Las aguas de Senegal que durante décadas proveyeron alimento y empleo a miles de personas, hoy están exhaustas. El origen de esta situación se encuentra en la sobrepesca, la pesca ilegal y un modelo extractivo dominado por flotas industriales extranjeras. Esta degradación no solo está despojando al país de sus recursos marinos, sino que está perjudicando la vida de las comunidades costeras que dependen de ellos.
Destrucción ecológica
Durante años, Senegal ha sido un destino codiciado para empresas pesqueras que operan bajo acuerdos poco transparentes, muchas veces en complicidad con estructuras empresariales locales aún más opacas. Estas flotas —principalmente chinas— emplean técnicas como el arrastre de fondo, que arrasan ecosistemas enteros sin distinción de especies. Como resultado, las poblaciones de peces han disminuido a niveles alarmantes: según el informe “The Deadly Route to Europe” de la Environmental Justice Foundation, muchas de las especies explotadas están ya colapsadas o sobreexplotadas.
Esta destrucción ecológica, impulsada en gran parte por las flotas chinas, no solo agota los recursos del mar: está empujando directamente a miles de senegaleses a abandonar su país y emprender el viaje, muchas veces mortal, hacia España.

A esto se le suma un modelo económico enfocado en la exportación. Mientras las capturas son enviadas a Europa o destinadas a la producción industrial de harina y aceite de pescado, la oferta para el mercado local se reduce drásticamente, comprometiendo la seguridad alimentaria del país. La disponibilidad de pescado ha descendido de un consumo per cápita de 29 kg a sólo 17,8 kg anuales.
Pueden pasar 15 días en el mar sin atrapar nada
Aunque la pesca es frecuentemente asociada con los hombres que van al mar, hay muchas mujeres que participan en el sector del procesamiento artesanal del pescado, un eslabón esencial de la cadena alimentaria en Senegal.
Hay cerca de 169.000 personas empleadas en el sector pesquero artesanal, entre ellas, mujeres procesadoras que salan, secan y ahúman el pescado. Su trabajo sostiene la economía sumergida de cientos de comunidades y permite la conservación y distribución del pescado a nivel nacional. Sin embargo, la caída en la disponibilidad de peces ha reducido drásticamente su actividad. Hoy, muchas pasan días sin tener producto que procesar. La pérdida de esta fuente de ingresos no solo implica hambre o pobreza, sino también impide su independencia económica y social.
Nafi Kebé, procesadora de pescado en el pueblo costero de Bargny, lo explica con claridad: “Nuestros hijos solían traer mucho pescado y ahora ya no pueden. Pueden pasar 15 días en el mar sin atrapar nada. Antes ellos nos ayudaban a nosotras con los gastos, ahora somos nosotras quienes tenemos que ayudarlos.”
Mujeres migrantes
Con el agotamiento del mar, las consecuencias sociales no se han hecho esperar: desempleo, pobreza creciente y, como último recurso, migración. En 2024, más de 63.000 personas cruzaron irregularmente hacia España, la mayoría por la ruta atlántica hacia las Islas Canarias. Esta travesía, una de las más peligrosas del mundo, se ha cobrado miles de vidas. El informe de Caminando Fronteras estima que solo en 2023 murieron al menos 3.176 personas intentando ese trayecto desde Senegal.
Según el informe Monitoreo del Derecho a la Vida 2024 de la ONG Caminando Fronteras, entre el 10 % y el 20 % de las personas en cada embarcación que cruza la ruta Atlántica son mujeres, muchas acompañadas de sus hijas e hijos. En 2024, se registró un aumento significativo de mujeres que partieron desde Senegal, Gambia y Mauritania.

Estas mujeres han sufrido una violencia acumulativa: expulsadas por la pobreza, el colapso ambiental y los conflictos, enfrentan racismo, explotación sexual y condiciones extremas en tránsito. Son víctimas de redes de trata, sobreviven mediante trabajos precarios y son, con frecuencia, utilizadas como símbolos para discursos paternalistas que las presentan como “rescatables” solo por la intervención del llamado “salvador blanco“.
“Vi cómo mataban a compañeras”
“La negación de la existencia de las mujeres y la infancia en las rutas migratorias, y por ende entre las víctimas, forma parte de la estrategia de propaganda del relato hegemónico sobre el control en la necrofrontera“, señala Caminando Fronteras.
Muchas de estas mujeres han sido forzadas a trabajar en condiciones de esclavitud para pagar los viajes; otras han dado a luz en tránsito o han visto morir a compañeras por la violencia de los sistemas fronterizos. Un testimonio de una mujer camerunesa incluido en el informe lo ilustra de forma brutal: “Nunca me habría imaginado ver mujeres asesinadas solo por ser negras, por ser mujeres, por huir, pero eso es lo que pasa en Túnez, te matan“; “No somos nada para los militares de Túnez, solo un cacho de carne para violar y asesinar. Vi cómo mataban a compañeras, nos tiraron al desierto. Más muertas. Ahora estoy en Argelia, no sé qué me espera, pero ya he pasado por todo.”
En otro relato, una joven relata la desaparición de su madre y su hermana pequeña, de diez años, en una neumática que partió desde Tan Tan. Solo hubo 11 supervivientes; aún esperan noticias de los cuerpos: “Mi madre solo quería proteger a mi hermanita, y ahora está muerta”.