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Melanie Perkins: la mujer que rediseñó el mundo con su Canva

Melanie Perkins.
Shutterstock

Canva cuenta con más de 200 millones de usuarios por todo el planeta. Valorada en cerca de 25.000 millones de dólares, la plataforma ha revolucionado el diseño gráfico, permitiendo a cualquier persona crear contenido visual sin experiencia previa. Melanie Perkins, su fundadora, se ha convertido en una de las mujeres más jóvenes en liderar una empresa tecnológica, con unos 3.600 millones de dólares de fortuna estimada.

Sin embargo, en un pasado no tan lejano, el diseño gráfico era cosa de pocos, el trabajo de unos cuantos empleados muy preparados y bien equipados. Recuerdo, en mi época de becario y estudiante, como trabajaba un único creativo sobre un Mac de carcasa transparente. A esa época, realizar un catálogo, un anuncio o cualquier folleto, requería de un buen ordenador y un largo recorrido.

Décadas después, el diseño digital se ha democratizado. Somos todos algo fotógrafos, videógrafos y community managers, contando en redes sociales, todos nuestros asuntos. Tanto a nivel personal como profesional, diseñar algo para invitar a amigos a un cumpleaños, a un bautizo o a una boda, es pan de cada día. Las empresas también han visto multiplicada exponencialmente su comunicación en línea y necesitan generar diariamente millones de nuevos formatos y atractivas publicaciones.

Melanie Perkins tuvo esa visión hace ya más de una década y con su chico recorrieron un largo camino. Una trayectoria de amor y de éxito compartida que la llevó a ser una de las mujeres más ricas de Australia. Por supuesto, no todo fue un camino de rosa. Como en las buenas películas, su resiliencia ante el fracaso y su insistencia, la han convertido en un icono para miles de empresarios y una de las figuras más conocidas de la industria.

De adolescente emprendedora a tener una gran idea

Melanie tiene 38 años y nació en mayo de 1987 en Perth. Hija de una madre australiana y de un padre malayo, creció en esa ciudad al oeste del continente australiano. La chica de bellos rasgos asiáticos mostró, desde muy joven, alma de emprendedora. A los 14 años ya estaba vendiendo bufandas artesanales en mercados locales, mientras seguía estudiando. Antes incluso, había probado, sin mucha suerte, con la impresión rápida de tatuajes con spray en playas, con más entusiasmo que clientela. A pesar de todo, no se dio por vencida y siguió dejando su impronta.

A los 19 años, y con sólidos conocimientos en diseño gráfico, empezó a impartir clases para sacarse un dinerillo. Es cuando reparó en que los alumnos sufrían a la hora de usar programas como Photoshop y la bombilla se le encendió. Soñó con desarrollar una plataforma de diseño universal y accesible, más sencilla de utilizar, sin necesidad de formación intensiva ni grandes inversiones.

Junto con Cliff Obrecht, su novio “de toda la vida”, decidieron crear Fusion Books, una herramienta en línea para crear anuarios escolares. La plataforma sería barata, sencilla y rápida y adaptada a todos los niveles de experiencia. Ella desarrollando en casa, él hacía de comercial recorriendo los campus y las calles, poco a poco encontraron decenas de clientes entre escuelas y universidades. Pero Melanie tenía claro que el diseño gráfico tenía un futuro aún más brillante. No debía ser un negocio reservado a agencias y expertos, sino para adultos y niños. Confiando más en su intuición que en las bondades de un plan de negocio, pensaron en una empresa más ambiciosa. Un imperio que un día se llamaría Canva.

Surfeando olas consiguieron llegar a la cresta

Cuando Melanie y Cliff se liaron la manta a la cabeza y salieron a buscar inversión más allá de su continente natal, lo hicieron a lo grande y se subieron a un avión. Unas horas después aterrizaron en San Francisco, donde Silicon Valley reinaba sobre el mundo de las startups y emprendimientos tecnológicos.

Allí llegaron con mucho desparpajo, pero poca preparación, una “demo” y una tonelada de ilusión en sus mochilas. Su sueño estuvo a punto de desdibujarse al son de los “no gracias” que habrían tumbado a cualquiera. Fueron más de 100 inversores los que les cerraron la puerta.

