Opinión

La función de Elisa Mouliaá

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Nadie querría estar en el pellejo de Elisa Mouliaá ahora mismo. No sé cómo saldrá socialmente de esto. El escándalo de Iñigo Errejón (quien dimitió hace casi nueve meses mediante un bochornoso comunicado en las cumbres del morro) parece ahora patrimonio exclusivo del Caso Mouliaá, cuando los testimonios que prendieron la mecha son anteriores (por horas e incluso días) al de Mouliaá, que fue la primera mujer con nombre y cara que salió a la palestra. “Hola, soy víctima de acoso sexual por parte de Iñigo Errejón y quiero denunciarlo”. Y puso a EFE, La Sexta, TVE, Cristina Pardo y Ramón Espinar en las menciones.

Su caso lo llevó en un principio Carla Vall (al frente de las denuncias contra Ayax, cuyo origen está también en cuentas de Instagram dedicadas a testimonios anónimos) para pasar (por desavenencias o por un embarazo, según la versión), a las manos de Alfredo Arrién (conocido por representar a la familia de Edwin Arrieta y también a Lesly, la exbecaria de Nacho Cano que canta Lucha de gigantes cuando le preguntan por cualquier cosa). Desde que Mouliaá puso aquel tuit, el escándalo de Errejón pasa a tener un único rostro. La realidad es que los hechos graves ya se habían contado, y ya habían sido contrastados. Ya sabíamos que Loreto Arenillas le había pedido silencio a una afectada, y también sabíamos que la cúpula de Sumar en pleno le había dado la espalda a Errejón, de cuyas aficiones sabían de sobra. El debate no era –y no debería haberlo sido nunca– si Iñigo Errejón se había propasado con Elisa Mouliaá. El debate era si un político volcado con el feminismo y el “hermana, yo sí te creo” pintaba algo en un partido que condenaba los abusos de poder. Y no, no pintaba nada.

Íñigo Errejón y Elisa Mouliaa
Kiloycuarto

Siempre me ha sorprendido la admiración ciega que la gente de entre treinta y cincuenta años sentía por un personaje como este, al que se le veían las costuras a poco que posases la vista en él. “Errejón es político brillante”, “Iñigo es el más grande pensador de su generación”, “Errejón nos da mil vueltas a todos”. Yo asentía y callaba, barruntando que a lo mejor es que estos amigos eran un poco bobos también. Nunca se me pasó por la cabeza ser yo la que estuviese equivocada en esto. Y los rumores también los conocía. No les relato lo que me contó una amiga cercana sobre este político. No fue una agresión ni mucho menos, pero sí una demostración de la clase de persona que es este farsante que ahora le pide 10.000 euros a Elisa Mouliaá si no se retracta de todo lo que ha dicho.

Adolfo Carretero

En la vista del juicio, el juez Adolfo Carretero desplegó su machismo rampante en unos interrogatorios repulsivos. Le hacía preguntas a Mouliaá que no le dejaba responder. La cortaba, la ridiculizaba, la trataba de poner en evidencia. En cambio, a Errejón le daba alguna colleja de compañero, de hombre a hombre, y le reprendía suavemente por defender eso del “solo sí es sí” (“Era coherente con el espacio político en el que yo estaba”, respondió el muy tunante).

Ahora a Mouliaá le han dado la estocada final: los amigos de la fiesta (Soraya y Borja, a los que me muero por poner apellidos y cara, y así poder cotillearles el Instagram) dicen que no recuerdan nada de lo que dice Elisa que pasó. Es más, Soraya se muestra firme y molesta porque su examiga trata de decirle lo que tiene que declarar. Estas declaraciones se filtran a través de El Confidencial, y además se añaden unas palabras del psiquiatra forense que dejan a Elisa Mouliaá en muy mal lugar, poniéndola de tonta, que es mucho peor que de mala. Ahora mismo la posición de la actriz es indefendible, y esto hace recuperar terreno al nefasto expolítico.

Las razones de Elisa para denunciar con tan frágiles mimbres me las puedo imaginar. Una mezcla entre heroicidad mal entendida, impulso mediático, y el apoyo de gente a favor de obra que, a la hora de la verdad, ni está ni se la espera, porque no se conocen de nada.

Pese a lo que opino de Elisa Mouliaá, le deseo que salga lo mejor posible de este lance, aunque será difícil. Ha perdido toda credibilidad, ha herido de muerte su propia imagen, y va a tener que hacer frente a una multa y una demanda. La función (teatral) le ha salido mal, pero su función (cometido) ha sido, muy a su pesar, convertir a Iñigo Errejón en un mártir de las feministas, y eso yo sí que no se lo perdono.