Opinión

El amor en los tiempos de la IA

Inteligencia artificial vs Humanos - Sociedad
Cristina López Barrios
Actualizado: h
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El grabado nº 43 de Los Caprichos de Goya nos muestra al artista dormido sobre una mesa mientras le acechan toda una serie de animales nocturnos —lechuzas, murciélagos, gatos—. Su título es bien conocido: El sueño de la razón. Cuando ésta duerme, los monstruos aparecen. Goya, ilustrado y lúcido, nos advertía del peligro de la superstición que dominaba la sociedad civil de su época, y defendía la ciencia como antídoto contra la oscuridad. “La fantasía desposeída de la razón, produce monstruos imposibles, unida a ella, es madre de las artes y de las maravillas”, se lee en un manuscrito del Museo del Prado atribuido al autor.

Siglos después, este sueño de la razón es el título elegido por la Fundación Telefónica para su última exposición que presenta en Madrid hasta el próximo mes de abril. Un recorrido fascinante por la historia de la ciencia a través de la imagen como forma artística para representar científica y objetivamente el mundo. Desde los grabados de la Enciclopedia de Diderot y d`Alembert hasta la Inteligencia Artificial de nuestros días, pasando por el daguerrotipo y la fotografía. Una imagen vale más que mil palabras. De la botánica a Italia o al siempre enigmático Egipto.

La última obra de la exposición resulta hipnótica. Su autor fotografió durante un verano el mar de Cornualles. Descargó las fotografías en un sistema de IA y le dio la orden de tratarlas como si fueran parte de un cuadro. El resultado es un óleo en movimiento. Una obra viva.

Esta sinergia entre humanos e imágenes generadas por la tecnología actual ha tomado ya unas derivaciones más inquietantes. Hace unos días leí en prensa la noticia de una mujer japonesa que había celebrado una boda simbólica con un personaje generado por IA que se asemejaba al héroe de un videojuego. El hombre a medida, a la carta. El objeto de deseo de las pantallas ahora puede ser nuestro: hablarnos, llamarnos por nuestro nombre, enviarnos más de cien mensajes diarios. Un juego que huele, como diría mi hija, a una relación más tóxica que Chernóbil.

La dependencia de la dopamina digital, de la que tanto alertan los expertos, ha entrado también en el territorio amoroso. La película Her, protagonizada por el gran Joaquín Phenix, ya anticipaba este escenario: vínculos con voces artificiales, relaciones sin cuerpo. El matrimonio de la mujer japonesa no fue legal, pero leer que hoy no se permiten matrimonios entre humanos y entidades de inteligencia artificial inquieta, porque deja entrever que, tal vez en algún momento, sea necesario regular tal situación. ¿Cobrarían pensiones de viudedad? ¿Heredarían?

Todas estas ideas me llevan al libro Las no cosas, del filósofo Byung-Chul Han, donde reflexiona sobre la pérdida de lo tangible. La digitalización, dice, “descorporiza” el mundo. En este caso, empezando por el cuerpo del amado. La existencia se torna intangible, pierde su forma sólida, su olor, su fragancia, su textura. Ya no vivimos entre el cielo y el suelo, sino entre la nube y Google Earth. La tecnología promete librarnos del placer o de la incomodidad de existir. La empresa Replika, por ejemplo, permite crear avatares de personas fallecidas a partir de mensajes y correos. La IA ha sustituido a la médium gutural de toda la vida, a la ouija, al ritual de hierbas.

Si la IA se atreve a traspasar la barrera de la pérdida, ¿cómo no atreverse con el amor? Al fin y al cabo, como decía García Márquez, de estos dos temas hablamos siempre.

Lo bueno y lo malo de la vida sucede sin esperarlo. Llega y muerde. Si planeamos la existencia a base de prompts acabaremos aburridos de inventarnos. La boda con un avatar puede parecer un juego de rol al más puro estilo Stranger Things, donde luchamos contra nuestro propio Demogorgon. El problema llega cuando la imaginación se convierte en refugio permanente, cuando no salimos del castillo de nosotros mismos. Entonces pasamos de la fantasía a la soledad. Quizá por eso conviene volver a Goya y su grabado. Los monstruos nacían cuando la razón —la ciencia— dormía, dejando el campo abierto a la superstición. Hoy corremos el riesgo de que una razón tecnocientífica desbocada fabrique nuevos monstruos si se olvida de lo humano. De la alianza entre razón y fantasía han de nacer más maravillas que pesadillas.

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