EE.UU.

La noche sin Kimmel

La suspensión de Jimmy Kimmel Live! ha abierto un pulso entre Disney, la Casa Blanca y los cómicos de EE.UU., que denuncian censura y defienden la sátira como libertad de expresión

EFE/ EPA/ Caroline Brehman

En el mundo de la televisión nocturna estadounidense, la risa se entrelaza con la crítica social y el entretenimiento convive con la irreverencia, con la sátira. El súbito apagón del programa Jimmy Kimmel Live! ha sido un terremoto en Hollywood. No fue un apagón técnico, ni una pausa por cuestiones creativas; fue, según la versión oficial, una decisión ejecutiva de ABC, respaldada por la presión de las dos empresas con más cadenas locales, Nexstar y Sinclair, que anunciaron que dejarían de transmitir el programa del cómico tras sus comentarios sobre el asesinato del activista conservador Charlie Kirk.

El gesto, descrito por la propia cadena como una suspensión “indefinida”, tuvo consecuencias inmediatas con varios enfrentamientos de ejecutivos importantes en los pasillos corporativos de Disney, patrón de la cadena que emite el programa ABC, protestas frente a sus estudios en Los Ángeles, y una ola de solidaridad entre actores, directores, guionistas, sindicatos y de los principales cómicos de Estados Unidos.

Suspensión indefinida Jimmy Kimmel
Jimmy Kimmel durante un discurso en un evento
Reuters/Lucas Jackson

Una vez más, la comedia nocturna se transformó en un espejo de la política estadounidense.

El caso de Kimmel no puede entenderse sin el telón de fondo económico de los interesados. Un conglomerado corporativo en plena negociación multimillonaria, presionado por un regulador gubernamental conservador que amenaza con torpedear fusiones si no se disciplina al bufón incómodo. Brendan Carr, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, declaró que Disney debía rendir cuentas por “difusión de desinformación”. En esa frase, aparentemente burocrática, se esconde un ataque a la primera enmienda de la Constitución Norteamericana.

Los ciudadanos cada vez se sienten más sometidos y ya hasta el humor deja de ser visto como una sátira para empezar a ser juzgado como herejía. Ya lo dijo Donald Trump en el Air Force One viniendo de Londres. “Nosotros damos las licencias, estos programas se pasan el tiempo criticando a Trump. No lo permitiré”.

Dentro de Disney, la decisión ha sembrado discordia entre los ejecutivos de alto rango que acusan a su CEO Bob Iger de ceder demasiado rápido ante las exigencias de un poder político que pretende moldear los límites del discurso público.

La orquestada respuesta de los cómicos

Quedó claro con la suspensión de Kimmel que sus colegas de la noche hablaron entre ellos para respaldarlo y respaldar su profesión. Este gremio acostumbrado a la competencia se solidarizó en grupo conscientes como son de que un ataque contra uno de ellos, significa un ataque contra todos.

Jon Stewart, que regresó a The Daily Show en un episodio especial, utilizó la sátira como espada. Transformó el escenario en la parodia de un palacio dorado, adornado al estilo de los excesos decorativos atribuidos a Trump, y recitó frases absurdas al presidente como si fueran parte de un guion aprobado por la censura. Su humor, nervioso y cargado de ironía, representaba el temor de hablar bajo vigilancia. En un crescendo final, Stewart y su equipo cantaron un himno burlesco en honor al mandatario, demostrando que la única manera de soportar la mordaza era exhibirla con estridencia.

Jon Stewart en The Daily Show. RollingStone

Stephen Colbert, abrió su monólogo con una reinterpretación satírica de Be Our Guest, rebautizada como Shut Your Trap, tema de la película ‘La Bella y la Bestia’. Luego, en un tono grave, acusó a ABC de “censura flagrante” y advirtió que quienes creen que estas concesiones apaciguarán al poder están profundamente equivocados. Con el apoyo del editor del New Yorker, David Remnick, Colbert situó el caso en un contexto mayor: el riesgo de que la Casa Blanca esté usando su influencia para domesticar a los medios más influyentes del país.

Jimmy Fallon, siempre más evasivo, eligió la empatía personal. Describió a Kimmel como un hombre decente y amable, aunque sus críticas políticas fueron silenciadas por una voz en off que transformó su monólogo en propaganda presidencial. El gag, entre cómico y perturbador, revelaba la fragilidad del espacio creativo cuando la censura se infiltra de forma invisible.

