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Rosalía y un vestuario para la intervención divina

La cantante revisita el arte sacro y la pureza del cuerpo femenino a través del armario en su nuevo trabajo. Aquí un recorrido por el imaginario y los referentes visuales que enmarcan la potente campaña de ‘Lux’

Fotograma del documental 'Heridos'
Fotograma del documental 'Heridos'

Vestida de íntegro Gucci y sumergida entre sábanas (santas) blancas en un único inmenso escenario. Así apareció Rosalía ante un devoto público para la presentación española de su nuevo y esperado disco ‘Lux’, que salió el pasado viernes en todas las plataformas y cuyo contenido la artista reveló de forma privada en la sala Oval del Museo Nacional de Arte de Cataluña de la ciudad condal dos días antes.

Evocando esa estética litúrgica, la artista hizo lo propio para presentación en Nueva York donde asistió al evento con un vestido de chiffon transparente color marfil y escote profundo de la colección de O/I 25 de Colleen Allen -quien también ha ocupado titulares los últimos días por firmar el look de Lily Allen en los premios CFDA, apodado como su revenge dress y también en un tono totalmente níveo.

Una temática que ya abrazaba en su portada de Elle USA en el mes de septiembre, con estilismo a cargo de Alex White (y reminiscencias posteriores a los Balenciaga de archivo que luce en Berghain) pero cuyos antecedentes iconográficos se remontan al mes de marzo, donde ya apareció en la after party de los Oscars enfundada en un diseño firmado por la diseñadora turca-británica Dilara Findikoglu (de la colección Venus from Chaos, otoño/invierno 25). También en la MET Gala, la cantante y compositora aparecía escultórica en un diseño de Balmain con una estructura de espíritu corporeo, con una marcada base del tórax y unos drapeados que se antojaban el manto virginal de los retratos renacentistas; todo en riguroso blanco.

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No parece fruto de la casualidad tampoco que para sendas pre-escuchas y recientes apariciones mediáticas la artista haya modificado ligeramente su estilismo capilar, incorporando un ‘halo’ de decoloración en la parte superior de su melena, en un guiño transgresor pero también a modo de aureola celestial. Esta estética casi monástica, jugando con las referencias del arte sacro, el misticismo y casi lo profano, atiende a (y completa) su transformación creativa con la música como hilo conductor.

Un terreno que, previamente, también han tocado de forma recurrente artistas como Madonna, Lana del Rey o Florence & The Machine. Esta última, precisamente, explora temas tan concretos como el éxtasis o la purificación en Ceremonials (2011) y Dance Fever (2022), respectivamente, reverenciando tanto a la imaginería religiosa como ritual a través de su vestuario.

Pero también Bjork, la artista y colaboradora de su single de adelanto, Berghain, entiende el universo de lo íntimo y biológicamente femenino como divino, manifestándose como una “intervención divina”; la islandesa hace lo propio en trabajos como Vespertine o Utopia (donde además contó con el diseñador local James Merry para la máscara bordada de su portada).

Históricamente, otros nombres de cabecera de la artista pasan por Alexander McQueen o Hussein Chalayan, cuya visión se ha centrado en repetidas ocasiones en ofrecer un contrapunto al simbolismo sagrado convencional. Una imagen, por otro lado, que la moda y (muy especialmente) la alta costura, han tenido a bien ensalzar y recrear en contadas ocasiones, no solo de la mano de McQueen (cuyas piezas de archivo también componen el retrato visual del primer videoclip de Lux) sino también de la de Iris van Herpen o la misma casa Dior.

Quizá la más evidente, en esta última Maria Grazia Chiuri ha reivindicado la figura de la mujer como símbolo sagrado y autónomo de la mano desimbología divina y estética estotérica (palpable en detalles como sus tarot cards).

A la hora de representar el poder de lo femenino en la fuerza creadora, sin embargo, la colección más evidente sigue siendo Dante, donde las modelos de McQueen llevaban antifaces con crucifijos y looks que mezclaban encaje, lencera y costearía con el estilo victoriano (o mourning); seguida de The Widows of Culloden (2006), donde explora este misticismo entre símbolos religiosos, rituales y mitología para hablar más claramente del poder y, últimamente, el sufrimiento femenino.

Del mismo modo, la llegada de la diseñadora Rei Kawakubo a Comme des Garçons significó una vuelta a lo divino desde la deconstrucción iconográfica, aunque, bajo la mirada de la japonesa, totalmente desprovistas del ideal tradicional; en particular, su colección Dress Meets Body, Body Meets Dress (The Broken Bride) descompone la moda nupcial, desfigurando los vestidos en señal de transición y duelo.

Aunque, de forma más concreta, la campaña de Lux también comulga (valga la redundancia) con el ‘nuncare’ (tal y como han bautizado las redes) que la revelación de la portada de su disco ha provocado a nivel mediático y social desde el mes pasado. Un universo que habla de pureza y divinidad, pero también de ese poder, autoridad y transgresión, y que, a lo largo de los últimos dos siglos, un puñado de diseñadores han reinterpretado; desde Jean Paul Gaultier, con su icónica colección de sotanas y corsés Religion (1993), hasta Dolce & Gabbana exaltando el universo barroco siciliano a través de bordados dorados y vírgenes bizantinas, pasando también por Thom Browne y Rick Owens en la más sobriedad monástica como una metáfora de “disciplina y ascetismo contemporáneo” (según ellos mismos declararon).

En cada caso, el hábito clerical deja de ser un emblema de obediencia para volverse un gesto de fascinación, crítica o apropiación. Todo un subgénero que, de paso al espectáculo, no falta en las algunas de las representaciones populares más exitosas y que (fuera de la categoría de terror) han producido personajes tan icónicos como Julie Andrews en The Sound of Music (1965), Audrey Hepburn en Historia de una monja (1959, basada en la novela homónima de Kathryn Hulme), Whoopi Goldberg en la genial Sister Act (1992) o, en esta línea, Alison Brie y Aubrey Plaza en The Little Hours (2017, basada en la colección de novelas del Decamerón de Boccaccio).

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A pesar de que Lux, y la puesta en escena de su presentación, nos remiten más “a una performance artística que a un concierto”, tal y como reflexiona la artista visual María Bueno (@pezonesrevueltos), atienden a lo transgresor de la descontextualización. “En plena era de click rápido y los 15 segundos de audio me parece todo un acto de rebeldía sacar un disco que invita a escucharlo sentado y en calma […], que merece tumbarse en el sofá con unas velas y escucharlo a todo volumen. Ya solo conseguir eso me parece un logro”, apunta.

No en vano, tal y como el periodista Xavi Sancho describe en la introducción en Instagram de la entrevista con El País Semanal, uno de los éxitos de este último trabajo de la catalana reside precisamente en “la fantasía de poder habitar el pasado y el futuro a la vez”. Una constante que, desde el imaginario estilístico de su personaje en Lux, la propia Rosalía convierte en extensión de su lenguaje narrativo, donde se encuentran lo sagrado y lo contemporáneo, lo clásico y lo pop.

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