Soy una mitómana sin remedio, lo reconozco, siempre lo he sido. Además, la adoración irracional que siento por mis mitos es irracional, como creo que debe ser. Soy mitómana para la literatura, la música y el cine. Leo y releo libros a lo largo de los años, veo y vuelvo a ver películas cuyos diálogos ya se de memoria. Estos libros, estas películas forman parte de mi vida al igual que muchas otras pertenencias, físicas y tangibles, que llevan acompañándome a lo largo de mi vida.
Y no sólo las películas y los libros, por supuesto quienes escribieron esas historias, los directores de esas películas que puedo ver sin cansarme, y, como no, quienes hacen que en esas películas creamos que los personajes son tan reales como nosotros, es decir, los actores.
Claro que, como en todo en la vida, y como solía decir mi madre, siempre ha habido clases, y hay escritores y escritores y hay actores y actores. Y de esta segunda categoría, la de los actores que trascienden, de los de one of a kind, ha vuelto a irse otro. Se murió Robert Redford.
Van pasando los años, uno se hace mayor, yo me voy haciendo mayor, y cada vez uno se siente más cerca de sus padres o sus abuelos cuando ellos tenían la edad que ahora tiene uno. Desde luego a mí me pasa.
Recuerdo ver a mi padre viendo sin cansarse antiguas películas que adoraba una y otra vez, él era tan cinéfilo como yo, quizá de ahí me viene a mí, y veíamos mucho cine juntos. No se cansaba. A mí me pasa lo mismo. Y es que esas películas, esos actores, esas actrices, forman parte del imaginario de nuestra vida, de nuestro mundo, ese mundo particular que hemos creado con el paso del tiempo y que sólo entendemos nosotros, porque para eso es nuestro mundo. Y no sólo es nuestro mundo, sino que es nuestro refugio particular al que escapar y en el que sentirnos reconfortados cuando todo lo demás falla.
Es curioso porque uno cambia sin remedio a lo largo de su vida, y va soltando por el camino multitud de ideas y de pertenencias y, sin embargo, nos siguen acompañando en el cambio un imaginario personal que vamos construyendo y al mismo tiempo nos construye, que en cualquier momento nos hace recordar quienes somos o quienes quisimos o seguimos queriendo ser.
No necesitamos a nadie que no seamos nosotros mismos para entender y dar aprobación a este mundo que nos vamos creando, lleno de mitos que hemos elegido para que nos vayan acompañando.
Yo nunca tendré unas memorias de África, porque no soy Karen Blixen y nunca tuve una granja en África, y aunque haya visitado varios países del continente, tampoco he vivido allí. Pero tendré mis propias memorias, incluso aunque nunca las escriba, y vivirán en mi cabeza, y en estas memorias estarán las Memorias de África y estará Robert Redford, junto con tantas otras películas, junto con tantos otros actores.
Se fue Robert Redford, como se han ido muchos otros mitos, ellos, ellas, actores, actrices, escritores, escritoras, directores… Me voy haciendo mayor, lo compruebo porque se marchan todos los que ya estaban cuando yo llegué y me fueron acompañando mientras llegaba hasta aquí. Y siento lo que tantas veces escuché a mis mayores, esto de que la vida es muy corta, algo que te cuesta creer cuando eres adolescente o veinteañero. Pero sí, vaya si es corta.
Hablo de mis mitos como mis mayores hablaban de los suyos, con la evidencia de que se acaba un mundo, mi mundo, el mundo que compartí con ellos, con estos mis mitos. Va llegando otro mundo o quizá ya ha llegado, el que verán las generaciones que nos sucederán, como ley de vida que es.
Mientras tanto, ahí seguiremos, cada uno con nuestro imaginario personal, “nuestras” películas con “nuestros” actores y “nuestras” actrices, muchos de los cuales ya marcharon, pero dejaron su legado para siempre, un legado que nos permite seguir pensando lo que cantaba Luis Eduardo Aute: más cine, por favor, que toda la vida es cine y los sueños, cine son.