Opinión

Apoteosis semántica: relato y opinión sincronizada

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Llevamos ya demasiado tiempo enredados en relatos prefabricados que se repiten hasta la saciedad, dirigidos a crear una opinión pública polarizada justificativa de erráticas políticas y, al mismo tiempo, ir preparando el terreno para, mediante tal apoteosis semántica, condicionar sin rigor alguno el pluralismo actual y futuro.

Cuando alguien se apropia de lo ajeno indebidamente puede tratarse de un robo o de un hurto. Cuando alguien mata a otra persona puede tratarse de un homicidio o de un asesinato. Todas esas conductas son delictivas, pero cada una de ellas tiene un tratamiento legal distinto. Pero se montan relatos alrededor de una u otra sin ningún tipo de rigor.

Algunos, ahora con poder, institucional y callejero, realizando “ensayos generales” de movilización y ocupando foto y presupuesto, están marcando los relatos de moda según su propia conveniencia. Todos ellos, o, al menos, los que pisan moqueta institucional, además de no contar con rigor alguno y lejos de exhibir coherencia entre lo que predican y lo que practican, están siendo también especímenes tergiversadores. Seguramente deben encontrarse ante las mismas contradicciones que asaltaron a otros, a lo largo de la Historia, especialmente en la primera mitad del Siglo XX.

Si en tales momentos ya se había comprobado el poder que, para consolidar su relato, otorgaban entonces los para ellos nuevos medios de comunicación audiovisuales (recordemos la UFA, bien engrasada por Goebbels y el poder del cinematógrafo donde Riefenstahl dio sus primeros pasos), en la actualidad, aúnan lo antaño acuñado en esos medios, ya clásicos, con la mucho más elaborada manipulación informativa que se ha comenzado a instaurar también en las instituciones, en la calle y en los medios de comunicación, redes sociales incluidas.

Pretenden que nos creamos que se puede gobernar sin aprobar presupuestos, incluso dan a entender que no es necesario ni tan siquiera intentar presentar el proyecto al parlamento, aunque sea obligatorio, tal como indica la Constitución (art. 134.3CE). Ha habido países en los que el Gobierno ha dimitido tras no haber conseguido aprobar el presupuesto, como es el caso de Coelho en Portugal o de Tsipras en Grecia (ambos en 2015) y el de Berlusconi en Italia (2011). En Estados Unidos, cuando no se consigue adoptar el presupuesto, se produce un “cierre” de la administración concernida, que queda bajo mínimos hasta que se resuelve el problema. Pero en España no. Ni tan siquiera se presenta el proyecto al Congreso. Se impone, incluso, el relato de que se puede gobernar sin el Parlamento, tal como manifestó el presidente del Gobierno.

Nos llenan de palabrería, que incluso creen “revolucionaria” y “progresista”, porque se trata, sobre todo, de que “no gobiernen la derecha y la extrema derecha”. Sin darse por enterados de que derecha y extrema son precisamente los blanqueados y variados socios carlistones, por una parte y, por otra, los herederos de periclitadas asonadas pseudorevolucionarias, revestidas de un socialismo del engaño, habidas allende los mares. Todos máximos exponentes de una autoproclamada “democracia”, aunque intentaran, o consolidaran, golpes de estado directos o híbridos, o considerasen justificada la acción terrorista. Pero todo ello justifica mantenerse en el [des] gobierno, porque no se puede ceder el puesto a otros que no seamos nosotros, los del progreso. Se configura así un secuestro político, dirigido a impedir la alternancia, siendo como es, la alternancia, uno de los principios básicos de la democracia.

Winters ya nos lo explicó en su obra Oligarquías (2011), analizando cómo, desde la antigüedad, los grupos poderosos se van sustituyendo unos a otros y, siempre, siempre, con lenguaje grandilocuente y torticero, pero al mismo tiempo innovador y creativo, tienen la capacidad de hacer creer al resto que lo que les conviene es lo que les proponen. Aunque ya se habían estudiado modelos teóricos alrededor de la comunicación a principios del siglo XX, sobre todo en las universidades americanas (Harward, Illinois), que influyeron marcadamente a las europeas (recordemos al Círculo Lingüístico de Praga influido por Jakobson), fue el nazismo quien desplegó tanto el relato como su conversión en lo que hoy denominamos “opinión sincronizada”, no solo en teoría sino en la práctica.

Los modelos comunicativos que mejor sirvieron a sus fines, convirtiendo en realidad fáctica la repetición de mentiras, están a la orden del día en muchos ámbitos. Pronto será un cineasta quien dicte la política exterior o establezca la orientación sexual de un literato. Politiquillos de tres al cuarto repiten sistemáticamente que el bilateralismo o la financiación singular responden a estructuras federales cuando son propios de un modelo confederal. Y las redes, oh!!! Las redes… afirman machaconamente que la yidah responde al concepto de esfuerzo cuando siempre ha significado guerra santa.

Tengámoslo en cuenta, porque, aunque, en teoría, estos modelos comunicacionales pueden ser seguidos desde los distintos populismos en boga, siempre han tenido éxito cuando lo que se ha pretendido es reforzar teorías supremacistas, nacionalismos exacerbados y demás. Hoy lo vemos en ese “ensayo general” que se ha desplegado alrededor de la vuelta ciclista a España, utilizando profusamente la figura jurídica del genocidio, sin diferenciarlo de los crímenes de guerra o los crímenes contra la humanidad, que es lo que nos permitiría analizar correctamente la vulneración de los derechos humanos en Israel/Palestina. ¿Se han dedicado el presidente del Gobierno, los ministros y demás creadores de opinión sincronizada a explicar las diferencias conceptuales entre estos crímenes? Porque en todos los casos se trata de crímenes, ciertamente, pero con distinto significado y tratamiento legal si se les califica de una cosa o de la otra.

Pues no. En absoluto. Por el contrario, se está utilizando conscientemente un concepto jurídico, el de genocidio, sin explicarlo, por su fuerza comunicativa, porque invocarlo evoca sentimientos distintos a los que se generan en las masas si se alude a los crímenes de guerra o los crímenes contra la humanidad. De este modo, tensionando psicológicamente a la sociedad, se sientan los mimbres que permiten movilizaciones violentas y que imposibilitan la comunicación informada. El ciudadano pasa a ser un instrumento de agitación y deja de ser lo que siempre repito de Bobbio: una persona informada y consciente que con su expresión fundada colabora en la formación de la opinión pública y en la expresión de la voluntad política.

Con la apoteosis semántica que nos invade, dirigida en el fondo a quebrar las bases de la democracia que tanto nos costó configurar, estamos contribuyendo, mediante la banalización de los conceptos, a la desintegración de las instituciones y la violación de los derechos.