Ya se va acabando este curso político y lo hace peor de lo que comenzó. Parecía imposible, pero todo se puede enredar aún más. Lo sabe bien el PSOE que, de pronto, debe afrontar una terrible crisis de credibilidad. Pedro Sánchez llegó al poder denunciando la corrupción del PP y ahora se ha visto que él la tenía también en casa. Tras el informe de la UCO y el ingreso en prisión de Santos Cerdán, los socialistas se quedaron conmocionados. Al conocer las presuntas irregularidades cometidas y al escuchar los audios de prostitución. Encima, el Comité Federal que iba a ser un punto de inflexión, terminó contaminado por la salida de Francisco Salazar, otro de los hombres de confianza del presidente, por denuncias de acoso sexual. El partido feminista se tiene que tragar así todo su discurso y está tratando de contener la hemorragia a base de tiritas. Para lavar su imagen, de poco sirve ya poner a una mujer al frente de la Secretaría de Organización. A ver qué anuncia mañana Sánchez en su comparecencia en el Congreso y a ver qué movimientos hacen sus socios porque tienen un buen dilema.
Por otro lado, hemos asistido a la fiesta del Partido Popular donde se frotan las manos con la situación que vive el PSOE. Ya se ven camino de La Moncloa y no temen que tanta exhibición de unidad y euforia puedan ser contraproducentes. De modo que han sido días de loas y gloria para Alberto Núñez Feijóo. El líder de los populares ha perfilado su equipo pensando que mañana son las elecciones. Y en los cambios que ha hecho se ve que más que apostar por la excelencia, como le pedían, ha preferido rodearse de perfiles broncos que le acercan más que le alejan de los argumentarios que maneja Vox. A pesar de eso, ha dicho que su intención es gobernar en solitario. Pero una cosa es querer y otra, poder. Por eso deja las puertas abiertas a futuras alianzas con la formación de Santiago Abascal que sigue creciendo como la espuma a costa de los errores del bipartidismo. A mí me parece que no se puede vender centralidad si hay pactos con la ultraderecha.
En cualquier caso, creo que tanto Sánchez como Feijóo han aprovechado este fin de semana para lanzar mensajes a sus militantes y se han olvidado de los ciudadanos. De muchas personas que cada vez se sienten más alejadas de la política y que consideran que el sistema funciona ya a trompicones. El otro día, en un viaje, atrapé varias conversaciones al vuelo. La gente duda, critica e insulta a nuestros políticos. Del jefe del Ejecutivo dicen que “lo tiene ya todo perdido”. Del de la oposición, que “se cree que España es Galicia”. Obviamente no es un sondeo fidedigno, pero me pareció mejor muestra del sentir social que cualquiera de las encuestas del CIS.
Hace años se detectó que crecía el descontento en la calle. A su albur nacieron varias formaciones como Podemos o Ciudadanos, ahora ya desdibujadas. En estos momentos, sin embargo, creo que es otra cosa la que aprecio. Más bien nos vamos contagiando de un profundo desencanto. Desencanto porque no hay un dirigente que realmente nos ilusione. Desencanto porque todos nos fallan. Desencanto porque todo es crispación. Desencanto porque ya no hay fe en las instituciones públicas. Desencanto porque lo que hacen unos y otros no está a la altura de las circunstancias. Desencanto porque nos sentimos decepcionados. Desencanto porque a nosotros nadie nos escucha. Desencanto porque las necesidades y problemas reales siguen sin repuesta. Desencanto por las promesas incumplidas. Desencanto porque ante las urnas ya sólo nos decantamos por el mal menor. Nuestros representantes no ven que en la apatía está el peligro y puede que para transformar la situación sea necesaria hasta una redefinición de la democracia.