Ayer puse el belén de mi casa familiar. Con el paso del tiempo, a San José se le perdió la vara, a una cabra se le rompió un cuerno y a un ganso las patas, por eso, para que pueda sujetarse, lo tenemos que apoyar encima de un gallo, pero ahí siguen todos y, si lo piensas bien, hasta podrían protagonizar el anuncio navideño de una protectora de animales. Las figuras, además, son de diferente tamaño: los pastores y los ángeles más pequeños; la virgen, san José y el niño, más grandes. Nuestro belén no ganará nunca concurso alguno, pero, en el fondo, es el reflejo mismo de la vida: no es perfecto, pero es bonito a su manera.
En mi casa de Madrid tengo mucho menos espacio así que, en su día, me hice con un pequeño portal que incluye el nacimiento y los tres Reyes Magos. Aquí no se espera hasta el día cinco para ofrecer al niño oro, incienso y mirra, todo empieza en el adviento. Al lado tengo además una pequeña bola de esas que se mueven y de las que cae nieve que compré en una tienda de Maryland hace unas cuántas vacaciones. Dentro, un Papa Noel sonriente toca una campana. A veces he pensado que es ese eclecticismo el que hace sonreír a Santa, pero qué más da, ¿no?
Hace un tiempo me contaron una anécdota (que no sé si será real o no, pero que es bastante divertida) sobre el belén que instala la Asociación de Belenistas de Madrid en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol de la capital. Por aquel entonces, Esperanza Aguirre era la presidenta de la Comunidad, y, cuando estuvo todo montado, la invitaron a ver cómo había quedado. Aguirre lo vio y alguien oyó que dijo: “Muy bonito, pero falta la bandera”. Los asesores de turno admitieron nerviosos el fallo y garantizaron que enmendarían tan craso error en el lapso más breve de tiempo. Cuando así lo hicieron, volvieron a llamar a la presidenta y le enseñaron la enorme bandera de España que habían comprado y que rodeaba todo el armazón del belén. Aguirre se les quedó mirando y les dijo: “Muy bien, pero yo había dicho que echaba de menos la lavandera”. Es lo que tiene no escuchar bien a veces lo que dice la jefa.
A mí me gustan los belenes, y me gusta que las tiendas tengan un pequeño nacimiento en su escaparate. Un día, yendo por la calle con un sobrino mío que entonces tendría unos cinco años, mirábamos los niños Jesús que había en cada comercio. En general, las figuras eran discretas, pero, en una librería había un pesebre bastante grande. Mi sobrino lo miró, me miró a mí y dijo: “Cómo ha crecido el niño”. Y, claro, no supe qué contestarle, solo le dije que sí y es que, en el fondo, ese es el sentido y la belleza de la Navidad: contemplar a un niño pequeño que se hizo grande por nosotros.



