Primera dama

Nicaragua, en manos de Rosario Murillo

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, cumple 80 años convertido en el dictador más longevo de América Latina. El poder permanece intacto en manos de su esposa, que ya ejerce como presidenta de facto

La vicepresidenta nicaragüense, Rosario Murillo, durante un acto en Managua (Nicaragua).
EFE/Jorge Torres

Daniel Ortega, el “presidente” de Nicaragua, cumple hoy 80 años y se convierte así en el dictador más viejo de América Latina. Lo hace lejos del bullicio revolucionario que lo llevó al poder y rodeado de un aparato que apenas respira sin la voz de su esposa. Rosario Murillo (73 años), su compañera política y sentimental, ya gobierna Nicaragua. Lo hace desde hace tiempo, aunque el régimen insista en hablar de “copresidencia”.

En Managua, su figura es omnipresente. El país vive bajo su tono y, a diferencia de Ortega, cada vez más ausente, Murillo aparece todos los días: dirige los actos, supervisa los ministerios y corrige a los funcionarios. Nadie toma decisiones sin su consentimiento.

“Copresidenta”

Desde hace meses, el Gobierno trabaja en reformas que formalizan lo que en la práctica ya es un hecho. La Asamblea Nacional aprobó la creación del cargo de “copresidenta”, amplió el mandato presidencial hasta 2027 y blindó la sucesión dentro del propio matrimonio. Si Ortega desaparece, lo más probable es que Nicaragua no cambie de régimen, sino que Murillo asuma el poder de forma automática. Una línea de mando, explican los expertos, convertida en linaje familiar.

Una valla con propaganda política de la vice presidente de Nicaragua, Rosario Murillo, y el mandatario Daniel Ortega
EFE/ Jorge Torres

El poder absoluto

Murillo, aunque acostumbrada a vestir con trajes a todo color, ha diseñado un país en blanco y negro. Dirige la comunicación oficial, la propaganda y la estructura de seguridad. Su influencia se extiende al Ejército y a la Policía, ambos dirigidos por familiares o figuras de absoluta confianza.

El último ejercicio de control se tomó este mismo lunes, cuando la copresidencia matrimonial aprobó la Ley General de Telecomunicaciones Convergentes. A partir de ahora, el Estado podrá vigilar toda actividad digital, conocer quién se comunica con quién y desde dónde. Internet, último espacio libre en el país, ha quedado sometido a la censura.

La vicepresidenta de Nicaragua Rosario Murillo asiste a un acto público.
EFE/Jorge Torres

No se trata sólo de controlar el discurso, sino los canales por donde circula. “Nicaragua necesita recuperar la democracia y el respeto por los derechos humanos”, denunció este lunes la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La vigilancia digital complementa la represión política, las leyes contra la “traición a la patria” y la persecución de medios independientes. Desde 2018, más de 250 periodistas han abandonado el país y decenas de medios han sido clausurados. La libertad de asociación, completamente restringida, completa el cerco: en Nicaragua, más de 3 mil organizaciones han sido canceladas para silenciar a la sociedad civil.

La represión en Nicaragua

Esa deriva autoritaria tiene firma compartida. La represión de las protestas de 2018, que dejó más de 300 muertos, fue dirigida personalmente por Murillo, según organismos internacionales. Desde entonces, se la describe como la verdadera arquitecta del miedo. Su gestión combina misticismo, poder y represión. Rodeada de collares, anillos y símbolos esotéricos, se presenta como guía espiritual del pueblo, mientras ordena encarcelamientos y exilios.

Un joven sostiene una imagen con dibujos del presidente Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo durante una manifestación contra el Gobierno de Daniel Ortega.
EFE/. Stringer

La sucesora

Poeta en su juventud y militante sandinista en los setenta, Murillo entró al círculo de poder de Ortega en los ochenta, pero su influencia era limitada. La derrota electoral de 1990 cambió esa relación: Ortega estuvo en la oposición hasta el año 2007. Murillo lo cuidó tras sus continuos achaques, dirigió sus campañas y construyó el culto que hoy envuelve al matrimonio.

La figura del “comandante” y exmilitar se ha ido apagando, pero el régimen ha aprendido a sobrevivir con ella al mando. Desde su despacho en la Casa de los Pueblos, Murillo supervisa los ministerios, controla los mensajes y dicta el tono del país. Nada se mueve sin su visto bueno.

Nicaragua después de Ortega

La duda ya no es si Rosario Murillo heredará el poder, sino si el régimen resistirá sin él. La vieja guardia del Frente Sandinista le tiene miedo, no respeto. “Va a heredar un guiñapo que no sabrá manejar”, pronosticó hace meses la exguerrillera Dora María Téllez, exiliada en Costa Rica. Lo cierto es que el cumpleaños de Ortega llega con un país exhausto, empobrecido y bajo vigilancia. Y prevenida, Murillo ha tejido un muro de poder que, según advierten los expertos, no caerá cuando falte Ortega.

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