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Qué pasa si no quiero pasar la Nochevieja con mi familia política y cómo gestionarlo

Cada diciembre, entre planes y presión, muchas personas (tras hablarlo con un experto) se preguntan si poner un límite: ¿y si este año no quiero pasar la Nochevieja con mi familia política?

Hay una escena que se repite cada diciembre, con variaciones mínimas. El calendario se llena, los grupos de WhatsApp hierven, se confirman menús, se ajustan horarios, y de pronto la Nochevieja deja de sentirse como una celebración para convertirse en una prueba. Una prueba de aguante, de sonreír cuando por dentro estás en tensión. Y en medio de todo aparece la pregunta que muchas personas se hacen en silencio, a veces con culpa, a veces con alivio: ¿qué pasa si este año no quiero pasar la Nochevieja con mi familia política?

Lo primero que pasa, casi siempre, es interno. Surge el conflicto entre el deseo y el deber. Entre lo que te apetece y lo que “se supone” que toca. Y, con frecuencia, aparece el miedo a lo que vendrá después: un enfado de tu pareja, un comentario hiriente, la etiqueta de “rara”, “egoísta” o “conflictiva”. Pero no querer ir no es, necesariamente, un capricho ni un drama. A veces es un acto de autocuidado o un límite que has pospuesto.

La psicóloga Sara Sarmiento, psicoanalista y terapeuta EMDR especializada en trauma y apego, lo resume de forma muy clara: muchas cenas familiares se viven con ansiedad, angustia y frustración, y eso acaba empobreciendo la salud mental cuando una persona se fuerza por “empatía excesiva” con su pareja.

Escena de ‘Los padres de ella’ (Jay Roach, 2000)

Cuando el problema no es la cena, sino lo que simboliza

No todas las familias políticas son difíciles. Pero cuando lo son (por comentarios pasivo-agresivos, críticas, comparaciones, bromas que pinchan, dinámicas de control o falta de respeto), la Nochevieja puede convertirse en un escenario altamente activador. Y aquí hay un matiz importante: no solo se trata de “pasarlo mal”, se trata de lo que tu cuerpo vive como amenaza.

Según explica Sarmiento, cuando te sientes atacada y sin apoyo, se activa la amígdala, el sistema de alarma del cerebro. El cuerpo entra en modo supervivencia: atacar, huir o bloquearse. Por eso, después, llega la autocrítica (“tenía que haber contestado”, “me quedé callada”, “me pasé”, “me tragué todo”). Pero no es falta de voluntad ni de carácter; es fisiología, es sistema nervioso intentando protegerte.

Y entonces la pregunta cambia: no es “¿por qué no puedo con una cena?”, sino “¿qué está tocando esta cena dentro de mí, y por qué me deja así?”.

Robert de Niro, Blythe Danner y Ben Stiller en ‘Los padres de ella’ (Jay Roach, 2000)

Por qué tu pareja puede insistir tanto (aunque a ti te duela)

Uno de los nudos más comunes no es solo la familia política, sino la insistencia de la pareja en “que vayas”, “que hagas el esfuerzo”, “que no montes lío”. Eso duele porque se siente como falta de lealtad, como si tu malestar fuera secundario.

Sarmiento propone mirar más allá de la superficie y entender qué dinámicas profundas pueden estar empujando a esa insistencia. A veces, la pareja no ha hecho una desvinculación emocional madura con su familia. En el fondo, si tú rechazas a su familia, lo vive como si le rechazaras a él o a ella.

En otras ocasiones, al cruzar la puerta de la casa familiar, el adulto desaparece y se activa un “modo niño” que necesita aprobación, que obedece, que defiende lo indefendible, que justifica. Es una regresión muy habitual cuando hay historias de apego complicado.

También hay familias donde opera la culpa como pegamento: listas infinitas de “deberías”, expectativas, chantajes emocionales, roles rígidos. Y si alguien se sale del guion, se castiga con frialdad, ironía o drama. En ese contexto, tu pareja puede presionarte no porque no te quiera, sino porque está atrapada en una estructura que le cuesta mirar de frente. Reconocer que su familia te ataca le obligaría a aceptar algo doloroso: que quizá también le atacan a él/ella cuando no se ajusta a lo esperado. Y sí: en algunos casos, la insistencia en que vayas forma parte de una dinámica abusiva más amplia, donde se busca control y sometimiento. Cuando esto ocurre, la conversación ya no es “cómo lo gestionamos en Navidad”, sino “qué está pasando en esta relación”.

