Los aniversarios de catástrofes como el tsunami en el Océano Índico de 2004 son una oportunidad para honrar a las víctimas, para evaluar las lecciones aprendidas y para rememorar actos heroicos como el de Tilly Smith. Aquella pequeña de tan solo 10 años de edad salvó la vida de alrededor de un centenar de turistas en la playa Mai Khao Beach de Tailandia. En la actualidad, tiene 30 primaveras y jamás olvidará aquel 26 de diciembre, Boxing Day, en que paseaba por una playa paradisíaca antes de que el mar la engullera las áreas costeras de 14 países. Indonesia -concretamente la provincia de Aceh-, Sri Lanka, Tamil Nadu (India) y Khao Lak (Tailandia) se llevaron la peor parte.
A las ocho de la mañana hora local, un terremoto submarino de magnitud 9,2 en la escala Richter desencadenó el primer gran desastre del siglo XXI. La sacudida provocó olas de alrededor de 30 metros de altura y hasta 800 kilómetros por hora en Aceh, que anegaron un área de más de cinco kilómetros hacia el interior. Las devastación que dejó el tsunami no tiene precedentes registrados y las cifras hablan por sí solas. Según la Oficina de las Naciones Unidas para Reducción de Riesgo de Desastres (UNDRR por su siglas en inglés), fallecieron más de 220.000 personas, se perdieron casi 74.000 hectáreas de cultivos y 139.000 casas quedaron destruidas. Estas son tan solo algunas pinceladas del impacto en el que niños y mujeres se llevaron la peor parte.
Suwannee Maliwan, superviviente del tsunami, sostiene fotografías de sus padres que murieron en el tsunami en su casa de Baan Nam Khem, provincia de Phang Nga, en el sur de Tailandia
Mujeres en desventaja
Entre las víctimas mortales, más de un tercio eran menores de siete años de edad. Por ejemplo, en Aceh, de las 30.000 víctimas mortales, 10.000 eran pequeños. Además, las mujeres adultas tuvieron “el doble de probabilidades de morir que los hombres adultos”, según UNDRR, debido a que en Aceh y Sumatra del Norte “las diferencias fisiológicas” entre ambos sexos “fueron un factor que contribuyó a la mortalidad”.
“La capacidad de las mujeres para acceder con seguridad a los refugios se vio afectada por la ropa que restringía sus movimientos, porque había mayor probabilidad de que ellas evacuaran con niños y ancianos, y por las diferencias en los conocimientos y habilidades como la natación o la escalada”, reza un informe especial realizado en noviembre por UNDRR. En el caso de Smith, fue precisamente su conocimiento el motivo que cambió su destino. Como dijo su profesor de Geografía, Andrew Kearney, en un reportaje televisivo de hace 20 años, “sin educación, la gente está desamparada. Los que la tienen, cuentan con capacidad para dirigir sus propias vidas”. La máxima se cumplió aquel 26 de diciembre de hace dos décadas.
Por su corta edad y por su complexión, esta joven inglesa criada en Oxshott, a unos 30 km de Londres, debería haber estado entre las personas con mayor riesgo de ser arrastradas por el mar, sin embargo, acabó salvando su vida, la de su familia y la de una playa entera. Dos semanas antes, Smith había estudiado el tema de los tsunamis en el colegio y el momento no pudo ser más oportuno. El profesor llevó a clase una bandeja de con una casa de tres pisos hecha de poliestireno. “La sacudíamos para ver si se caía”, rememoró Smith. En aquella lección trataron los terremotos y los tsunamis. El maestro les puso un vídeo sobre cómo identificar el impacto de los seísmos en el mar.
“Mi madre no conocía la palabra tsunami”
Aquella mañana, de la teoría pasó a la práctica. Observó que el agua se alejaba de manera muy notoria de la orilla mientras paseaba con sus padres y con su hermana menor. De repente, comenzó a percibir algo que había visto en aquel vídeo.
