Louise Roe no es una interiorista clásica, pero pocos han logrado que hablemos tanto de molduras, papeles pintados o mesas vestidas con flores recién cortadas como lo ha hecho ella. Lo suyo es una mezcla muy calculada de tradición, gusto personal y un sentido estético afinado durante años de trabajo en moda. Y quizá por eso su estilo resulta tan convincente: parece intuitivo, pero está pensado al milímetro.
Su casa en Oxfordshire, una propiedad georgiana que ha renovado desde los cimientos con paciencia británica, se ha convertido en la enciclopedia visual de su filosofía decorativa. Allí, cada habitación está tratada casi como un personaje: con personalidad, con imperfecciones aceptadas y con un punto de encanto que no busca impresionar, sino acoger.

Lo primero que define el estilo de Roe es su pasión por las casas con historia. No le teme a los techos altos, a las ventanas antiguas ni a los suelos que crujen. Al contrario: son la base desde la que construye. “Un interior sin alma es imposible de salvar”, ha dicho más de una vez, y es justo esa idea la que guía sus proyectos. Prefiere restaurar antes que sustituir, y siempre busca que la arquitectura marque el ritmo.
Después está su uso característico del color. Louise Roe no trabaja con estridencias: prefiere los tonos suaves, apagados, tranquilos. Verdes salvia, azules empolvados, rosas discretos, marrones cálidos. Son tonos que se ven en casas inglesas desde hace siglos, pero que ella reinterpreta con un giro contemporáneo que evita cualquier sensación de museo. Nada se ve viejo; todo se ve vivido.
Su debilidad confesa es el papel pintado. Y lo utiliza como un diseñador de moda utilizaría un estampado; como protagonista cuando la habitación lo permite, o como contrapunto cuando necesita equilibrio. Le gustan los motivos florales pequeños, los diseños tradicionales que recuerdan a las casas de campo de la literatura británica, y los estampados atemporales de firmas patrimoniales. Para Roe, una pared lisa es una oportunidad perdida.
Otro gesto muy suyo es la manera en que combina estilos sin perder coherencia. Muebles antiguos y sillas restauradas conviven con piezas nuevas de líneas simples. Accesorios artesanales se mezclan con elementos encontrados en mercados de segunda mano. Alfombras orientales, cerámicas pintadas, lámparas con pantallas de tela tradicional y mesas de madera maciza se integran en espacios que nunca parecen saturados, pese a que están llenos de historia. Eso es parte de su magia: la abundancia sin caos.
Su marca, Sharland England, es casi la extensión comercial de lo que predica en casa. Sus jarrones de vidrio soplado, sus cestas de ratán trenzado a mano y sus manteles de algodón estampado funcionan como piezas-puente: pequeñas adiciones que permiten transformar un espacio sin necesidad de una reforma. Roe entiende que la mayoría de personas no va a redecorar una casa entera, pero sí puede mejorar un rincón. Y diseña para esa realidad.
En redes sociales, donde comparte reformas, trucos, fracasos y descubrimientos, demuestra otra de sus habilidades: narrar el proceso sin perder glamour. Explica por qué la altura de una lámpara importa, por qué los marcos oscuros resaltan los cuadros antiguos o cómo una biblioteca puede cambiar el sonido de una habitación. Habla de proporción, de escala, de ritmo visual… pero siempre desde un tono cercano, casi conversacional, que convierte la decoración en algo accesible, cotidiano.
Y es ahí donde reside gran parte de su atractivo. Louise Roe no propone un estilo inaccesible, sino uno replicable, adaptable y profundamente personal. Su visión del diseño está basada en la comodidad, en la funcionalidad real y en la idea de que un hogar debe contar quiénes somos, no quiénes queremos aparentar ser.
En un panorama donde muchos interiores se parecen, Roe insiste en lo contrario, que cada casa debe ser distinta. Debe tener piezas con memoria, estampados con carácter, y esa mezcla, tan británica, de orden y libertad que hace que un espacio sea acogedor, cálido, vivo.