Seth Meyers, desde su tribuna en Late Night, fue más directo. “Estamos descendiendo a una autocracia opresiva”. Aunque en tono sarcástico fingió adulación hacia Trump, pronto desnudó la contradicción. “Un gobierno que se proclama defensor de la libertad de expresión mientras orquesta la caída de un comediante por un comentario mordaz”.

Incluso David Letterman, retirado de los programas nocturnos pero aún figura de referencia, lamentó el episodio en un festival de cine neoyorquino. “Esto es prensa administrada, y es ridículo. Nadie debería perder su trabajo por no adular a un presidente”.

La solidaridad no se limitó al gremio humorístico. Jon Stewart invitó a su mesa a Maria Ressa, la periodista filipina y Nobel de la Paz que enfrentó persecuciones judiciales bajo el régimen de Rodrigo Duterte. Su testimonio impresionó al público. “Nosotros simplemente seguimos trabajando. Pusimos un pie delante del otro y resistimos once órdenes de arresto en un año”. En sus palabras se trazaba un paralelo inquietante entre el hostigamiento a la prensa en democracias debilitadas y lo que está comenzando a suceder en Estados Unidos.

La respuesta de Jimmy Kimmel

Hasta ahora, Kimmel ha optado por el silencio. No ha dado entrevistas ni publicado declaraciones. En su mutismo se escucha la prudencia estratégica de quien sabe que cada una de sus palabras podría ser utilizada en su contra. Mientras tanto, dentro de Disney se multiplican las reuniones de ejecutivos acusándose mutuamente de haber entregado demasiado rápido al comediante. Muchos en el estudio insisten en que el regreso de Kimmel es posible en un plazo corto de tiempo, que todo es cuestión de renegociar los términos de sus monólogos en pantalla.

Otros, más pesimistas, describen el ambiente como un túnel sin salida porque Kimmel no parece dispuesto a plegarse a la censura. Lo cierto es que la presión de los sindicatos, los colegas y las estrellas de Hollywood —como el productor de ‘Lost’ Damon Lindelof y o la protagonista de ‘She’s Hulk’ Tatiana Maslany, quienes pidieron boicotear a Disney cancelando suscripciones hasta la restitución de Kimmel— ha convertido el caso en una prueba de fuego para la empresa del ratón.

Una batalla cultural en horario estelar

El episodio trasciende más allá de un solo presentador. Lo que está en juego es el papel mismo de la comedia política en un ecosistema mediático cada vez más vigilado. La sátira ha sido históricamente un espacio de resistencia frente al poder. Desde los juglares medievales a los caricaturistas modernos, del sarcasmo de Lenny Bruce a la ironía de Jon Stewart. Silenciar a un comediante equivale a advertir a todos que una broma puede costarnos demasiado caro.

Disney, símbolo del entretenimiento global y guardián de una imagen familiar, se encuentra atrapado en la paradoja de preservar su imperio corporativo a costa de sacrificar a una de sus voces más reconocibles. En esa tensión, se define no solo el futuro de Jimmy Kimmel, sino el límite mismo de lo que significa “televisión libre” en Estados Unidos. El caso Kimmel demuestra que la comedia no es trivial, sino profundamente política. Un chiste puede incomodar más que un editorial. Una broma puede desnudar de un flashazo la hipocresía del poder. Al silenciar a Kimmel, la cadena se arrodilla ante Trump erosionando la democracia.

Mientras tanto, en los escenarios nocturnos de los clubes de Los Ángeles y Nueva York, cómicos de todo tipo continúan riendo, burlándose, cantando himnos ridículos y dedicando monólogos a la causa de su amigo suspendido. Esa solidaridad humorística, teñida de ironía, nos enseña a enfrentar la censura porque el humor es la forma más feroz de resistencia.

Nunca pensé que vería el silencio invadir el escenario del teatro El Capitán donde, cada noche, Kimmel grababa su programa. También vi carteles que decían “Bring Jimmy Back”, (trae a Jimmy de vuelta), a jóvenes disfrazados de Mickey Mouse con cinta en la boca, y pancartas que comparaban a Disney con un censor de caricatura totalitaria.

La comedia siempre ha sido más que entretenimiento. Es la posibilidad de mirar al poder con ojos desobedientes. De transformar el miedo en risa y la opresión en sátira. Al suspender a Kimmel, Disney nos quita el derecho a reírnos de quien nos gobierna. No sé cuándo volverá Jimmy Kimmel a nuestras pantallas, ni bajo qué condiciones. Las negociaciones siguen, pero Kimmel no vuelve hasta que su próxima carcajada sea un acto de libertad.

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