Opinión

Lo que podemos aprender del atletismo

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Estoy siguiendo estos días los Mundiales de Atletismo que se están celebrando en Tokio. Me gusta el deporte rey porque en cualquiera de sus disciplinas es una oda a todos esos valores que forjan a las grandes civilizaciones. En él salen a relucir la nobleza, la constancia, la superación, la resiliencia, la mezcla indivisible de la fortaleza física y mental, imprescindibles para llegar a lo más alto. El tartán no miente, el tartán iguala para luego colocar a cada cual en un sitio. Y a lo mejor ese sitio no es el que tenías en las piernas, que es como suelen decir los atletas que estaban para más. Pero cada carrera es un mundo, cada línea de salida una oportunidad, cada línea de meta una lección. Es así, esa es la filosofía que se desprende de todo lo que rodea a la competición.

Siendo un deporte a todas luces individual, exceptuando, claro, los relevos, tiene mucho más de colectivo de lo que podríamos pensar. El atleta está solo en la pista, pero acompañado. Le siguen todos los que están detrás de él. Su entrenador, su grupo, su familia, su gente. El atleta, y esto es lo que lo diferencia de otros deportistas, forma equipo con sus rivales. Se retroalimenta del poder de sus adversarios, de ahí que generalmente haya tan buen hacer entre todos los que se baten el cobre. Esa es otra de las lecciones que nos deja, todos quieren ganar, todos quieren vencer, pero se hacen mejores retroalimentándose con los de al lado. Crecen juntos, con estilos distintos, con técnicas distintas, pero compartiendo un idéntico objetivo que hace que crezca el nivel, que eleva lo que hacen.

Siempre me ha fascinado lo que no se ve. Hay quien dice que la política es el arte de lo invisible. Pero siempre se le ha atribuido a esta frase una connotación peyorativa, oscura, como de que entre bambalinas se mueven los hilos, a espaldas de la sociedad. En el caso del atletismo, pasa lo contrario. También es el arte de lo que no se aprecia. Vibramos con lo que hacen los deportistas en el día exacto del campeonato, pero en realidad solo estamos asistiendo al colofón de meses y años de trabajo en silencio, de esfuerzo abnegado.

Es una auténtica gozada presenciar a todos los fuera de serie que representan a España estos días. Sin ir más lejos tenemos reciente la gesta de María Pérez con su doblete en marcha. Es una pena que, desgraciadamente, la mayoría de la sociedad española no vaya a ser capaz de poner en riguroso valor cómo la granadina ha conseguido con sus logros entrar en el selecto olimpo de mitos que copan las cimas de este deporte. Un sitio al que solo han accedido estrellas del calibre de Michael Johnson o Mo Farah. Nos falta cultura deportiva, concienciarnos de verdad de que hay vida más allá del fútbol, el baloncesto y el tenis. Y dar méritos y crédito a todos esos que están llevando la excelencia a cotas asombrosas.

Les confieso que mi debilidad atlética es Adrián Ben. Un atleta de Viveiro que aúna unas condiciones innatas impresionantes junto a un espíritu guerrero y competitivo como he visto pocos. Ben ha rozado la gloria en el 1.500 en este Mundial, convirtiéndose en el único atleta español en haber sido capaz de clasificarse en finales mundialistas en 800 y 1.500, las dos pruebas reinas del mediofondo. Una verdadera machada y un hito absolutamente asombroso, que termina de adquirir más mérito si cabe si nos retrotraemos a los últimos Juegos Olímpicos, en los que el atleta gallego se llevó un terrible varapalo al no pasar ni la primera ronda. Aquel día de tinieblas, Adrián se puso frente al micrófono de Televisión Española y se mostró tal y como estaba, hundido, pero sereno, cabreado, pero convencido de que su pasión es así; capaz de hacerte tocar el cielo y de dejarte orillado en el suelo. Tras aquello decidió cambiar de prueba y volver al milqui, haciendo una temporada para enmarcar.

Así son los atletas, no huyen de los fracasos, no se esconden ni escurren el bulto. Dan la cara, analizan lo que ha pasado, ponen remedio, continúan entrenando. Saben que de nada les sirve estar con el dedo señalando excusas, la única manera de avanzar es el trabajo. Por eso la mediocridad no les alcanza, porque el deporte tiene que ver con la verdad y ellos tratan y entrenan con ella todos los días. Se conocen, a ellos, a sus cuerpos, a sus rivales. Ojalá nuestros representantes públicos, además de poner tuits rutinarios de felicitaciones, se aplicasen el cuento y absorbieran algo de lo que florece estos días de los clavos de todos los deportistas que dejan huella. Nos iría mejor.

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