“Me di cuenta de que el mar no entraba y salía, sino que se adentraba cada vez más en la playa. También había una espuma blanca en la superficie del mar y esas fueron las dos cosas que relacioné con el vídeo y tuve el presentimiento de que algo iba mal”. Su madre no la creyó, su padre le hizo un poco más de caso y la más pequeña salió corriendo asustada. El progenitor fue tras ella. Poco después, Tilly se unió y su madre solo reaccionó para asegurarse de que su hija estaba bien, no porque creyera su teoría. “Mi madre ni conocía la palabra ‘tsunami’”, aseguró entonces.
Muy poco propensa a salir en los medios, la joven escribió una misiva cuando tenía 22 años de edad que lleva el título de ‘Tilly Smith: En las catástrofes, las lecciones salvan vidas’. Estos son algunos fragmentos de cómo describió su experiencia.
“Mi padre dijo al de seguridad que yo creía que iba a haber un tsunami. Mientras tanto, mi madre había vuelto corriendo y todos estábamos gritando. Fue entonces cuando se levantó el muro de agua”, rememora. “Me puse histérica y la gente me escuchó”. Estos instantes fueron clave para que las personas que estaban en la playa evacuaran. Fueron unos segundos de ventaja que les salvó la vida. La familia Smith se refugió en la tercera planta de su hotel, donde se encontraba la recepción. “Pude ver cómo llegaban las olas y era una locura, todo el mundo cogía a sus hijos y subía a sus habitaciones a por sus pasaportes. Querían irse y todo el personal local nos suplicaba que nos quedáramos”.
Cuando la realidad golpeó a Tilly
Presenció escenas dantescas durante alrededor de una semana, hasta que embarcaron en un avión rumbo a casa en enero de 2005. “En el avión entró gente de seguridad. Preguntaron quién había perdido a alguien en el tsunami y muchos levantaron la mano. Fue entonces cuando me di cuenta de la realidad”. Se dio cuenta de que aquellos supervivientes que habían perdido a familiares eran tan solo un fragmento de la realidad que vivían los locales que lo habían perdido todo.
Se estima que la reconstrucción de las zonas afectadas se elevó a alrededor de 13.000 millones de euros y la comunidad internacional se volcó con donaciones y ayuda humanitaria. Aunque Smith presenció el momento en que se produjo el tsunami, la pesadilla no terminó ahí. El sector pesquero se vio afectado -se perdieron alrededor de 14.000 embarcaciones-, más 100.000 pequeñas y medianas empresas echaron el cierre, el agua potable se vio afectada y fue necesaria una rápida respuesta para evitar la propagación de enfermedades como el cólera, la hepatitis A y B, la disentería o la difteria.
La catástrofe de 2004 ha servido para configurar el Sistema de Alerta de Tsunamis del Océano Índico, que tiene el fin de avisar a los ciudadanos que se encuentran en los lugares de más riesgo. Según Smith, su familia quedó traumatizada por la experiencia, aunque han regresado varias navidades al mismo hotel en el que sufrieron el tsunami. “Sigue el mismo guarda de seguridad”, afirmó en la carta que escribió hace ocho años. “Ahora hay señales que advierten del peligro y muestran la ruta de evacuación. Es un día que siempre recordaremos”, prosigue.
Involucrada en la educación
Tras convertirse en la heroína de aquella fatídica mañana, a la joven la llamaron ‘el ángel de la playa’. Ha sido voluntaria en la UNDRR y a través de esta institución ha intentado trasmitir la importancia de la educación para identificar y enfrentarse a este tipo de desastres.
“La gran lección que aprendí del tsunami es lo importante que es educar a los niños sobre los peligros naturales. Los niños pueden transmitir lo que aprenden en la escuela a sus padres y a otras personas de sus comunidades. Ahora sé que más de 60 millones de niños se ven afectados cada año principalmente por inundaciones, tormentas y terremotos, por lo que son valiosos testigos presenciales de las catástrofes y deben ser utilizados como agentes del cambio. Los niños son creativos y siempre tendrán buenas ideas sobre cómo reducir el riesgo en sus comunidades si se les involucra”, sentencia.