Decidir no pasar la Nochevieja con la familia política no tiene por qué ser una declaración de guerra

“No quiero ir”, cómo decirlo sin incendiarlo todo

Decidir no pasar la Nochevieja con la familia política no tiene por qué ser una declaración de guerra. Pero sí conviene asumir algo: puede incomodar. Puede doler. Puede levantar resistencias. Y aun así, puede ser lo más sano.

Sarmiento recomienda comunicar desde la sinceridad y el amor. Es decir, hablar desde lo que te pasa, no desde un ataque. No es lo mismo decir “tu madre es insoportable” que “yo me siento en tensión y vulnerable allí, y necesito cuidarme”. No es lo mismo “me niego” que “este año no puedo sostenerlo sin dañarme”. La clave está en dejar claro que no es un castigo hacia tu pareja, sino un acto de autocuidado.

Ahora bien, incluso comunicándolo bien, puede que no haya comprensión inmediata. Y esto es importante: que tu pareja no lo entienda al momento no significa que tu límite sea inválido. Sarmiento advierte que esa incomprensión toca fibras de infancia y puede activar el trauma de tu pareja… y también el tuyo, por ejemplo, tu historia de abandono o el miedo a “perder el amor” si pones límites. En esas aguas, es fácil ceder por angustia. Pero ceder por angustia suele salir caro.

Aquí entra una idea que atraviesa todo el enfoque de la experta: la firmeza no es dureza. La firmeza es coherencia. Puedes sostener un “no” sin gritarlo, sin justificarte durante horas, sin entrar en debates infinitos. A veces, el límite más poderoso es el que se repite tranquilo, sin volverse un juicio.

Robert de Niro y Ben Stiller en ‘Los padres de ella’ (Jay Roach, 2000)

La culpa, ese invitado que siempre llega sin traer nada

Si no vas, quizá sientas culpa. Es normal. La culpa aparece cuando rompes una expectativa. Pero que aparezca no significa que estés haciendo algo malo. Sarmiento insiste en trabajar esa culpa y validar el deseo de no ir: tienes derecho a irte de lugares donde te faltan al respeto. No querer asistir no es falta de amor por tu pareja; puede ser respeto hacia ti. Estar en un ambiente que te daña no es amor: es sumisión.

Además, hay una idea que alivia mucho cuando se entiende de verdad: sanar no significa obligarte a exponerte a todo. A veces, cuidar la salud mental es precisamente dejar de ir donde el trauma se reactiva.

Y si al final voy… ¿cómo me protejo sin pasarme la noche sobreviviendo?

A veces decides ir porque te compensa y porque quieres acompañar a tu pareja, porque te apetece intentarlo. Porque hay niños, o logística, o ganas de “hacerlo distinto”. Ir no es rendirse, siempre que no vayas desarmada. La experta propone algo muy concreto: acuerdos explícitos con tu pareja, un “contrato simbólico” que te devuelva sensación de seguridad. No se trata de tener un plan militar, sino de saber que no estarás sola. Que si aparece el comentario hiriente, tu pareja no mirará al techo. Que si te saturas, podrás salir. Que el tiempo será acotado. Que habrá una señal para pedir apoyo sin montar escena. Que no tendrás que aguantar por miedo a la discusión posterior.

Y, sobre todo, regular el sistema nervioso. Si tu cuerpo entra en alarma, no sirve de mucho decirte “tranquila”. Ayuda más preparar el terreno: respirar, meditar, visualizar, hacer ejercicios corporales que te bajen de la amenaza a la presencia.

Entre las ideas más potentes del enfoque de Sara Sarmiento hay una que funciona como brújula: el lujo interior. Ella lo define como tratarte a ti misma como si fueras lujo, y no permitir menos que eso. Traducido a Nochevieja: no es ir para encajar, es ir sin perderte. No es aguantar para “ser buena”, es cuidarte para ser tú. El lujo interior no significa exigencia ni superioridad; significa dignidad. Y la dignidad, cuando se sostiene, cambia la forma en la que entras en una habitación. Incluso si nadie más ha cambiado.

Entonces… ¿qué pasa si no quiero pasar la Nochevieja con mi familia política?

Pasan varias cosas. Que quizá descubras que tu “no” era necesario. Que se revele una dinámica de pareja que llevaba tiempo pidiendo conversación. Que se mueva el tablero familiar (y eso incomode). Que aparezca culpa (y aprendas a no obedecerla). Que tu cuerpo descanse por fin. O que, si decides ir, lo hagas desde un lugar más adulto, más protegido y menos sacrificial.

En cualquier caso, la idea final es sencilla y contundente: cuidar tu salud mental no ser egoista, es responsabilidad. La Navidad debería ser una celebración y no supervivencia emocional.

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