Ha vuelto a suceder. Otra adolescente se ha suicidado tras soportar años de acoso escolar. El colegio de las irlandesas de Loreto en Sevilla hizo todo cuanto estuvo en su mano para ignorar las peticiones de los padres de la víctima.
Conozco a la perfección el perfil de profesor que escurre el bulto y el perfil de profesor que hace algo. Es cristalino quién es responsable y quién quiere pasar por la vida como quien pasa por el metro. Me voy a centrar en esos profesionales adultos que apagan el despertador por la mañana, van al centro escolar, sueltan la lección – si es que hacen tal cosa – y esperan a la llegada del timbre para ponerse a fumar o a consultar el WhatsApp. Mediocres como profesores y como seres humanos. En este mundo en el que se premian la psicopatía y la inacción, ese perfil suele acabar en el puesto de dirección.
No todos los directores son así, ni muchísimo menos, pero las estructuras empresariales y administrativas premian la indolencia. Cuando un adulto quiere subir a un puesto de mando y se implica en los problemas de la estructura, es posible que se encuentre con escollos, con gente que no quiere perder sus privilegios, o con causantes de un problema que se aliarían con sus propios enemigos, con tal de no perder su estatus.
Cada vez que sale un caso de acoso escolar que termina en suicidio, los padres hablan de un colegio en el que no se hizo nada. No hay diferencias entre colegio público y privado, ni entre unas comunidades autónomas u otras. Siempre es el mismo problema: es que sucedió fuera de las aulas. El alumno que acosa sabe que fuera de clase puede hacer lo que le dé la gana. Son sádicos a los que sus padres tratan como a niños pequeños, que nunca son responsables de sus actos. Esos mismos padres, aparte de ser basura humana, también tienen este comportamiento porque les es más sencillo mirar a sus cabestros como niños que mirarlos como proyectos de adultos, ya que en este segundo caso tendrían que ocuparse de ellos y educarles, y eso es incompatible con tomar cañas los domingos o ir al pádel antes de ver el partido.

Al otro lado tenemos a los padres de las víctimas, que andan desesperadas por el mundo, intentando que sus hijos tengan una vida digna. Y eso es cuando los padres saben lo que les pasa a sus hijos, que a veces ni eso. Si me lee algún menor que esté sufriendo acoso escolar, que no tenga ninguna duda y vaya a denunciar lo que está sucediendo. Que lo haga frente a los profesores, frente a sus padres, o frente a la comisaría si hace falta. El silencio solo ayuda a los acosadores.
Entre las víctimas y los victimarios están los tibios, que son esos profesores, padres y alumnos que por no posicionarse se quedan como están. Son ese tipo de personas que si hay una paliza en la calle ni siquiera van a levantar la voz, no sea que pierdan el autobús. Hablando de tibios, ahí están las administraciones que repiten lo de que fuera del centro escolar ellos no tienen nada que decir. En los colegios privados, curiosamente, sí suele haber un código de conducta que se vende en la web como si sus alumnos fueran a formar al club de los poetas muertos, cuando lo único a lo que aspiran sus padres es a que sus niños formen en el futuro parte de una élite económica, que no intelectual (aquí entran las clases de liderazgo, de informática, y de chino mandarín).
El padre de Kira López, otra niña que murió víctima del acoso escolar, se pregunta en el diario de Sevilla cuántos niños tienen que morir para cambiar las leyes. Yo tengo la respuesta: solo tiene que morir un niño, pero ese niño tiene que ser familia directa de algún ministro. El día que el hijo o sobrino de algún ministro o presidente de comunidad autónoma se suicide o le rompan un brazo, ese día se cambiaron las leyes. Por desgracia, es difícil que esto pase, ya que los acosadores saben muy bien a por quien tienen que ir, y siempre es por el manso, el que no se mete con nadie, el que va a lo suyo, el que es más empático, más cariñoso, o tiene gustos un poco diferentes a la media de los cabestros que andan por el aula y por el mundo. Van a por los que no son como ellos, y a por los que no son hijos de ningún sátrapa. El acosador nunca da puntada sin hilo.
Sandra nos dejó al suicidarse con solo 14 años, como consecuencia del acoso escolar que sufrió. Era alumna del Colegio Irlandesas Loreto @IrlanLoreto. Falleció un 14 de octubre.
El año pasado, otro alumno, Gonzalo, de tan solo 10 años, que estudiaba en el Colegio Irlandesas Bami… https://t.co/0zUA4ooPzM
— José Manuel López Viñuela – Padre de Kira López (@JMporKiraLopez) October 17, 2025
Sandra (la víctima del colegio de las irlandesas de Loreto en Sevilla) no se ha suicidado. Sandra ha sido asesinada. Han conseguido que sea ella el arma, pero ellos son los asesinos. Es el producto de destruir a alguien hasta el punto de que piense que la muerte es la única salida a la indignidad que supone ir cada día al colegio a que te digan (a veces con estas palabras) que no debes vivir. A que te roben las cosas, a que te manchen la ropa, a que te aíslen, te insulten, te escupan, te arrojen basura, te escriban insultos en los cuadernos, y a que pasen los años y digan que solo eran cosas de niños. Pero esos acosadores te vieron llorar. Sabían que sufrías, pero no solo les daba igual; lo disfrutaban. Los supervivientes a esta situaciones, es decir, los que no encontraron un método adecuado de suicidio o no tuvieron el valor final para arrojarse a las vías del tren o para saltar por la ventana, algún día se encontrarán con sus excompañeros. Algunos pretenderán que todo está normal incluso algunos tendrán el cuajo de decirle a sus antiguas víctimas “estos son mis hijos“. Siempre pienso que lo suyo es agacharse a la altura de esos niños, mirarles a los ojos, y decirles “¿sabes de que conozco a tu mamá?“.

El acoso escolar ni se cura ni es inocuo. Hiere y destruye de por vida. Lo peor es ver que pasan las décadas y que muy pocas cosas cambian. Se crean leyes, se hacen campañas de concienciación, se hacen ruedas de prensa, pero lo esencial sigue como siempre: aquí nadie hace nada. Hay algunos profesores valientes. Ni siquiera ellos son conscientes de lo valiosos que son en este mundo. Me gustaría tener palabras de ánimo para todos los que han perdido a sus hijos, pero solo puedo decirles que hay que luchar incluso cuando sus hijos ya no están aquí, y nunca más van a volver a estar aquí. Ningún crimen debe quedar sin castigo. Yo solo tengo una columna, pero si algún padre me necesita, aquí estoy para hacerme eco de la situación. No podemos ser adultos sin alma. Y hay que hacer justicia por los que ya no están, y por los que se quisieron ir.