Opinión

Los olvidados del capitán Sánchez

Pedro Sánchez
Actualizado: h
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No es la primera vez que este servidor cita la analogía de esta península cortada abruptamente en los Pirineos y navegando sin rumbo por esos mares de Dios. Me impresionó la imagen de joven cuando la encontré en una de las novelas magistrales de mi admirado Saramago, aquel clarividente que terminó sus días cegato y medio. Pero lo que no había imaginado es que la balsa tuviera al mando de su timón al mismísimo capitán Sánchez, siempre valiente, abnegado, corajudo, resistente, generoso como el que más, confiado en la lealtad de sus hombres, orgulloso de la entrega de su tripulación y velando por la vida y la hacienda de los que se atrincheran tras el muro de los suyos, esas masas de hombres y mujeres, ellas y ellos, que creen en el progreso, en el feminismo, en la ecología, en la plurinacionalidad, que luchan denodadamente contra corruptos y corruptores, contra esos chantajistas y expoliadores que se quedan con el dinero ajeno ante la pasividad del infiel. El mismísimo capitán Sánchez, fibroso como un junco, huesudo como un cadáver, gobierna con mano firme, con mandíbula dispuesta y gesto decidido para que los perversos y malvados que habitan su balsa al otro lado de su muro no lleguen ni a rozar al timón, pese a que los malditos roedores estén devorando la madera de la embarcación y provocando vías de aguas por todos lados.

Es cierto que el capitán Sánchez, pese a su habilidad náutica y sus innegables dotes de mando, no puede tener ojos para todos, ni que su manejo de la balsa guste a todos por igual y mucho menos que favorezca a los que moran al otro lado del muro. Esa banda de machirulos, aprovechados, empresas chupópteras, explotadores, ultrarricos, retrógrados, machistas irredentos, catolicones de diaria misa, patrioteros de vía estrecha, tradicionalistas, facinerosos, lectores de pseudomedios, expoliadores de bosques y océanos, industriales del fango. En fin, esa otra España para la que no navega el capitán Sánchez, esa otra España que, queriéndolo o no, el patrón de la nave la sitúa en la región de los olvidados. Entre esos olvidados figuran la reputación internacional, el prestigio empresarial y la competitividad exterior de la economía.

No vamos a entrar a discutir los datos macroeconómicos que adornan la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez. El crecimiento está por encima de la media europea, alrededor del 2,4%, apoyado en el turismo y el gasto público. La inflación está controlada por debajo del 2%. Pero el déficit público sigue en un alarmante 3,2%, y la deuda se eleva al 103%. La cifra de afiliados a la Seguridad Social ronda los 22 millones de personas, con un desempleo del 11,4%, que sigue siendo récord europeo. En fin, luces y sombras para nuestra economía.

Lo que está pasando en la vida pública española origina un enorme daño a la reputación del país, a su salud económica y a la imagen internacional de nuestras empresas. El deterioro institucional, los ataques a la separación de poderes, la agresividad verbal, el clima de corrupción instalada, la falta de la mínima educación y del respeto a las normas de convivencia, no sólo produce bochorno y vergüenza entre quienes hemos conocido la España del consenso y del encuentro, sino que originan un daño difícil de reparar para nuestra economía y nuestras empresas.

La ciencia económica nos ha enseñado sobradamente la relación estrecha entre éxito económico y bienestar social con instituciones fuertes, seguridad jurídica, libertad de opinión y alternancia en el poder. El Premio Nobel ha reconocido estas conclusiones. Los riesgos para España de este deterioro que vivimos se manifestarán en una retracción de la inversión, un falseamiento de la libre competencia, un retroceso de la productividad y la sensación de un gasto público descontrolado.

Las asociaciones empresariales ya han dejado oír su voz, inquietas por los peligros que encierra la perversa situación de la política española. Lo han hecho la Cámara de Comercio, la CEOE, la Cepyme, la CEIM, la Empresa Familiar. Los argumentos esgrimidos son similares en todas ellas.

Esta descripción es generalizada, pero peor lo van a tener las empresas manchadas con casos de corrupción, pues tendrán muchas dificultades para explicar su situación y poder ser aceptadas en concursos internacionales. DJSI, el más reputado índice de sostenibilidad y buenas prácticas empresariales, lo persigue con saña. Igual ocurre con FTSE4Good, MSCI o Sustainalytics. Durante años estarán obligadas a ofrecer explicaciones y explicaciones para sufrir las menores penalizaciones posibles. Poco importan que hayan tomado medidas correctoras o que el peso del caso sea insignificante en su volumen de negocio. La manzana podrida perjudica todo el cesto. No hay garbanzo negro que valga. Y sin estar en los índices, sus opciones de financiación se reducen sensiblemente. Ni los grandes fondos y, mucho menos, los fondos soberanos gustan de invertir en compañías con esa mácula.

Lo que ocurre en España es muy grave. La solución adoptada por el presidente del Gobierno, el Consejo de Ministros y el variopinto y beneficiado abanico de socios parlamentarios que le soporta es aún peor. Este país necesita perentoriamente una regeneración política que nazca de la mano de una convocatoria electoral. Y me atrevería a decir que necesita de otras caras y de otras ideas que derriben el muro levantado entre esas dos Españas. Unas nuevas ideas que recuperen la convivencia, la institucionalidad, la confianza y la sensación de construir una España entre todos. España, entonces, volverá a ser un país atractivo para la inversión, se recuperará la reputación internacional y sus empresas podrán competir internacionalmente de igual a igual.

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