera esta impuntualidad?
Quienes conocen los entresijos de la organización de un desfile saben que los retrasos no siempre son gratuitos. Hay razones técnicas: cambios de última hora, problemas con modelos o estilismos, ajustes de seating o protocolos con invitados de alto perfil. Pero también hay un componente simbólico: empezar tarde es, para algunas casas, un gesto de poder. Una forma de dejar claro quién domina la narrativa, quién puede permitirse jugar con el tiempo ajeno.
Además, los asistentes -celebrities, periodistas, compradores, influencers- rara vez se quejan públicamente. En parte por temor a perder la invitación la próxima temporada, en parte porque el retraso ha sido naturalizado. Como si la espera fuese parte del espectáculo, un precalentamiento silencioso que aumenta la expectativa. Y, en algunos casos, la frustración.
Lo interesante del gesto de @ly.as no es que señale los retrasos -algo que muchos han sufrido en silencio-, sino el cómo lo hace: desde la observación participativa, desde dentro del sistema. Su reflexión final lo resume: iN SANE… but kinda worth it (“una locura… pero, siendo honestos, valió la pena”). Y ese matiz es clave: la crítica no viene de alguien que reniega del mundo de la moda, sino de quien lo vive, lo observa y lo cuestiona sin dejar de admirarlo. En otras palabras: la queja no es por la moda, sino por el hábito que la moda ha normalizado.

¿Un punto de inflexión?
Más allá de lo anecdótico, esta recopilación aporta datos duros a una conversación que rara vez se cuantifica. En tiempos donde se pide a la industria más conciencia -ya sea ecológica, ética o emocional-, quizá también haya que empezar a hablar del tiempo como recurso. Porque esperar una hora en la puerta de un desfile no es solo una molestia, es una declaración de jerarquías, una forma de marcar territorio.
Si este tipo de registros se sistematizaran, ¿empezaría la moda a repensar sus tiempos? ¿Se consideraría más seriamente la puntualidad como una forma de respeto mutuo y no como una debilidad logística? Tal vez no cambie de inmediato, pero lo cierto es que estas pequeñas acciones pueden iniciar una conversación más grande.
De momento, sabemos que en solo una temporada, una asistente acumuló más de medio día entero esperando que comenzaran los desfiles. Un dato que, aunque se diga en tono de broma, debería hacernos pensar en serio.