Cada vez hay menos cronistas parlamentarios en la tribuna de prensa del Congreso. A la peña, incluidos no pocos jefes de sección, se la trae al pairo; a mí, que bebo de las ubres –metafóricamente, entiéndase– de muchos maestros del diario Pueblo, me escandaliza. No concibo, salvo enfermedad, narrar algo pasando por el filtro de la mirada de un realizador. Un congénere profesional, buen y muy admirado amigo, excusa sus ausencias con un criterio que no comparto, pero que entiendo: el nivel del debate es criminal. Creo que hay dos tipos de cronistas parlamentarios: por un lado, los que venimos del periodismo; por otro, los escritores de periódicos. Los segundos anteponen el cómo al qué, mientras que los primeros –al menos, quien aquí escribe– buscamos el empate entre ambos adverbios de modo: hablamos de crónica, no de columna, y creo que, en este caso, la distinción de géneros es de suma importancia.
El pasado miércoles, durante la sesión de control, mientras sus señorías departían sobre la corrupción del PSOE y el aborto en la Comunidad de Madrid –interesantísimo, ¡uf!–, un colega y yo conversamos sobre un tema que, literalmente, nos puede joder vivos –todavía más–: la propuesta que hizo la Seguridad Social para la subida de las cuotas de autónomos durante los próximos tres años.

El profano se cree que los curritos de la cosa nos lo llevamos crudo, como la analista Sarah Santaolalla, quien, sólo de TVE –o sea, que pagamos usted y yo, estimado lector–, se ha llegado a calzar 5.250 euros en un mes. Sin embargo, la economía del periodista autónomo es un queso emmental al que Elma Saiz, que es tan educada como implacable esquilmando, quiere agujerear hasta la extenuación. Y hasta la extremaunción, si le dejan.
Nunca imaginé que la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, rechazara la propuesta el jueves porque, “tal como la he conocido, penaliza de manera singular a los autónomos con rentas más bajas”. Bien por ella. Parece que PP, Vox y Junts, aunque cualquiera se fía de la formación puigdemontonera, tampoco la arroparán. Toca rezar para que este nuevo atraco no se llegue a consumar.
Porque las cuentas no salen, o salen tuberculosas. Al periodismo se llega llorado de casa, henchido de vocación y, parafraseando a Cánovas, sabiendo que se es periodista porque no se puede ser otra cosa. Ahora bien, hay ocasiones en las que a uno le crecen los enanos, no hace otra cosa que encontrar goteras y preguntarse si de verdad esto merece la pena. Como García Márquez, creo que el mío es el mejor oficio del mundo; como Raúl del Pozo, que la oruga no termina de hacerse mariposa. No hay un puto duro en ese cuarto poder zarandeado por la política y apaleado por las nuevas tecnologías. El mordisco del Nosferatu gubernamental puede ser letal para muchos. Así que no descarto que el abrazo constrictor de Elma Saiz me lleve a probar suerte, qué sé yo, en el mundo de los sexadores de pollos, como aquel amigo japonés del difunto Luis Aragonés. La censura no siempre llega ataviada como Cara de Cuero, de La matanza de Texas. El abrazo constrictor de la serpiente torquemada suele ser más sutil. Kaa, la serpiente, también sabía sonreír con cierto encanto. Como la ministra de Seguridad Social. Lo dicho: toca rezar.