Demasiado jóvenes, demasiado verdes, o en contexto en el que diseño no era una prioridad, Melanie y Cliff se lo tomaron con filosofía. “Una vez un inversor pasó toda una reunión hablando con mi socio, sin mirarme a mí, aunque fuera la CEO” recuerda Melanie. Lo recuerda aún sin rencor, pero con una sonrisa irónica.

En lugar de abandonar el proyecto, redoblaron su apuesta y equipo. En vez de correr por todos lados como otros empresarios, decidieron mejorar el producto y no salir aún al mercado. Todo lo contrario a lo que hubiera hecho un startuper americano. Buscaron aliados fuera de la ruta tradicional. Uno de ellos fue Bill Tai, un visionario inversor, aunque algo excéntrico. Les invitó a un campamento de kitesurf de emprendedores en Hawái, como primer paso. Ahí, entre olas e ideas de emprendurías, Melanie se encontró con conexiones estratégicas, pero también con la fuerza de seguir surfeando la ola con su propia tabla.

En 2013, con algunos avisados y “pesos pesados” de la industria (como Cameron Adams, procedente de Google) y un par de actores que se habían sumado a la aventura, Canva vio la luz, una mañana cualquiera. Desde entonces, el mundo del diseño nunca volvió a ser el mismo. En menos de un año, ya contaba con 600.000 usuarios. Sin presupuesto para grandes alardes, confiaron en la satisfacción de su comunidad y su natural viralidad. Tutoriales en YouTube y menciones en redes hicieron que este proyecto “familiar” se convirtiera en una de las estrellas en tiendas de aplicaciones. Superando pronto los 200 millones de usuarios, estaría valorada en más de 25.000 millones.

La empresaria no olvida su faceta de profe

Lejos del estereotipo de la empresaria exitosa y arrogante de una industria arrogante y, a veces, acomplejada, Perkins sigue trabajando con Cliff (hoy su marido) y mantienen los pies en la tierra. Uno de los pilares de su éxito, a nivel profesional y personal, es el reparto equilibrado de las responsabilidades y tareas. Ella se dedicó siempre a desarrollar el producto, oír a sus millones de “alumnos” por todo el mundo, como cuando era profesora. Les escucha y mejora todas las facetas que pueden resultar incómodas. Él, a cambio, siempre se ha quedado en un discreto segundo plano, en la faceta comercial y financiera.

Han rechazado decenas de ofertas de compra multimillonarias, incluida una de Adobe, el gigante de esta industria. Apostaron por seguir creciendo en sus propios términos y a su propia marcha. Tampoco quisieron trasladar su empresa a América y convirtieron Sídney en un nuevo centro de innovación creativa.

Pero quizás uno de los mayores actos de liderazgo de la pareja ha sido su enfoque en el impacto social. A través de distintas iniciativas, apoyan la educación abierta por todo el planeta. La que fue joven profesora ideó una iniciativa llamada ‘Canva for Education’, ofreciendo un acceso gratuito a todas esas herramientas de diseño. Va dirigida a millones de estudiantes y también a profesores interesados en adaptar gráficamente sus materiales a una era donde la enseñanza visual es cada vez más imprescindible.

Melanie opina que el éxito empresarial no debe medirse solo en dinero, sino en cuánto bueno puedes generar con él. Se dice que también ha cedido, buena parte del accionariado a una fundación benéfica, lo que viene a ser tendencia entre otras grandes fortunas de la tecnología, moda o del deporte, como es el caso de Bill Gates, por ejemplo, con manos abiertas y generosos corazones. Otra de sus batallas sociales es la igualdad de género en su empresa, donde han logrado, en pocos años, un 41% de representación femenina.

La historia de Canva, de Melanie Perkins y de Cliff, demuestra cómo, en un mundo de fondos de inversión y algoritmos, el éxito surge de una intuición, de tener una buena idea y de que, durante el camino, nadie te distraiga. Porque, a veces, no hace falta gritar para cambiar el mundo. Basta con rediseñarlo. El mundo de la educación es, en particular, uno de los retos pendientes de nuestros gobiernos. Adaptar la educación y la formación a los nuevos tiempos, debería surgir de capitales estatales y no siempre depender del ingenio, toma de riesgo y emprendimiento privado.

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